YOLANDA VARGASBajamos hasta el estacionamiento y justo cuando iba a abrir la puerta de mi auto, Sebastián me detuvo. —Si en verdad estás en peligro, entonces ven conmigo, prometo ponerte a salvo. —¿A salvo? —pregunté entre risas y me zafé de su agarre—. ¿Qué te hace creer que estaría a salvo con un hombre tan cobarde y vil como tú? ¿Por qué te preocupas por mí y no por Isabella que es tu prima?—Porque Isabella ha decidido quedarse al lado de Celeste después de todo lo que hizo… —contestó lleno de rencor—. ¿Cómo pudo olvidarse de todo el daño que causó? Lo vi con desconfianza y retrocedí, analizándolo mejor. Vi la pieza en mi mano, esa reina roja, ¿cómo no la había visto en cuanto entré a mi despacho? Era tan roja como una gota de sangre, imposible que no la detectara, pero entonces, si no estaba en el momento en el que entré… Levanté la mirada hacia Sebastián y de pronto ya no era ese abogado sexy y arrogante que había conocido, su aura era diferente. ¿Él había puesto ahí la pie
YOLANDA VARGAS—Tienes que irte —dije ansiosa. —¿Por qué? —Viene mi papá… —contesté con media sonrisa—. Es militar, es general, y de seguro hará muchas preguntas que no podrás contestar sin que quiera meterte a la cárcel. Retrocedí con una gran sonrisa y entonces saqué esa pieza de ajedrez de mi bolsillo, antes de poder entregársela, noté como frunció el ceño y sus ojos se abrieron con horror. Tenía una pequeña manchita en el pecho, parecía una clase de… ¿láser?—¿Qué es esto? —apenas pregunté cuando lo supe.Un segundo disparo silencioso proveniente de lo alto de algún edificio. Primero me quedé sorda, pues vi gritar a Ulises, pero no lo escuché. Después mis piernas perdieron la fuerza, haciéndome caer al suelo. Mi sensibilidad la perdí después, ya que no sentí lo frío y duro del suelo, tampoco los brazos de Ulises envolviéndome, pero pronto la recuperé, pues un frío muy intenso comenzó a brotar de mi pecho, apoderándose de todo mi cuerpo antes de que cerrara los ojos, me sentía m
MARÍA MURILLOLlena de preocupación, salí corriendo de los vestidores en busca de Daniel. De pronto un dolor punzante se apoderó de mi costado y, cuando quise alejarme, un fuerte brazo rodeó mi cintura manteniéndome al lado de un hombre con sudadera y el rostro cubierto por su capucha.—¿Reconoces el fármaco? Es el mismo que el doctor Daniel le inyectó a Celeste el día que la secuestraron para arrancarle un pulmón —dijo mostrando una sonrisa divertida y un par de hileras de dientes blancos perfectamente alineados—. El mismo que me daban cada día en ese puto psiquiátrico. Mi estómago se retorció y ni siquiera fui capaz de percibir cuando retiró la aguja. —¿Por qué haces todo esto? —pregunté conteniendo el terror que lastimaba mi corazón. No sabía qué pasaría conmigo, pero me dolía hasta los huesos pensar que no volvería a ver a mi bebé.—María, te involucraste con las personas equivocadas, si tan solo te hubieras quedado en Italia con tu hijo nada de esto te estaría pasando. Tu amor p
DANIEL ÁVILA —¿Esperar a que te desangres o terminar el trabajo de María? Ese es un gran dilema —dijo Ezequiel hincado frente a mí, viéndome con atención, como si no quisiera perderse del momento en el que desfalleciera—. Hay que admitir que no fue el mejor intento de la doctora Murillo, pudo hacer un corte más eficaz en la yugular. Mientras se calzaba unos guantes de látex para encubrir sus huellas, cubrí el mango de bisturí con mi mano y me preparé, pues lo que seguiría sería doloroso y peligroso. Como médico sabía que no debía sacar el arma de la herida, pero la necesitaba para terminar con esto. Giré mi atención hacia María, su mirada se estaba apagando poco a poco y su respiración se volvía más acompasada. —Te burlaste de mí, me dejaste como un estúpido frente a todos en el hospital, ya era hora de que me la pagaras —agregó Ezequiel inclinándose y en cuanto buscó el bisturí en mi abdomen, tiré de él, sacándolo de una sola intención y pasándolo por su cuello, dejando que el f
ISABELLA RODRÍGUEZ Celeste hablaba con tanta fascinación que me generó incertidumbre, ¿cómo sabía que no era ella quien había puesto la pieza de ajedrez en la cuna del bebé? ¿Cómo sabía que no era ella quien mantuvo informado a Esteban todo este tiempo? —No me veas de esa manera… —dijo agudizando la mirada. —¿De qué hablas? —pregunté fingiendo demencia mientras tomaba a mi pequeño entre mis brazos, dispuesta a salir de la habitación y buscar a los demás niños. —¡Isabella! —exclamó mi hermana detrás de mí—. No lo hagas. —¿Hacer qué? —Seguí con mi camino, haciéndole caso a mi instinto. —¡Isabella! —volvió a gritar mi nombre y al bajar las escaleras, me tomó del brazo, haciéndome voltear hacia ella—. Tú fuiste la primera en creer en mí cuando nadie más lo hizo. Fuiste la única que confió cuando dije que iba a cambiar y dejaría todo lo malo atrás. No te rindas ahora. —Celeste… Estuviste tantos años a su lado que me temo que tu relación tóxica no haya terminado, hablas de él con ta
ZARCO—¿No harías lo mismo si fuera Celeste? —preguntó Gabriel con voz neutra, dejándome sin palabras—. Daniel, ve con María y quédate a su lado mientras encontramos la manzana podrida. Daniel asintió y tomó el arma, saliendo de la habitación lleno de ferocidad, pero con un semblante mortecino. ¿En verdad era capaz de defender a María en esa condición?—No tardarán en llegar los refuerzos —dije una vez que estuvimos solos Gabriel y yo.—¿Refuerzos?—La milicia…—¿Cómo?—Hablé con el general Vargas —contesté saliendo al pasillo—. Cuando él llegué, no puede agarrarnos con las manos vacías o terminaremos todos en la cárcel. —¿Esa es tu apuesta? —Soy un hombre que va por todo… —agregué divertido—. De momento tenemos a dos encerrados en esa habitación, pero falta la pieza importante y sé dónde puede estar.—Ojalá y tu plan funcione… ULISES RAMÍREZEntré a la habitación de Yolanda y el corazón me dio un vuelco. Estaba inconsciente, dependiendo de un respirador y miles de monitores que p
DANIEL ÁVILA—Tal vez yo no seré capaz de hacerte hablar… —contestó Ramírez con una gran sonrisa—, pero sí mi futuro suegro. Creo que no hay mejor forma de ganármelo que entregándole a quien intentó asesinar a su hija. El general Vargas estará encantado de conocerte y sacarte todo apunta de golpes. Tal vez te meta a la maldita cárcel donde me metió, con todos esos criminales que estarán gustosos de tener una mujer para ellos. ¿Cuánto tiempo crees que tardarás en comenzar a suplicar por piedad?—Esos hombres no han visto en años a una mujer y apuesto a que les vas a parecer hermosa —agregué sintiendo lástima por ella. —¡No! ¡Espera! ¡No! —exclamó la chica aterrada, aferrándose a la chamarra de Ramírez—. No me pagan lo suficiente para soportar eso.—¿No? Creí que Esteban te estaba pagando mejor que Gabriel —agregó Ramírez.En ese momento la puerta se abrió, alertándonos, ya esperábamos un conflicto más cuando Gabriel y Zarco entraron, desconcertados por lo que veían.—El hospital es un
CELESTE CÁRDENASLlegué hasta la puerta donde Isabella me estaba esperando, sus ojos se iluminaron y extendió su mano hacia mí, ansiosa porque saliéramos por fin de esa casa, pues los pasillos ya comenzaban a iluminarse con el fuego que los devoraba. Al ser tan grande, el incendio había tardado en apoderarse de todo, pero el tiempo no perdonaba, la madera comenzaba a crujir y pedazos de techo caían al suelo. Ese lugar se estaba convirtiendo en una trampa mortal.—¡Vamos! Guillermina está con los niños y… —Noté en su semblante pálido y aterrado que ya había visto a Esteban detrás de mí. Cuando giré sobre mis talones, Esteban estaba sosteniendo esa arma perdida, apuntando directo hacia Isabella. —Esto se acabó… —dijo con media sonrisa, sabiéndose victorioso. —Lo siento mucho, Isabella… —agregué con lágrimas en los ojos, sabiendo que ahora creería que yo siempre estuve del lado de Esteban.—Celeste… —Sus ojos ignoraron por completo el arma apuntando hacia ella, prefiriendo verme a mí,