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—¡Tendremos una boda! Ay, ¡qué felicidad! —exclamó Miranda con una sonrisa resplandeciente.Dylan rodó los ojos, suspirando.—Madre, déjame explicarte —dijo con voz seria—. Esto solo es una boda por contrato, por venganza. Es un trato, no un matrimonio normal.Miranda entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con una expresión que dejaba ver su descontento.—¿Crees que puedes jugar con el matrimonio de esa forma, Dylan?Franco, al notar la tensión en el ambiente, carraspeó discretamente.—Creo que es momento de retirarme. Buenas noches, señora Bauer, Dylan —dijo antes de alejarse, dejando a madre e hijo a solas.—No es así como se juega con el matrimonio, Dylan —insistió Miranda, sus palabras cargadas de reproche.Dylan frunció el ceño, claramente exasperado.—¿No entiendes, madre? Necesitamos hacer justicia. Máximo, Eduardo, Yolanda… todos ellos nos han humillado. No pienso permitir que se salgan con la suya.Miranda lo observó con escepticismo, como si intentara descifrar sus verdade
Carlos sintió que le faltaban las palabras, mientras Suzy lo miraba con tristeza desde el otro lado del asiento. Ambos guardaron silencio al iniciar el desfile, pero el ambiente pesado entre ellos era innegable. Suzy tragó el nudo en su garganta, intentando disimular el dolor que le atravesaba el corazón. A lo lejos, sintió una mirada que la hacía estremecer, una presencia inconfundible: los ojos oscuros de Franco Nassin estaban clavados en ella, con una intensidad que le helaba la sangre.«¿Qué clase de hombre permite compartir a su esposa?», pensó, sintiéndose atrapada en una pesadilla. «Mi esposo lo hace… como si nada, como si yo fuera un trofeo en un juego del que no puedo escapar». Suzy cerró los ojos un momento, luchando contra sus emociones, mientras el desfile continuaba.***En el camerino, Marella observó el vestido que le entregaban, y su respiración se cortó. Era un vestido de novia, deslumbrante, con un velo cubierto de brillantes y detalles que hablaban de una riqueza ina
En la pasarelaDylan fue el primero en levantarse, su rostro sereno y confiado al recibir los aplausos de la audiencia. Sin embargo, casi de inmediato, Eduardo también se puso de pie, con la mirada oscura y una expresión de enojo contenida. Parecía que cada aplauso que resonaba en el salón alimentaba aún más su furia.Sin prestarle atención, Dylan subió a la pasarela y tomó la mano de Marella, que lo esperaba con una sonrisa ligera pero nerviosa. Ambos caminaron con seguridad hasta el podio, donde estaban las modelos formando una fila elegante.La gente murmuraba, algunos admiraban la presencia de ambos juntos, y otros no podían ignorar la tensión en el aire.Dylan tomó el micrófono y, con voz firme, comenzó su discurso.—Gracias a todos por sus elogios y aplausos —dijo, proyectando su voz en el salón—. Esta pasarela es importante para mí porque busca fusionar la elegancia con la modernidad. Queremos ofrecer una experiencia memorable y única para nuestros clientes. Sean bienvenidos a n
Dylan se quedó paralizado, con la mejilla aun ardiendo por el golpe de su padre. Marella se acercó a él, sus ojos reflejaban compasión y un toque de tristeza al verlo así. Sin decir nada, alzó la mano y acarició con delicadeza la mejilla enrojecida de Dylan, como queriendo aliviar el dolor que él intentaba ocultar.Dylan cerró los ojos, entregándose por un instante al consuelo de su toque, dejándose envolver por esa cercanía que no esperaba.—Lo siento mucho, Dylan… —susurró Marella, su voz cargada de sinceridad.Dylan abrió los ojos y la miró fijamente. En un impulso, tomó su cintura y acercó sus labios a los de ella, fundiéndose en un beso lento y profundo. Marella le respondió, sin reservas, pero en medio de su pasión, su vestido resbaló hasta caer al suelo, dejando sus hombros y pecho expuestos. Marella soltó un pequeño grito de sorpresa y cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de cubrirse, su rostro encendido de vergüenza.La mirada de Dylan se tornó más oscura al verla así, y
Marella no podía creer lo que estaba sucediendo. Su mirada se fijó en el vino derramándose sobre su vestido, las manchas carmesí se extendían como un cruel recordatorio de la humillación que estaba sufriendo. Sus ojos, enrojecidos y llorosos, se elevaron hacia Eduardo, y un profundo dolor la atravesó. «¿Cómo pude amar a un hombre tan cruel como tú, Eduardo? ¡Eres malo!», pensó, sintiendo que su corazón se rompía en pedazos.No pudo soportarlo más. La risa cínica de Eduardo resonó en sus oídos, como un eco hiriente.—Ups, pequeña, fue un accidente… —se burló él, su tono despectivo solo alimentaba su rabia.Sin pensarlo, Marella levantó la mano y le abofeteó el rostro con una fuerza que dejó a todos en el salón en un profundo silencio. El impacto resonó en la habitación como un trueno, y el tiempo pareció detenerse por un momento.Dylan, quien había estado observando con creciente preocupación, se levantó de su asiento, temiendo que Eduardo pudiera reaccionar violentamente. Pero Marella,
Santiago irrumpió con una intensidad casi palpable.—¡Son unas descaradas! —dijo, su voz cortante mientras dirigía una mirada helada hacia Yolanda—. ¿Cómo pudieron hacerle algo tan bajo a Marella? Yolanda, ¡me das vergüenza!Yolanda abrió la boca para responder, pero las palabras se le quedaron atascadas. Era raro verla temblar, y más raro aún verla tan vulnerable frente a alguien como Santiago, quien nunca se mostró tan duro con ella.—Suegro, yo… —comenzó, pero no encontró cómo continuar.Entonces, Santiago se volvió hacia Eduardo, con una mirada que mezclaba desprecio y decepción. Sin dudar, lo tomó por el cuello de la camisa, acercándolo a su rostro.—¿Y tú? ¡Cobarde! —escupió con asco—. ¿Atacar a una mujer? Actúas como un niño, Eduardo.Lo soltó de golpe y dio un paso atrás, evaluándolo como quien mira algo defectuoso—Me pregunto si eres digno de ser presidente de la empresa.Eduardo intentó aferrarse a las palabras, desesperado.—¡Abuelo! —le llamó, su tono teñido de miedo, pero
Marella sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo al oír las palabras de Dylan, como si cada letra hubiera sido cuidadosamente escogida para dejarla en vilo.—Eso es lo que quieres tú también, ¿verdad? —le preguntó, su voz temblando de una mezcla de confusión y algo más, algo que no quería admitir.Dylan sonrió con esa expresión enigmática que parecía ocultar mil secretos. Sus ojos brillaban de una manera que no lograba descifrar, y eso la hacía sentir vulnerable, como si él pudiera leer sus pensamientos más profundos.—Tal vez sí, tal vez no —respondió, dejando que el misterio de sus palabras flotara en el aire, cargando el ambiente de una tensión tan palpable que Marella sintió que podía tocarla—. Por cierto, mi madre quiere que vengas a cenar mañana. Ella no entiende sobre la venganza, así que, por favor, debemos fingir ante ella que estamos… enamorados.La palabra "enamorados" cayó como una piedra en el pecho de Marella. ¿Podría realmente hacerle creer a alguien, y a sí misma,
Suzy y Carlos llegaron al muelle, estacionaron en silencio, sus miradas apenas cruzándose mientras descendían del auto. Cada paso hacia adelante hacía crecer una inquietud en el pecho de Suzy. El sonido de sus pisadas sobre la madera húmeda, el olor salado del mar, todo parecía teñirse de una opresión inexplicable, como si la misma brisa estuviera intentando advertirle de algo oscuro e inevitable.Franco los observaba desde la distancia, con los ojos fijos en Suzy, su expresión impenetrable, pero su mente un torbellino de dudas y resentimientos. A su lado, Claudia le tomó la mano, su rostro denotando una mezcla de angustia y desesperación.—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —le susurró, con una voz cargada de súplica, sus dedos, aferrándose a los de él como si aún pudiera detener el curso de los acontecimientos—. Por favor, aún estamos a tiempo… haré lo que quieras.Franco esbozó una sonrisa fría, casi cruel, que le heló la sangre.—¿No fuiste tú quien me dijo que incluso podría