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Marella sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo al oír las palabras de Dylan, como si cada letra hubiera sido cuidadosamente escogida para dejarla en vilo.—Eso es lo que quieres tú también, ¿verdad? —le preguntó, su voz temblando de una mezcla de confusión y algo más, algo que no quería admitir.Dylan sonrió con esa expresión enigmática que parecía ocultar mil secretos. Sus ojos brillaban de una manera que no lograba descifrar, y eso la hacía sentir vulnerable, como si él pudiera leer sus pensamientos más profundos.—Tal vez sí, tal vez no —respondió, dejando que el misterio de sus palabras flotara en el aire, cargando el ambiente de una tensión tan palpable que Marella sintió que podía tocarla—. Por cierto, mi madre quiere que vengas a cenar mañana. Ella no entiende sobre la venganza, así que, por favor, debemos fingir ante ella que estamos… enamorados.La palabra "enamorados" cayó como una piedra en el pecho de Marella. ¿Podría realmente hacerle creer a alguien, y a sí misma,
Suzy y Carlos llegaron al muelle, estacionaron en silencio, sus miradas apenas cruzándose mientras descendían del auto. Cada paso hacia adelante hacía crecer una inquietud en el pecho de Suzy. El sonido de sus pisadas sobre la madera húmeda, el olor salado del mar, todo parecía teñirse de una opresión inexplicable, como si la misma brisa estuviera intentando advertirle de algo oscuro e inevitable.Franco los observaba desde la distancia, con los ojos fijos en Suzy, su expresión impenetrable, pero su mente un torbellino de dudas y resentimientos. A su lado, Claudia le tomó la mano, su rostro denotando una mezcla de angustia y desesperación.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le susurró, con una voz cargada de súplica, sus dedos, aferrándose a los de él como si aún pudiera detener el curso de los acontecimientos—. Por favor, aún estamos a tiempo… haré lo que quieras.Franco esbozó una sonrisa fría, casi cruel, que le heló la sangre.—¿No fuiste tú quien me dijo que incluso podría
Suzy sintió cómo sus labios comenzaban a temblar, deseaba gritar que no, salir corriendo, alejarse de esa locura. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, Carlos la tomó de la mano con fuerza, mirándola con un brillo amenazante.—No hay nada que decir, ¿verdad, cariño? —insistió, su tono firme, pero cargado de un miedo que trataba de disimular. Suzy notó el nerviosismo en su voz y se dio cuenta de que él estaba desesperado, tal vez incluso más que ella. Su corazón se hundió. Bajó la mirada, sintiendo un nudo de impotencia que le desgarraba el alma.Franco y Claudia se apartaron un momento, dejando que el silencio incómodo se extendiera entre Carlos y Suzy. Ella aprovechó la distancia para enfrentar a su esposo, tratando de reunir el valor que aún le quedaba.—Dime, ¿si me niego a hacer esto, me dejarás? —susurró, intentando ocultar el temblor en su voz.Carlos la miró fijo, con una expresión dura que jamás le había visto antes. Había algo en él que era como un extraño, como si ese
—¡No es cierto! —exclamó Suzy con voz quebrada, mientras las lágrimas le quemaban las mejillas. La traición de Franco era como un puñal hincado en su pecho, retorciéndose cada vez que respiraba. ¿Cómo había podido el hombre al que amaba ser tan cruel, tan implacable?Franco la miró con una frialdad que le heló el alma. Era como si el hombre con el que se había casado se hubiera transformado en un extraño despiadado, un traidor oculto detrás de un rostro que una vez le fue familiar.—Tengo el video —dijo Franco, impasible—. ¿Crees que no siento lo mismo que tú? —agregó, su voz impregnada de veneno.Suzy lo observó, incrédula, como si no reconociera a ese hombre que ahora le lanzaba miradas de desprecio.—¿Con quién demonios me casé? La mujer que llevé al altar no era esa… esa… —Franco dudó, y su voz tembló un instante antes de endurecerse—. Esa zorra. Y, sin embargo, ahí está, en el video, haciendo trizas lo que fuimos.Franco se desplomó en una silla, agotado, como si el peso de la tra
—¿Vengarnos? ¿Cómo? —preguntó Suzette con un hilo de voz, como si la idea misma le resultara inverosímil.Franco esbozó una sonrisa llena de malicia, sus ojos destilaban una determinación feroz.—Confía en mí. Por ahora, solo tenemos que fingir que somos amantes. Hazle sentir a ese imbécil que, si él se divirtió con la mujerzuela de mi esposa, tú también disfrutaste de algo mucho mejor. Que sienta el miedo, la humillación... Y mientras tanto, yo me encargaré de dejar a Claudia sin nada. Si me ayudas, Suzette, el dinero que debería ser de ella será tuyo.Él tomó su mano con firmeza, y el contacto le transmitió un calor inesperado, aunque Suzy rápidamente apartó la mano, negando con la cabeza.—¡No quiero nada de eso! —murmuró, su voz temblorosa pero decidida—. Pero sí quiero vengarme. Quiero que paguen, que no se salgan con la suya y que no disfruten de su romance. Te ayudaré.Franco asintió, satisfecho, y la miró con una mezcla de respeto y tristeza.—Duerme en la cama; yo estaré en el
Miranda estaba radiante de emoción mientras tomaba una copa.—¿Qué le parece, Agustín? ¿Está listo para ser mi consuegro?Agustín esbozó una sonrisa, observando a su hija y a Dylan. El beso entre ellos se había deshecho, y Dylan aprovechó el momento para hablar.—Señor Agustín, quiero pedirle formalmente la mano de su hija.Agustín miró a Marella con una mezcla de orgullo y preocupación. Aunque sabía que Dylan era un hombre mucho más íntegro que Eduardo, el resentimiento y el peso del pasado lo hacían dudar. No quería ver a su hija unirse a alguien solo por venganza, porque temía que fuera un error irreparable.—Dime, Marella… —su voz era seria y paternal—, ¿estás haciendo esto por amor o por odio?Las palabras de Agustín cayeron como un golpe. Marella sintió que una oleada de dolor la envolvía, y por un instante, evitó los ojos de su padre. ¿Cómo podía ver amor en medio de tanta traición? Pero Dylan se adelantó, sin apartar la mirada de Agustín.—Señor, yo confío en que todo puede suc
En el cocheDylan sostenía la mano de Marella mientras sus miradas se cruzaban, como si cada uno intentara leer los secretos escondidos en el otro.—¿Estás lista para nuestra boda? —preguntó, y su tono parecía una mezcla de seguridad y urgencia, como si supiera que al pronunciar esas palabras rompía alguna barrera entre ellos.Marella sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La pregunta de Dylan, aunque directa, la hacía enfrentarse a una marea de sentimientos contradictorios. Por un lado, estaba el resentimiento por Eduardo y su traición; por otro, el inesperado latido de su corazón ante la presencia de Dylan. Tragó saliva y respondió en un susurro apenas audible:—Sí…Dylan sonrió, pero su sonrisa ocultaba un dejo de tristeza. Levantó la mano de Marella y, con delicadeza, tocó su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.—Nos casaremos un día antes que Eduardo, mañana mismo —anunció con una determinación que no dejaba lugar a dudas—. Quiero que seas fuerte, Marella. Sé que ver a
Al día siguiente, Marella despertó sintiendo cómo un temblor le recorría el cuerpo. Era una mezcla de ansiedad, tristeza, y algo que no quería reconocer como miedo. Se dio un baño largo con agua caliente, intentando calmar sus nervios. Al salir, secó su cabello y comenzó a vestirse lentamente, como si cada movimiento pudiera ayudarla a armarse de valor. Pronto tendría que estar en casa de Dylan, donde juntos irían a la boda.Al bajar con su maleta lista, encontró a su padre, Agustín, en la cocina, bebiendo una taza de té. Al verla, él se levantó y la envolvió en un abrazo firme, protector, como si aún fuera una niña a la que podía proteger del dolor.—¿Estás lista, mi amor? —preguntó suavemente.Marella sonrió con dificultad, un brillo de duda en sus ojos.—Sí… creo que sí.Agustín acarició su rostro con ternura, sus ojos reflejando una mezcla de orgullo y preocupación.—No quiero verte sufrir, Marella. Eres mi pequeña y mi tesoro. Hoy debe ser el día más feliz de tu vida… hoy, mi niña