MARÍA MURILLO—Cometí muchos errores… —dijo Daniel con semblante arrepentido—, y me encapriché con una mujer que claramente no era para mí, pero de algo debes de estar segura, nunca fuiste una carga.—¿Cuántas veces se lo dijiste al mundo justificando mi presencia a tu lado? ¿Cuántas veces yo misma lo escuché? —No quería encariñarme contigo y verte partir… Sabía que sería una sensación profundamente dolorosa y la quise evitar, aún así, terminé sufriéndola. »Ambos sabemos que no soy el hombre indicado para ti. No soy la persona que debería de estar a tu lado, porque no me lo merezco, pero estoy dispuesto a suplicar, ya no puedo más, te busqué hasta debajo de las piedras y jamás creí que no tenerte me dolería tanto. »Arruiné todo y quiero arreglarlo, quiero… que me perdones. Si fui capaz de hincarme por la mujer equivocada, por ti soy capaz de arrancarme el corazón y entregártelo en charola de plata. No me sigas destruyendo de esta forma, María, no soportaría volver a perderte. Tomó
YOLANDA VARGAS —Quítate de mi camino —exigí viendo a Ramírez delante de mí. Parecía tan relajado, como si supiera que va a ganar, que me enoje aún más. Trate de pasar, por un lado, trate de pasar por el otro, pero siempre terminaba delante de mío, con esa sonrisa arrogante y sexy. —¡Déjame pasar! —grité furiosa, dando un fuerte zapatazo en el suelo, lo cual solo lo hizo sonreír más. —¿A dónde piensas ir? —A trabajar y después a mi departamento. ¿Algún problema? —¿Por qué estás de mal humor? Tienes una carita muy linda para estar enojada. —¡Porque no te quitas de mi camino! —Muñequita bonita, no me haré a un lado. Es muy peligroso que salgas sola. El trabajo puede esperar. —En primera, no me digas «muñequita». En segunda, haré lo que tengo que hacer, porque no me gusta vivir con miedo y porque yo no soy el objetivo de ese loco. Así que hazte a un lado… Estaba furiosa, odiaba que limitarán mi libertad, pero más odiaba que se comportará de esa manera, coqueto cuando bien me
YOLANDA VARGAS Desvié la mirada y quise imaginar que en ese momento Ramírez daría media vuelta y me dejaría sola con mi vergüenza, pero, por el contrario, se acercó y se sentó en el borde de la cama, pensativo, observándome con atención, tomó mi rostro entre sus manos y movió la cabeza en negativa. —Lo que ocurrió en ese hotel fue mi culpa y no tuvo que pasar, no tuve que ceder —dijo en un susurro. —No digas eso, si tienes algo de empatía hacia mí, no lo hagas… —Yolanda… Acorté la distancia entre los dos y presioné mis labios contra los suyos, eran los único que no mentían cuando me besaban, haciéndome sentir especial y querida. Era como si su corazón se pudiera comunicar directamente con el mío y decir todo eso que él no se atrevía. Sus manos se relajaron y me permitió abrazarme a él. Esto era lo que tanto quería y no podía. —No me importa a qué te dedicas, no me importa que tan manchadas de sangre estén tus manos… En verdad deseo estar contigo y soy capaz de renunciar a to
YOLANDA VARGASHoy era el día, viviríamos en la opulencia de los Silva más grandes, sinceramente no estaba ansiosa por ir, al contrario, sentía que dejaba mi vida y que, al hacer esta pausa, todo lo que había generado se vendría abajo. ¡Ya sé que el dinero y las cosas materiales se pueden volver a obtener y la salud, mucho menos la vida, no regresan!, pero habló del proyecto de toda mi vida, ¡años de trabajo!Terminé de hacer mi maleta de mala gana y en cuanto la guardé en la cajuela de mi auto, decidí buscarlo mi único consuelo desde que el idiota de Esteban había decidido escapar. Ni siquiera había hecho una entrada triunfal y ya nos había arruinado la vida. ¿Cómo estábamos seguros de que él tipo no estaba en otro país con otro nombre, disfrutando la vida mientras arruinaba la nuestra con nuestra paranoia y delirio de persecución?Anduve por el jardín y busqué a Ulises justo debajo de la ventana de mi habitación, si lo que había dicho era cierto, ahí estaría. No pude evitar sonreír,
YOLANDA VARGASBajamos hasta el estacionamiento y justo cuando iba a abrir la puerta de mi auto, Sebastián me detuvo. —Si en verdad estás en peligro, entonces ven conmigo, prometo ponerte a salvo. —¿A salvo? —pregunté entre risas y me zafé de su agarre—. ¿Qué te hace creer que estaría a salvo con un hombre tan cobarde y vil como tú? ¿Por qué te preocupas por mí y no por Isabella que es tu prima?—Porque Isabella ha decidido quedarse al lado de Celeste después de todo lo que hizo… —contestó lleno de rencor—. ¿Cómo pudo olvidarse de todo el daño que causó? Lo vi con desconfianza y retrocedí, analizándolo mejor. Vi la pieza en mi mano, esa reina roja, ¿cómo no la había visto en cuanto entré a mi despacho? Era tan roja como una gota de sangre, imposible que no la detectara, pero entonces, si no estaba en el momento en el que entré… Levanté la mirada hacia Sebastián y de pronto ya no era ese abogado sexy y arrogante que había conocido, su aura era diferente. ¿Él había puesto ahí la pie
YOLANDA VARGAS—Tienes que irte —dije ansiosa. —¿Por qué? —Viene mi papá… —contesté con media sonrisa—. Es militar, es general, y de seguro hará muchas preguntas que no podrás contestar sin que quiera meterte a la cárcel. Retrocedí con una gran sonrisa y entonces saqué esa pieza de ajedrez de mi bolsillo, antes de poder entregársela, noté como frunció el ceño y sus ojos se abrieron con horror. Tenía una pequeña manchita en el pecho, parecía una clase de… ¿láser?—¿Qué es esto? —apenas pregunté cuando lo supe.Un segundo disparo silencioso proveniente de lo alto de algún edificio. Primero me quedé sorda, pues vi gritar a Ulises, pero no lo escuché. Después mis piernas perdieron la fuerza, haciéndome caer al suelo. Mi sensibilidad la perdí después, ya que no sentí lo frío y duro del suelo, tampoco los brazos de Ulises envolviéndome, pero pronto la recuperé, pues un frío muy intenso comenzó a brotar de mi pecho, apoderándose de todo mi cuerpo antes de que cerrara los ojos, me sentía m
MARÍA MURILLOLlena de preocupación, salí corriendo de los vestidores en busca de Daniel. De pronto un dolor punzante se apoderó de mi costado y, cuando quise alejarme, un fuerte brazo rodeó mi cintura manteniéndome al lado de un hombre con sudadera y el rostro cubierto por su capucha.—¿Reconoces el fármaco? Es el mismo que el doctor Daniel le inyectó a Celeste el día que la secuestraron para arrancarle un pulmón —dijo mostrando una sonrisa divertida y un par de hileras de dientes blancos perfectamente alineados—. El mismo que me daban cada día en ese puto psiquiátrico. Mi estómago se retorció y ni siquiera fui capaz de percibir cuando retiró la aguja. —¿Por qué haces todo esto? —pregunté conteniendo el terror que lastimaba mi corazón. No sabía qué pasaría conmigo, pero me dolía hasta los huesos pensar que no volvería a ver a mi bebé.—María, te involucraste con las personas equivocadas, si tan solo te hubieras quedado en Italia con tu hijo nada de esto te estaría pasando. Tu amor p
DANIEL ÁVILA —¿Esperar a que te desangres o terminar el trabajo de María? Ese es un gran dilema —dijo Ezequiel hincado frente a mí, viéndome con atención, como si no quisiera perderse del momento en el que desfalleciera—. Hay que admitir que no fue el mejor intento de la doctora Murillo, pudo hacer un corte más eficaz en la yugular. Mientras se calzaba unos guantes de látex para encubrir sus huellas, cubrí el mango de bisturí con mi mano y me preparé, pues lo que seguiría sería doloroso y peligroso. Como médico sabía que no debía sacar el arma de la herida, pero la necesitaba para terminar con esto. Giré mi atención hacia María, su mirada se estaba apagando poco a poco y su respiración se volvía más acompasada. —Te burlaste de mí, me dejaste como un estúpido frente a todos en el hospital, ya era hora de que me la pagaras —agregó Ezequiel inclinándose y en cuanto buscó el bisturí en mi abdomen, tiré de él, sacándolo de una sola intención y pasándolo por su cuello, dejando que el f