CELESTE CÁRDENAS—Bien… Tu siguiente cita está agendada —dijo María revisando el expediente y apuntando unas cosas—. Recuerda que debes descansar y comer bien. No dejes de tomar tu ácido fólico y si tienes molestias o cualquier situación extraña, no dudes en llamarme. ¿Entendido? —Entendido… —contesté inquieta. ¿Qué debía de hacer? ¿Convencerla de que regresara y viera a Daniel? ¿Llamarle a Daniel para decirle que aquí estaba María? ¿Podía arruinar más las cosas entre ellos? Tal vez lo mejor era dejar todo como estaba.—Doctora Murillo… —intervino la enfermera con algo en los brazos. Era un bebé, lo supe por esas manitas que se asomaban de la cobija. —¡¿Qué haces?! —preguntó María poniéndose de pie con rapidez, parecía que en vez de bebé era una bomba. —Es que está muy molesto y tiene hambre —dijo la enfermera confundida—. Ya se devoró el último biberón que dejó y… creí…María clavó su mirada en mi rostro y yo tuve que voltear en otra dirección y aparentar que su cartel sobre conju
CELESTE CÁRDENAS—No puede ser cierto… —Intenté retroceder, pero las manos de Zarco me sujetaban con firmeza. —Vine por ti —dijo molesto y preocupado. —¿Por mí? ¿Para qué? Me está yendo súper bien aquí sola, sin ti —dije iracunda retorciéndome entre sus manos—. Suéltame o gritaré, te lo juro. —¿Y qué? ¿Crees que los guardias de seguridad de alrededor podrán conmigo? —preguntó divertido. —Tal vez no, pero me dará tiempo para irme… —contesté forcejeando.Me jaló hacia su pecho y me envolvió entre sus brazos, intentando contenerme. —Deja de moverte así, le hará daño al bebé.—A «los bebés», son gemelos.—¿Gemelos? —preguntó con los ojos bien abiertos.—¡Sí! ¡Gemelos! Así que déjame, como tú bien insistes, no son tuyos, lo admito, ahora suéltame —agregué queriendo escurrirme entre sus brazos, pero me fue imposible.—Celeste, deja de comportarte como niña pequeña, ¿quieres? —dijo con ternura, como si mi actitud le diera gracia.—¡Oblígame, perro! —grité furiosa golpeando su pecho. —¡A
CELESTE CÁRDENASSalí de la habitación con la cabeza dándome vueltas mientras María deseaba detenerme. ¿Enfrentaría a Zarco o lo evitaría? ¿Pelear o huir? Mi corazón estaba dividido en dos. ¿Me había usado para descubrir dónde estaba Esteban? Entonces… ¿Qué hacía aquí? ¿Yo sería la primera en caer? —¡Mami!Me quedé congelada en cuanto vi a Paula corriendo por el pasillo hacia mí, con los brazos abiertos y los ojos llenos de lágrimas. Se abrazó a mi cintura con fuerza y, después de un momento petrificada, terminé estrechándola con dulzura. —Mi bebé… —No podía fingir que no la había extrañado. En ese momento se acercó con parsimonia Zarco, tan elegante y agradable a la vista como siempre, luciendo su mejor sonrisa y esos hermosos ojos que tanto me encantaban.—¿Podemos platicar en un lugar más tranquilo? —preguntó extendiendo su mano hacia mí. ¤Me llevó a una pequeña casa que estaba rentando, con un jardín amplio, luminosa y sencilla, parecía la clase de lugar que podía convertirse
CELESTE CÁRDENASComo lo hice aquella vez, usando nylon y la aguja de una jeringa, improvisé una sutura para poder cerrar la herida de su corazón. Mientras me concentraba al unir los bordes, podía sentir su mirada en mí y su mano jugando con mi cabello. —Te pude haber matado… —dije con los dientes apretados. ¿Cómo podía estar tan tranquilo? —No lo ibas a hacer.—¡Te lastimé! ¿Qué tal si decido atravesarte el pecho? ¿Cómo pudiste confiar de esa manera?—Ya te dije, prefiero morir en tus manos que alejarme de ti. ¿Sabes cuánto sufrí teniéndote lejos? ¿Sabes lo cruel que fue soñar cada noche que te perdía y jamás volvía a tenerte? —Tomó mi rostro entre sus manos y me vio fijamente a los ojos—. Así como tú, no estaba dispuesto a pelear por demostrar que era inocente, pero tampoco iba a alejarme de ti. »Sí decidí venir a buscarte, no solo fue para pedirte perdón. Me enteré de que Esteban había escapado y supe que tú podrías ser uno de sus objetivos. Tenía miedo de que fueras su víctima
YOLANDA VARGASTenía como veinte llamadas perdidas de Isabella, ¿qué le pasaba a esa mujer? ¿Nunca dormía? Volteé mi teléfono sobre la mesa, dispuesta a ignorarla por un buen rato mientras alcanzaba mi trago.—Brindemos por el futuro de nuestro negocio —dijo el hombre a mi lado. Habíamos firmado un contrato que aseguraba muchos beneficios para la disquera, esta se asociaría con una escuela de música. La disquera abriría sus puertas a talentos nuevos y la escuela tendría un lugar para ofrecerles trabajo a sus estudiantes recién egresados, era un negocio redondo.Me bebí en su totalidad el contenido de mi vaso y cuando lo dejé en la mesa me sentí mareada. Tal vez lo había tomado con mucha rapidez. E
YOLANDA VARGASDesperté revuelta entre las sábanas, con un dolor de cabeza insoportable y la boca seca. No recordaba muy bien lo ocurrido y al sentarme en la cama reconocí el cuarto de hotel. Me quedé en la orilla, sosteniendo mi cabeza, intentando respirar sin que las palpitaciones en mi me noquearan.Cuando levanté la mirada vi un vaso de agua delante de mí y una pastilla de tamaño considerable. —Tómatela, te hará bien —dijo Ramírez. Sin dudarlo engullí la pastilla y me acabé el vaso con agua, estaba sedienta—. Deberías de ser más cuidadosa con quien te vas a beber.—En teoría era mi socio, esperaba más profesionalismo de su parte —contesté frunciendo el ceño y dejándom
YOLANDA VARGASDespués de un merecido baño me di cuenta de que Ramírez parecía un animal asustado y molesto. Me veía con profundidad y en silencio. ¿Había cometido un error al intentar seducirlo? Tal vez. Era un hombre que no parecía gustarle las relaciones interpersonales. ¿Era muy tonto esperar que se enamorara de mí y tuviéramos una relación seria? ¿Sería la clase de hombre que podría llevar a casa en navidad? ¿Con quién podría tomar un helado en un parque y caminar de la mano? ¿Por qué era tan mala escogiendo a los hombres en mi vida? Si no me usaban, entonces eran peligrosos, pero en ningún caso parecían capaces de darme una relación larga y duradera, y todo era mi culpa. En cuanto comencé a pelear con el cierre de mi falda, Ramírez me tomó por los hombros y me giró, haciendo que mi espalda chocara con su pecho, erizando mi piel al sentir su boca tan cerca de mi oído. Suavemente deslizó el cierre, y sin apartarse de mí, olisqueó mi cuello mientras sus manos se posaban en mis ca
DANIEL ÁVILA—¿Teresa? ¿Qué haces aún aquí? —pregunté a la chica que hacía la limpieza del «pent-house».—¡Doctor Ávila! ¡Lo siento! Es que se metió una mujer y… no… supe como… sacarla. —¿Una mujer? —Después de saber que Esteban estaba libre, cualquier cosa así podía ser peligrosa—. ¿Qué mujer?—Está en su despacho… profundamente dormida. No quise despertarla, ¿qué tal si se pone violenta? —preguntó ansiosa. —Ya vete… yo me encargo —le pedí haciéndome a un lado para que pudiera salir por la puerta, mientras yo tomaba una botella del minibar, dispuesto a usarla de ser necesario. Me acerqué con paso seguro hasta mi despacho y abrí la puerta lentamente, encontrando a una mujer acurrucada en el sofá que alguna vez le perteneció a María. Mi corazón dio un vuelco y mi estómago se retorció dolorosamente cuando me acerqué un poco más y me di cuenta de quién era la invasora. María dormía plácidamente, abrazando nuestra foto. Tenía la apariencia de una hermosa y celestial virgen, con ese te