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—¡¿Qué es esto, Darrel?! —gritó Mora con la voz entrecortada, sus manos temblaban mientras sostenía el teléfono frente a él—. ¡Mira lo que dicen todos, mira lo que dice la prensa!Darrel tomó el dispositivo, leyendo los titulares y comentarios que invadían las redes sociales.Los insultos y burlas eran despiadados:"Darrel Aragón, el títere de su esposa infiel.""¿Criará otro bastardo como su abuelo Máximo?""¿Será este niño un asesino como Eduardo Aragón?"El rostro de Darrel enrojeció de furia, sintiendo cómo la sangre le hervía con cada palabra. Su mandíbula se tensó, y sus puños se cerraron con tanta fuerza que los nudillos se tornaron blancos.Mora, devastada, no podía dejar de sollozar.—Darrel… yo no… —balbuceó ella, llevándose las manos al rostro—. ¡No puedo más con esto!Darrel la abrazó con fuerza, envolviéndola en sus brazos como si quisiera protegerla del cruel mundo exterior.—Mora, escúchame bien —dijo con voz firme, acariciando su cabello—. No tienes que demostrarle nada
Bernardo salió tras Máximo, apresurando el paso, mientras el anciano avanzaba lentamente con su bastón y escoltado por el guardia.La mirada de Bernardo era de furia contenida, pero también de desesperación.—¡Espera, Máximo! —gritó con un tono áspero que hizo eco en el pasillo vacío.Máximo se detuvo, girando la cabeza, apenas lo necesario para ver de reojo al hombre que ahora era la sombra del niño que alguna vez fue.—Si quieres que deje en paz a los Aragón, dame dinero. Mucho dinero, y me iré lejos para siempre.La sonrisa de Bernardo era una mezcla de desafío y triunfo.Máximo lo observó en silencio, con sus ojos cargados de desprecio.No sentía más que repulsión por él; su oportunismo le recordaba a Eduardo, su hijo caído en desgracia. Ese hombre pudo ser su nieto, pero ahora era solo un desgraciado.Apretó el mango de su bastón con fuerza, intentando contener la rabia que bullía en su interior.—¿Cuánto dinero quieres? —preguntó, finalmente, en un tono frío y calculador.Bernard
Los meses avanzaron rápidamente.El tiempo parecía deslizarse entre sus dedos. Tres meses después, la rutina se había teñido de expectativa y alegría por la llegada de las niñas.Aquella mañana, Mora saboreaba un trozo de pastel mientras Darrel desayunaba frente a ella, pero algo no estaba bien.De pronto, la cuchara se le escapó de las manos, y un mareo vertiginoso la obligó a sostenerse de la mesa.Un agudo dolor punzante atravesó su cabeza, haciéndola fruncir el ceño.Darrel notó su palidez al instante.—¿Amor? ¿Qué ocurre? —su voz estaba impregnada de preocupación.Ella levantó una mano temblorosa, apenas capaz de hablar.—No… no me siento bien, Darrel.Sin dudarlo, él se levantó y la sostuvo por los hombros, tratando de calmarla. La llamó por su nombre, pero al notar que el sudor frío comenzaba a perlar su frente, decidió actuar.Tomó el teléfono y marcó a la ginecóloga.La doctora llegó poco después, su rostro reflejaba calma profesional, aunque sus ojos inspeccionaban a Mora con
Tina cruzó la habitación con pasos como zancadas, su respiración agitada y los ojos encendidos por una locura implacable.Mora, postrada en la camilla, intentó levantarse, pero el peso de su embarazo y el pánico la dejaron vulnerable.En un parpadeo, Tina alzó la jeringa con un brillo amenazante, y Mora reaccionó con un instinto desesperado, sosteniendo el brazo de Tina con todas sus fuerzas.La presión en su vientre era insoportable, pero no podía rendirse.—¡Estás loca! ¡¿Cómo puedes hacer esto?! —gritó Mora con la voz entrecortada, las lágrimas ardiendo en sus mejillas—. ¡No piensas en mis hijas, en su vida, en su inocencia!Tina rio con una amargura desgarradora, su rostro desfigurado por el odio.—¡Tú no mereces parir a los hijos del heredero Aragón! ¡Ese era mi lugar, mi destino! —espetó, apretando la jeringa hasta que sus nudillos se pusieron blancos—. Me lo robaste todo, Mora. Darrel era mío, me amaba a mí, ¡y tú lo arrebataste!Mora sintió un fuego encenderse en su interior, m
Mora sentía el miedo apoderarse de ella mientras la llevaban al quirófano. Sus manos temblaban, y su corazón latía desbocado.El frío metal del quirófano la rodeaba, pero lo peor era la incertidumbre que la invadía:¿Estaría todo bien con sus hijas?No podía dejar de pensar en sus pequeñas.Darrel, corriendo tras ella, fue detenido por un enfermero en la puerta del quirófano.—Señor, debe ponerse la ropa médica, por favor —le dijeron, y él, sin pensarlo dos veces, asintió, su mente completamente centrada en Mora.Con torpeza, se puso la ropa médica, las manos temblorosas, el sudor frío recorriéndole la frente.Sentía como si el tiempo se hubiera ralentizado, el miedo aplastante, haciéndole el pecho más pequeño, pero su amor por Mora lo impulsaba a ser fuerte. Pronto, corrió hacia la sala de operaciones, sin mirar atrás.Al entrar al quirófano, la vio.Ella estaba acostada en la camilla, la mirada perdida en el techo.El anestesiólogo le administraba la anestesia, y aunque Mora trataba
En el área de cunerosDarrel observaba a través del cristal con un nudo en el pecho.Sus pequeñas, tan diminutas y frágiles, estaban recostadas en las incubadoras.Las luces suaves iluminaban sus caritas rosadas, mientras las pequeñas pulseras con el apellido "Aragón" destacaban en sus muñecas. Su corazón se llenó de una mezcla de amor y preocupación.—¿Por qué están en incubadoras? —preguntó con un dejo de temor.La pediatra le respondió con serenidad.—Nacieron unas semanas antes de tiempo, pero están saludables. Es solo una medida preventiva. Permanecerán aquí unas semanas para asegurarnos de que todo siga bien.Darrel tragó saliva.Esas palabras, aunque tranquilizadoras, lo lastimaban.Quería sostenerlas, abrazarlas y sentir su calor, pero tenía que esperar.—¿Ellas van a estar bien? —preguntó con voz queda.La doctora le dedicó una sonrisa reconfortante.—Sí, señor Aragón. Sus hijas son fuertes, y con el cuidado adecuado, pronto estarán listas para ir a casa.Marella y Dylan se a
Cuando Mora abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Darrel, sentado a su lado.Había preocupación en su expresión, pero también un brillo de alivio en sus ojos.—¿Darrel? —murmuró, con la voz rasposa.Él se inclinó hacia ella, tomando su mano con cuidado.—Estoy aquí, amor. Todo está bien.Mora se removió, inquieta, mientras un pánico repentino la invadía.—¿Y las niñas? ¿Dónde están mis bebés? —preguntó con urgencia, intentando sentarse.Darrel la sostuvo con suavidad, ayudándola a recostarse de nuevo.—Tranquila, Mora. Están en la incubadora.—¿En la incubadora? —repitió, y su voz tembló—. ¿Qué les pasó? ¿Están mal?Darrel negó con firmeza, aunque su propia voz llevaba un rastro de nerviosismo.—Nacieron antes de tiempo, amor. Es algo normal en casos como el tuyo. Pero están bien, los médicos las están cuidando. No te preocupes.Mora cerró los ojos un momento, intentando absorber las palabras de Darrel, pero su mente comenzó a inundarse con los recuerdos recientes. De pr
—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.Glinda sonrió. Miró al frente.—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.Marella se quedó ca