ISABELLA RODRÍGUEZ Quitarle su casa a Eduardo no fue problema, el imbécil no era muy bueno administrando su dinero. Gabriel le había dado una suma estúpidamente grande por la empresa, porque era obvio que Eduardo no la soltaría tan fácil. Aún con todo ese dinero, no fue capaz de asegurar su patrimonio ni invertir en proyectos rentables. En cuanto Sebastián supo que el banco estaba a punto de quitarle la casa, de pronto me surgió un interés por ella. No solo quería quitársela, quería demostrar superioridad y humillarlo, quería que viera de nuevo a la mujer que menospreció y chantajeó, pero esta vez quitándole su hogar con la facilidad con la que se le quita un dulce a un bebé. No voy a negar que su rostro lleno de odio me hizo sentir satisfecha y eufórica, como si la versión mala que crecía dentro de mí se alimentara con su dolor y frustración. ¿Me estaba convirtiendo en villana? No me importaba. Parada sobre las cenizas del que alguna vez fue mi hogar, esperé paciente, con la ca
GABRIEL SILVA Todo se precipitó como una lluvia torrencial. Las noticias estaban en todos lados, «Celeste Cárdenas, impostora», «Celeste Cárdenas mandó a secuestrar a su hermana menor por dinero», «Celeste Cárdenas finge morir para quedarse con el dinero del rescate», «Celeste Cárdenas, exesposa de Gabriel Silva, trepadora, se casará con Daniel Ávila por interés». Me indigné, pues comprendí que ella me había mentido desde aquel entonces. Éramos muy jóvenes y yo aún confiaba en las personas. Lo único que me daba consuelo era que el abuelo no estaría muy feliz con lo que ocurría y lo confirmé cuando recibí una llamada de mi abuela, exigiendo que me presentara a una reunión familiar de improviso. —¡¿Cómo es posible esto?! ¡Yo pensé que esa mujer estaba desprotegida! ¡Pero es una arpía como todas las demás! —exclamaba mi abuelo, manoteando y golpeando la mesa del comedor con los puños, mientras Celeste lloraba desconsolada entre los brazos de Daniel. —¡Todo es una equivocación! Busc
GABRIEL SILVAPues sí, mi abuela tenía razón, terminé asistiendo a esa horrible y repulsiva fiesta. En otros tiempos la disfrutaría y, no lo voy a negar, no solo saldría con una chica, saldría por lo menos con cinco, pero las cosas habían cambiado. Desde que había escuchado a Celeste mencionar que Isabella se había casado, no podía ni siquiera respirar sin pensar en eso. Me sentía furioso y herido, ¿en verdad se había olvidado tan fácil de mí?El antifaz negro comenzaba a molestarme y la insistencia de las mujeres a mi alrededor se volvía un fastidio. Mientras parloteaban de cosas que claramente no me importaban, curaba las heridas de mi corazón con algo de alcohol, hasta que de pronto la vi.Una delicada y
ISABELLA RODRÍGUEZEmpujé a Gabriel, imponiéndome, mostrándome como la mujer fuerte y desalmada que quería ser, la mujer que no se dejaba dominar por amores del pasado y que el corazón se le había vuelto roca, pero tuve que verlo una vez más a los ojos para sentirme… rota. Extendió su mano hacia mí, invitándome a regresar a sus brazos y noté que mi cuerpo había comenzado a enfriarse lejos de él. Quise gritar y decirle que lo odiaba, que vengaría la muerte de mi padre, pero… mi corazón no pensaba lo mismo. —Isabella… haré lo que sea —dijo en un susurro y aunque era incapaz de ver mis lágrimas por la tela que cubría mis ojos, yo sentí como esta se humedeció.Tragué saliva de manera dolorosa antes de negar con la cabeza, pues la voz no saldría de mi garganta, se rehusaba. Mi cuerpo dolía con cada paso que retrocedí, aferrada a ser la mujer vengativa y sin corazón que quería ser. Agaché la mirada y di medía vuelta, sus súplicas se disolvieron entre los murmullos de la reunión y la músic
ISABELLA RODRÍGUEZRebasé las puertas de esa enorme mansión, estaba en penumbra como bien lo recordaba. Quise gritar el nombre de mi bebé, pero sentía que monstruos saldrían de las esquinas para querer silenciarme. Todo me traía recuerdos, lamentablemente, más amargos que dulces.El sonido de mis pasos fue lo único que causaba eco en el recinto y cuando creí que me encontraba tan sola como en verdad me sentía, el tibio tacto de una mano firme y de dedos ásperos, recorrió mi brazo desde la muñeca al hombro, pero ese gesto fue suficiente para que el resto de mi cuerpo temblara y toda mi piel se erizara.—¿Dónde está mi bebé? —pregunté sin valor de voltear. ISABELLA RODRÍGUEZ—Sí, ahí está… y ese es su corazón…Escuché una voz femenina a lo lejos, causando eco en mis oídos mientras una sensación fría recorría mi vientre.Con un suspiro, abrí los ojos por fin y entonces los vi. Gabriel estaba inclinado detrás de aquella doctora que me había dado un tratamiento de fertilidad en vez de pastillas anticonceptivas. Ambos veían la pantalla de una máquina portátil de ultrasonido y esa sensación fría solo se trataba del transductor resbalando por el gel sobre mi abdomen.—¡Nuestra mamita ya despertó! —dijo la doctora emocionada, pero solo Gabriel pudo interpretar mi caCapítulo 61: Obsesión y orgullo
ISABELLA RODRÍGUEZ—Escúchame bien, Isabella… —dijo Sebastián a través del teléfono de María. No estaba dispuesta a usar mi propio celular y que Gabriel descubriera mi treta—. El técnico me ha dicho que la empresa Silva creó un microchip de alta tecnología y parece que es el futuro de la industria armamentística del país. No es cualquier cosa para microondas y refrigeradores, prácticamente se volverá el corazón de misiles tácticos. —Eso suena… complicado… —contesté sorprendida, viendo a María escondida detrás de la puerta, revisando si alguien se acercaba a la habitación.—Sí logras conseguir ese microchip, harías que la empresa de Gabriel se fuera a la bancarrota de inmediato. Ha hecho una inversión monstruosa para crear esa cosa. Por otro lado, nosotros, con esta nueva empresa, podemos mejorar ese chip, patentarlo y venderlo en cuanto la empresa Silva le quede mal al ejército. De esa forma te posicionarías a la cabeza con la empresa con mayor éxito del país y, no solo Gabriel, sino
ISABELLA RODRÍGUEZ De inmediato salí corriendo mientras mi estómago se encogía y una voz dentro de mi cabeza me gritaba que no lo hiciera, pero mi cuerpo no reaccionaba y seguí hasta la puerta. En ese momento me encontré con María, quien apenas llegaba, arrastrando esa maleta con rueditas que cargaba su material. Al verla palidecí y ella entendió lo que había hecho. Su mirada desilusionada hizo retorcer mi corazón. La había decepcionado. Me acerqué para abrazarla, más de desesperación que de cariño. —Lo tengo, llévaselo a Sebastián —dije en su oído mientras metía el chip en su bolsillo. —Espero que no te arrepientas de esto —contestó María con tanta tristeza que me hizo sentir peor—. Sobre todo, espero que puedas distinguir entre la persona que eres ahora, y esa mujer a la que tanto odias y que consideras ruin y todo un monstruo, tu hermana Celestes. Supongo que la genética no se puede ocultar. —La diferencia entre Celeste y yo, es que yo no me la paso llorando ante todos, pidi