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Días después.Marella y Suzy caminaban por el centro de la ciudad, disfrutando de lo que sería el último día de libertad antes de la boda. Habían pasado la mañana en un exclusivo spa, seguido de un almuerzo repleto de risas y confidencias. Ahora, mientras recorrían las boutiques de lujo, Suzy rebuscaba entre encajes y sedas, seleccionando ropa interior elegante para su luna de miel.—¿Estás emocionada? —preguntó Marella, mientras revisaba un camisón de satén.Suzy dejó escapar una risita, sus ojos brillando de felicidad.—Me siento como si estuviera en una nube, Marella. Todo es perfecto.Pero sus pasos se detuvieron abruptamente al salir de la tienda.Frente a ellas, como un espectro del pasado, estaba Carlos. Su figura parecía apagada, como si el peso de los meses recientes lo hubiera desgastado.Los guardias de Suzy reaccionaron de inmediato, posicionándose con alerta.—¿Puedo hablar contigo un momento? —dijo Carlos, con la voz entrecortada—. Aquí mismo, solo unos segundos.Suzy lo
Eduardo estaba recostado en el colchón de su celda. El aire viciado parecía pesar sobre él como un recordatorio constante de su caída. Sus ojos, abiertos de par en par, miraban al vacío, sin rastro de sueño. Cerró los párpados por un instante, buscando un consuelo imposible en la oscuridad, pero mal dormía. La inquietud lo devoraba desde dentro, y cuando finalmente cedió al cansancio, un sueño perturbador lo atrapó:«Allí estaba ella. Marella, de pie, bien erguida, su figura bañada por un rayo de luz que se filtraba por una ventana pequeña y alta. Todo lo demás estaba sumido en sombras. Eduardo no podía apartar la vista de ella. Había algo en su postura, rígida y fría, que lo inquietaba profundamente, pero al mismo tiempo lo atraía como una fuerza invisible.Con pasos lentos, casi inseguros, se acercó. Temía que, si se movía demasiado rápido, ella pudiera desaparecer como un espejismo. La observó, hipnotizado, mientras su vestido blanco parecía brillar bajo la luz. Alzó una mano temblo
Dylan se levantó de la cama con movimientos torpes, como si un peso invisible lo arrastrara.Marella se despertó al sentir la ausencia de su calor y, al verlo de pie junto a la ventana, supo que algo andaba mal.—Dylan, ¿qué sucede? —preguntó con voz adormilada, pero cargada de preocupación.Él se giró lentamente hacia ella. Sus ojos, normalmente llenos de determinación, ahora estaban opacos, reflejando una mezcla de tristeza y desconcierto. Tragó saliva, incapaz de encontrar las palabras al principio, pero finalmente habló:—Marella... Eduardo... —hizo una pausa, respirando con dificultad—. ¡Está muerto! Se ha suicidado.El corazón de Marella se paralizó por un instante, como si el aire mismo la abandonara. Su rostro perdió todo color, y un nudo se formó en su garganta, apretando con fuerza.—¡Dios mío! —susurró con voz quebrada, sus ojos inundándose de lágrimas—. ¡No quería que terminara así! Lo lamento...Su cuerpo temblaba visiblemente, y Dylan, pese a sus propios sentimientos enco
Meses despuésEl invierno había quedado atrás, y con la cercanía de la primavera, el jardín de la casa se llenaba de vida. Los primeros brotes verdes anunciaban la renovación, y el aire parecía más cálido, casi como un reflejo del nuevo comienzo en la vida de Marella y Dylan.Marella se encontraba sentada en una banca de madera, envuelta en un suéter ligero, mientras observaba a Dylan con los bebés.Sus ojos no podían apartarse de la escena: él sostenía a la pequeña Mora con una delicadeza que hacía que su corazón se hinchara de ternura.La niña, quien al principio parecía inquieta y difícil de consolar, ahora dormía profundamente en los brazos de Dylan, como si él tuviera la capacidad de acunar sus temores y convertirlos en sueños apacibles.Marella recordaba las noches en vela, los momentos de impotencia cuando nada parecía calmar a la pequeña, parecìa resentir su pasado.Pero todo cambió desde que Dylan comenzó a arrullarla; su voz baja y el calor de sus brazos parecían mágicos.Dyl
Unas semanas después, todo estaba listo para la boda de Miranda.La casa estaba llena de flores, risas y una energía renovada que se reflejaba en el rostro sereno de la novia. Acompañada de su hijo,Miranda había ido a recoger su vestido de novia. En el auto, mientras sostenía con cuidado el paquete que contenía la prenda, decidió romper el silencio que había llenado el espacio entre ambos.—Hijo, ¿de verdad no te molesta que vuelva a casarme? —preguntó con un deje de duda en su voz, como si buscara una confirmación que calmara los restos de culpa que llevó durante años.Dylan la miró por un momento antes de sonreír con dulzura. Negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro.—Estoy tan feliz por ti, mamá. Encontraste a un gran hombre, alguien que realmente entiende lo que es amar. Además, crio a una mujer maravillosa. ¡Tú también mereces ser feliz! Antes, el amor era una espina dolorosa para nosotros, pero ahora… se ha convertido en una rosa que florece en tu corazón. Sé feliz, madre.
Cinco años después.Mora corría hacia la tumba, con las manos sujetando un ramo de rosas blancas. El viento helado le acariciaba la cara, pero ella no se detuvo. Cuando llegó, dejó caer las flores sobre la fría lápida.—Mamita, —murmuró, su voz quebrada, pero decidida—, no te preocupes por mí, soy muy feliz, mi madrina y mi padrino me cuidan. Descansa en paz, mami, te quiero. Adiós.En ese instante, Darrel apareció detrás de ella, tomándole la mano con suavidad. La miró a los ojos, buscando una respuesta que no estaba seguro de querer escuchar.—Morita, —dijo, con la voz cargada de preocupación—, ¿no estás triste porque no ves a tu mami?Mora se quedó en silencio por un momento, mirando la tumba, pero luego negó con la cabeza, sus pequeños dedos, apretando la mano de Darrel.—No, porque tengo a madrina y padrino, y tú también me quieres, ¿verdad? —respondió, su voz tan suave como el viento.Darrel, sonrió de forma cálida.—Sí, te quiero mucho, Morita, hasta el fin del mundo. Y cuando s
SinopsisMora siempre soñó con un amor eterno junto a Darrel, pero el día que se convierte en su esposa, sus sueños se rompen bajo el peso de su desprecio.Atrapada en un matrimonio lleno de indiferencia y dolor, Mora lucha con un amor que solo la destruye.Cuando un accidente casi le arrebata la vida, algo cambia dentro de ella: decide que no puede seguir amando a un hombre que nunca la eligió. Su única meta al recuperarse es simple, pero firme: obtener el divorcio.Sin embargo, Darrel no está dispuesto a dejarla ir.Mientras los sentimientos que alguna vez negó comienzan a brotar en su interior, él se aferra al matrimonio que antes despreció.Entre el amor que Mora intenta olvidar y el arrepentimiento de Darrel, ambos se enfrentan a una pregunta crucial: ¿puede un matrimonio sobrevivir cuando está atrapado entre el amor y el odio?Capítulo: Yo te puedo enamorarMora miraba por la rendija de la puerta del aula, su corazón golpeando fuerte contra su pecho mientras observaba a Darrel, "
Mora sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando la voz de Tina resonó como un eco afilado en el aire.—¡Darrel! —exclamó Tina, acercándose con pasos decididos. Su tono estaba cargado de una furia contenida, pero letal.Darrel dio un paso hacia ella, separándose de Mora con una torpeza que traicionaba su intento de control.—Tina, no es lo que parece… —balbuceó, señalando a Mora como si quisiera sacudirse de toda culpa—. Ella… ella me besó.El corazón de Mora se hundió. Su mirada se clavó en Darrel, cargada de una decepción tan profunda que las palabras sobraban.Tina, por su parte, alzó una ceja con desdén antes de dejar escapar una carcajada venenosa.—Ah, claro. ¿Qué más podía esperar de una bastarda?Darrel dio un paso hacia ella.—¡Tina, no la llames así! —dijo, alzando la voz con firmeza.Mora, que había permanecido en silencio, alzó la vista. Su rabia latía como un tambor en sus sienes, pero en sus labios floreció una sonrisa amarga.—Tal vez sea una bastarda —dijo con fri