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—¡No es cierto! —exclamó Suzy con voz quebrada, mientras las lágrimas le quemaban las mejillas. La traición de Franco era como un puñal hincado en su pecho, retorciéndose cada vez que respiraba. ¿Cómo había podido el hombre al que amaba ser tan cruel, tan implacable?Franco la miró con una frialdad que le heló el alma. Era como si el hombre con el que se había casado se hubiera transformado en un extraño despiadado, un traidor oculto detrás de un rostro que una vez le fue familiar.—Tengo el video —dijo Franco, impasible—. ¿Crees que no siento lo mismo que tú? —agregó, su voz impregnada de veneno.Suzy lo observó, incrédula, como si no reconociera a ese hombre que ahora le lanzaba miradas de desprecio.—¿Con quién demonios me casé? La mujer que llevé al altar no era esa… esa… —Franco dudó, y su voz tembló un instante antes de endurecerse—. Esa zorra. Y, sin embargo, ahí está, en el video, haciendo trizas lo que fuimos.Franco se desplomó en una silla, agotado, como si el peso de la tra
—¿Vengarnos? ¿Cómo? —preguntó Suzette con un hilo de voz, como si la idea misma le resultara inverosímil.Franco esbozó una sonrisa llena de malicia, sus ojos destilaban una determinación feroz.—Confía en mí. Por ahora, solo tenemos que fingir que somos amantes. Hazle sentir a ese imbécil que, si él se divirtió con la mujerzuela de mi esposa, tú también disfrutaste de algo mucho mejor. Que sienta el miedo, la humillación... Y mientras tanto, yo me encargaré de dejar a Claudia sin nada. Si me ayudas, Suzette, el dinero que debería ser de ella será tuyo.Él tomó su mano con firmeza, y el contacto le transmitió un calor inesperado, aunque Suzy rápidamente apartó la mano, negando con la cabeza.—¡No quiero nada de eso! —murmuró, su voz temblorosa pero decidida—. Pero sí quiero vengarme. Quiero que paguen, que no se salgan con la suya y que no disfruten de su romance. Te ayudaré.Franco asintió, satisfecho, y la miró con una mezcla de respeto y tristeza.—Duerme en la cama; yo estaré en el
Miranda estaba radiante de emoción mientras tomaba una copa.—¿Qué le parece, Agustín? ¿Está listo para ser mi consuegro?Agustín esbozó una sonrisa, observando a su hija y a Dylan. El beso entre ellos se había deshecho, y Dylan aprovechó el momento para hablar.—Señor Agustín, quiero pedirle formalmente la mano de su hija.Agustín miró a Marella con una mezcla de orgullo y preocupación. Aunque sabía que Dylan era un hombre mucho más íntegro que Eduardo, el resentimiento y el peso del pasado lo hacían dudar. No quería ver a su hija unirse a alguien solo por venganza, porque temía que fuera un error irreparable.—Dime, Marella… —su voz era seria y paternal—, ¿estás haciendo esto por amor o por odio?Las palabras de Agustín cayeron como un golpe. Marella sintió que una oleada de dolor la envolvía, y por un instante, evitó los ojos de su padre. ¿Cómo podía ver amor en medio de tanta traición? Pero Dylan se adelantó, sin apartar la mirada de Agustín.—Señor, yo confío en que todo puede suc
En el cocheDylan sostenía la mano de Marella mientras sus miradas se cruzaban, como si cada uno intentara leer los secretos escondidos en el otro.—¿Estás lista para nuestra boda? —preguntó, y su tono parecía una mezcla de seguridad y urgencia, como si supiera que al pronunciar esas palabras rompía alguna barrera entre ellos.Marella sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La pregunta de Dylan, aunque directa, la hacía enfrentarse a una marea de sentimientos contradictorios. Por un lado, estaba el resentimiento por Eduardo y su traición; por otro, el inesperado latido de su corazón ante la presencia de Dylan. Tragó saliva y respondió en un susurro apenas audible:—Sí…Dylan sonrió, pero su sonrisa ocultaba un dejo de tristeza. Levantó la mano de Marella y, con delicadeza, tocó su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.—Nos casaremos un día antes que Eduardo, mañana mismo —anunció con una determinación que no dejaba lugar a dudas—. Quiero que seas fuerte, Marella. Sé que ver a
Al día siguiente, Marella despertó sintiendo cómo un temblor le recorría el cuerpo. Era una mezcla de ansiedad, tristeza, y algo que no quería reconocer como miedo. Se dio un baño largo con agua caliente, intentando calmar sus nervios. Al salir, secó su cabello y comenzó a vestirse lentamente, como si cada movimiento pudiera ayudarla a armarse de valor. Pronto tendría que estar en casa de Dylan, donde juntos irían a la boda.Al bajar con su maleta lista, encontró a su padre, Agustín, en la cocina, bebiendo una taza de té. Al verla, él se levantó y la envolvió en un abrazo firme, protector, como si aún fuera una niña a la que podía proteger del dolor.—¿Estás lista, mi amor? —preguntó suavemente.Marella sonrió con dificultad, un brillo de duda en sus ojos.—Sí… creo que sí.Agustín acarició su rostro con ternura, sus ojos reflejando una mezcla de orgullo y preocupación.—No quiero verte sufrir, Marella. Eres mi pequeña y mi tesoro. Hoy debe ser el día más feliz de tu vida… hoy, mi niña
De repente, la puerta se abrió bruscamente.—¡Marella, hija! Ven a ver las joyas de la familia, debes elegir una... —Miranda irrumpió en la habitación.—¡Dylan! ¿No puedes esperar a la noche de bodas? ¡Bribón! —La risa de Miranda llenó el aire, pero para Marella, todo parecía girar en torno a la angustia que sentía.Ella, sonrojada, no podía dejar de mirar a Dylan, quien reía sin parar, casi sin poder creer la situación. La tensión en el aire era palpable, y Marella se sintió atrapada entre las expectativas de Dylan y las inseguridades que invadían su corazón.Pero, ¿realmente habría una noche de bodas?***El viaje hacia la casa del bosque fue silencioso, como si la naturaleza misma esperara algo grande. El lugar era impresionante, mucho más de lo que Marella había imaginado. El aire fresco traía el aroma de la tierra húmeda, y el sonido de la cascada se mezclaba con el canto lejano de los pájaros. Un puente colgante de madera, antiguo, pero sólido, parecía conducir a otro mundo, y el
La fiesta avanzaba en un ambiente cargado de emociones. Todos felicitaron a los recién casados, y entre risas y abrazos, Dylan envolvió a su madre en un cálido abrazo, mientras Miranda abrazaba a Marella con la misma calidez.—Marella, escúchame —dijo Miranda, con un brillo especial en la mirada—. Tengo un buen presentimiento sobre ti… Siento que eres la mujer perfecta para mi hijo.Marella no pudo evitar ruborizarse, su corazón latía más rápido. La espontaneidad y el cariño en las palabras de Miranda la hacían sentir casi en casa.Miranda les pidió entonces que compartieran el primer vals como pareja. Dylan y Marella intercambiaron una mirada de duda, pero ante la insistencia, se dirigieron a la pista, permitiendo que la música los envolviera. Al principio, sus movimientos eran torpes, tímidos, pero poco a poco, sintieron la magia de bailar frente a todos, conectando de una forma inesperada.Mientras ellos giraban, Miranda le susurró a Agustín mientras bailaban:—Agustín, no quiero qu
Franco y Suzy permanecían en aquel bar, observando la pista de baile con miradas frías y desafiantes.La música resonaba en el aire, y las risas de Claudia y Carlos parecían burlarse de ellos, como si los desprecios de esos dos fueran inagotables. Cada risa y cada mirada cómplice entre sus cónyuges encendía en Suzy y Franco una llama de rabia y decepción.Suzy giró la cabeza hacia Franco, quien mantenía una expresión endurecida, los ojos afilados como navajas. Sentía cómo la tensión en su pecho era compartida entre los dos, y, sin embargo, no podía evitar notar la profunda conexión que surgía de ese dolor compartido.—Es hora —dijo él, en un murmullo que parecía cortar el silencio.—¿Hora? —preguntó Suzy, con una mezcla de curiosidad y confusión.Franco se volvió hacia ella y le ofreció una mirada decidida.—Hora de ponerle fin a toda esta basura —respondió, y en su voz se sentía la fuerza de una convicción que no admitía dudas—. Nos vamos de aquí.Sin mirar atrás, ambos se levantaron