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Los meses avanzaron rápidamente.El tiempo parecía deslizarse entre sus dedos. Tres meses después, la rutina se había teñido de expectativa y alegría por la llegada de las niñas.Aquella mañana, Mora saboreaba un trozo de pastel mientras Darrel desayunaba frente a ella, pero algo no estaba bien.De pronto, la cuchara se le escapó de las manos, y un mareo vertiginoso la obligó a sostenerse de la mesa.Un agudo dolor punzante atravesó su cabeza, haciéndola fruncir el ceño.Darrel notó su palidez al instante.—¿Amor? ¿Qué ocurre? —su voz estaba impregnada de preocupación.Ella levantó una mano temblorosa, apenas capaz de hablar.—No… no me siento bien, Darrel.Sin dudarlo, él se levantó y la sostuvo por los hombros, tratando de calmarla. La llamó por su nombre, pero al notar que el sudor frío comenzaba a perlar su frente, decidió actuar.Tomó el teléfono y marcó a la ginecóloga.La doctora llegó poco después, su rostro reflejaba calma profesional, aunque sus ojos inspeccionaban a Mora con
Tina cruzó la habitación con pasos como zancadas, su respiración agitada y los ojos encendidos por una locura implacable.Mora, postrada en la camilla, intentó levantarse, pero el peso de su embarazo y el pánico la dejaron vulnerable.En un parpadeo, Tina alzó la jeringa con un brillo amenazante, y Mora reaccionó con un instinto desesperado, sosteniendo el brazo de Tina con todas sus fuerzas.La presión en su vientre era insoportable, pero no podía rendirse.—¡Estás loca! ¡¿Cómo puedes hacer esto?! —gritó Mora con la voz entrecortada, las lágrimas ardiendo en sus mejillas—. ¡No piensas en mis hijas, en su vida, en su inocencia!Tina rio con una amargura desgarradora, su rostro desfigurado por el odio.—¡Tú no mereces parir a los hijos del heredero Aragón! ¡Ese era mi lugar, mi destino! —espetó, apretando la jeringa hasta que sus nudillos se pusieron blancos—. Me lo robaste todo, Mora. Darrel era mío, me amaba a mí, ¡y tú lo arrebataste!Mora sintió un fuego encenderse en su interior, m
Mora sentía el miedo apoderarse de ella mientras la llevaban al quirófano. Sus manos temblaban, y su corazón latía desbocado.El frío metal del quirófano la rodeaba, pero lo peor era la incertidumbre que la invadía:¿Estaría todo bien con sus hijas?No podía dejar de pensar en sus pequeñas.Darrel, corriendo tras ella, fue detenido por un enfermero en la puerta del quirófano.—Señor, debe ponerse la ropa médica, por favor —le dijeron, y él, sin pensarlo dos veces, asintió, su mente completamente centrada en Mora.Con torpeza, se puso la ropa médica, las manos temblorosas, el sudor frío recorriéndole la frente.Sentía como si el tiempo se hubiera ralentizado, el miedo aplastante, haciéndole el pecho más pequeño, pero su amor por Mora lo impulsaba a ser fuerte. Pronto, corrió hacia la sala de operaciones, sin mirar atrás.Al entrar al quirófano, la vio.Ella estaba acostada en la camilla, la mirada perdida en el techo.El anestesiólogo le administraba la anestesia, y aunque Mora trataba
En el área de cunerosDarrel observaba a través del cristal con un nudo en el pecho.Sus pequeñas, tan diminutas y frágiles, estaban recostadas en las incubadoras.Las luces suaves iluminaban sus caritas rosadas, mientras las pequeñas pulseras con el apellido "Aragón" destacaban en sus muñecas. Su corazón se llenó de una mezcla de amor y preocupación.—¿Por qué están en incubadoras? —preguntó con un dejo de temor.La pediatra le respondió con serenidad.—Nacieron unas semanas antes de tiempo, pero están saludables. Es solo una medida preventiva. Permanecerán aquí unas semanas para asegurarnos de que todo siga bien.Darrel tragó saliva.Esas palabras, aunque tranquilizadoras, lo lastimaban.Quería sostenerlas, abrazarlas y sentir su calor, pero tenía que esperar.—¿Ellas van a estar bien? —preguntó con voz queda.La doctora le dedicó una sonrisa reconfortante.—Sí, señor Aragón. Sus hijas son fuertes, y con el cuidado adecuado, pronto estarán listas para ir a casa.Marella y Dylan se ac
Cuando Mora abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de Darrel, sentado a su lado.Había preocupación en su expresión, pero también un brillo de alivio en sus ojos.—¿Darrel? —murmuró, con la voz rasposa.Él se inclinó hacia ella, tomando su mano con cuidado.—Estoy aquí, amor. Todo está bien.Mora se removió, inquieta, mientras un pánico repentino la invadía.—¿Y las niñas? ¿Dónde están mis bebés? —preguntó con urgencia, intentando sentarse.Darrel la sostuvo con suavidad, ayudándola a recostarse de nuevo.—Tranquila, Mora. Están en la incubadora.—¿En la incubadora? —repitió, y su voz tembló—. ¿Qué les pasó? ¿Están mal?Darrel negó con firmeza, aunque su propia voz llevaba un rastro de nerviosismo.—Nacieron antes de tiempo, amor. Es algo normal en casos como el tuyo. Pero están bien, los médicos las están cuidando. No te preocupes.Mora cerró los ojos un momento, intentando absorber las palabras de Darrel, pero su mente comenzó a inundarse con los recuerdos recientes. De pro
Salvador estaba al borde del colapso, su rostro reflejaba la desesperación de un hombre que veía cómo el futuro de su hija pendía de un hilo.Su corazón latía desbocado, y la ansiedad lo ahogaba.Franco, al ver el estado de Salvador, se acercó con un intento de calma, aunque sus propios temores por Alma también lo consumían.Junto a ellos, Suzy estaba visiblemente afectada, las lágrimas asomaban a sus ojos mientras sus manos temblaban al sostener las de Salvador. Alma no podía estar más lejos de sus pensamientos. Cada minuto que pasaba, parecía un golpe más en su pecho.La puerta de la habitación se abrió con suavidad, y la doctora entró, con una expresión que intentaba ser tranquilizadora, pero cuyo rostro denotaba la gravedad de la situación.—El corazón del bebé está débil, debemos esperar a que cumpla las veinte semanas. Solo entonces sabremos si necesitará una operación al nacer —dijo la doctora con una calma controlada, pero que no logró tranquilizar a Salvador.El miedo se apode
Al día siguiente, Mora fue dada de alta. La alegría en su rostro era innegable, pero sus ojos reflejaban el agotamiento de los últimos días.Darrel, siempre atento a cada detalle, no escatimó en esfuerzos y adquirió dos incubadoras de última generación para que sus pequeñas pudieran estar en casa bajo los cuidados recomendados por el pediatra.Aunque las niñas aún necesitaban permanecer en incubadoras por al menos dos semanas, estar juntas en el hogar era un consuelo invaluable para ambos.La casa, adornada con flores frescas y delicados detalles, parecía irradiar calidez.Sin embargo, Mora apenas podía disfrutarlo. Cada paso que daba hacia las incubadoras la llenaba de un torrente de amor y miedo.Quería abrazar a sus hijas, sentirlas más cerca, pero sabía que debía ser paciente.Dos enfermeras la ayudaban constantemente, pero ninguna presencia era tan reconfortante como la de Darrel, quien no se apartaba de su lado ni por un instante.Los días transcurrieron, y todo parecía calmo en
Darrel estacionó frente al edificio de Bernardo con las manos aferradas al volante, sus nudillos blancos por la fuerza con que apretaba. Su respiración era irregular, un torbellino de emociones lo consumía: rabia, traición, impotencia. Bajó del auto y avanzó hacia la entrada, ignorando los intentos del portero de detenerlo. Nada iba a interponerse entre él y el hombre que había osado amenazar la estabilidad de su familia.Llegó al departamento y golpeó la puerta con fuerza, un trueno que retumbó en el pasillo vacío. Bernardo abrió, desconcertado al principio, pero antes de poder decir una palabra, Darrel descargó toda su furia con un puñetazo directo a su rostro.—¡Déjanos en paz! —gritó Darrel, su voz cargada de furia y desesperación—. ¿Qué quieres de mí? ¿Tengo que matarte para que te detengas?Bernardo cayó al suelo, aturdido, llevándose una mano a la nariz, que sangraba profusamente.Con esfuerzo, levantó la cabeza para mirar a Darrel, pero este ya lo había sujetado del cuello de l