-Después de tí- exclamó caballerosamente Danny, abriendo la puerta del restaurante para que Celeste pase delante de él. La rubia observó el lugar maravillada, era hermoso, con una iluminación cálida y acogedora. Mesas de algarrobo que combinaban con la madera de los techos y las paredes, y hermosos ventanales desde donde se podía apreciar el río que pasaba por el puerto de la ciudad. Claramente era una vista excepcional, reservada para los que podían pagar un lugar como ese. -¿Hermoso verdad?- exclamó su jefe caminando detrás de ella. Celeste debía reconocer que no había sido mala idea distraerse un poco y ese lugar parecía ser perfecto. Sus ojos cargados de curiosidad se movieron hacia las mesas, todos parecían personas de clase alta, pero no notaron su presencia, cada uno estaba metido en sus propios asuntos y eso la tranquilizó. Excepto por algo, o más bien alguien.Al principio solo fue una extraña sensación en su estómago cuando atravesó el umbral de la puerta, pero culpó a s
Celeste hundió su rostro en la almohada y lloró. Lloró por la rabia, por ser una ilusa, por creer que un hombre como él la vería más allá de un producto, un envase vacío al cual usar y descartar. La última vez que había llorado tanto fue cuando le arrebataron a su padre de sus brazos hace más de diez años. Luego de eso su corazón quedó con una herida abierta pero controlada, jamás pensó que volvería a sentirse así, como si se estuviera muriendo. El dolor de cabeza se asomó, pero eso no detuvo sus lágrimas amargas. Su jefe la habia estado llamando desde que había huído del restaurante. ¿Acaso los hombres no entienden? Solo juegan con los sentimientos de las mujeres. Pensó colgando una vez más la llamada. De repente, se escucharon golpes ansiosos en la puerta de su departamento y agradeció esta vez haberle puesto candado a la puerta. -¡Déjame en paz!- chilló levantándose de la cama. -¡Quiero estar sola! ¿No lo entiendes?- La rubia corrió furiosa hacia la puerta, aún con el rostro roj
Thomas sintió un rico aroma que hizo rugir su estómago entre sueños. Por un momento pensó que estaba soñando, que todo lo que había ocurrido la noche anterior había sido una de sus crueles fantasías y que despertaría una vez más en su pent hause frío y solitario, demasiado grande para una sola persona. La voz de su ángel le hizo saber que todo era real. -Thomas… despierta, ya está el desayuno- El joven gruñó fingiendo molestia y se cubrió el rostro con la sábana. Celeste puso los ojos en blanco y sonrió. Lentamente se acercó hacia el gran bulto que había robado su cama, sin esperarse que Thomas saliera de entre las sábanas y la tomara entre sus brazos. -Ahora eres mi presa- bromeó aferrándose a su cintura mientras besaba su cuello como si quisiera comérsela. -¡Thomas!- chilló riéndose con fuerza. -Me haces cosquillas- dijo con la voz aguda, su cintura y su barriga eran zonas sensibles y cualquier toque la hacía reír. -No voy a soltarte- dijo escondiendo su rostro adormilado en l
Un coche de lujo que contrastaba con su barrio se estacionó en la puerta de su edificio, juraba que el último coche había sido color negro, este era Gris como la plata. ¿Cuántos coches tenía Thomas en su haber? Celeste no se animó a preguntar. -Después de tí- sonrió el joven, abriéndole la puerta trasera. La rubia sonrió y entró al coche que olía a nuevo. “Una nueva adquisición” pensó fascinada. ¿Cuántos años tendrías que trabajar para poder comprar un coche como este? La joven estaba segura de que quizás unos 500 años y Thomas en tan solo un mes. ¿O quizás días? Parpadeó con fuerza, quitándose esos pensamientos sin sentido y se giró hacia el joven, dándose cuenta de que la estuvo observando en silencio todo este tiempo. -¿Tengo algo en la cara?- dijo nerviosa, colocando un mechón dorado detrás de su oreja. El azabache negó con la cabeza- Solo me gusta verte, cuando estás así como concentrada haces una cara muy graciosa. -¡Ey!- chilló con el rostro rojo de la vergüenza. -Tranqu
esta noche” Celeste sonrió a la pantalla de su móvil. Las últimas semanas ese tipo de mensajes llegaban de forma inesperada en las noches antes de su horario de salida.Desde que las cosas habían mejorado con Thomas, cada vez que tenía huecos en su apretada agenda, pasaba a buscar a la joven por su trabajo y pasaban una romántica velada juntos en algún restaurante y claro, con postre final en la madrugada.A veces era en un restaurante que el CEO elegía, otras veces en alguno que ella elegía. Se iban turnando, como si ambos quisieran entender un poco más el mundo del otro. -¿Y esa cara de novia?- Celeste guardó rápidamente su teléfono en el bolsillo delantero de su delantal- Oh, nada. Solo un chiste tonto- mintió. Desde que había comenzado a “Salir” con Thomas, no había tenido el valor de contarle a su amiga, y menos a su jefe. Por el momento quería que solo fuera algo de ellos, como si todo fuera un sueño perfecto. Krystal la miró con una ceja alzada pero no dijo nada, cambiand
Thomas estaba observando en su móvil el carrete de fotos Celeste de su última cita, fotos que él le había sacado desprevenida, justo cuando una llamada entrante de Bruno tapó el rostro de su amada. Puso los ojos en blanco, fastidiado por la interrupción. Levantó la llamada inclinándose en su asiento de cuero, girándose hacia el gran ventanal desde donde disfrutaba las luces nocturnas de la gran ciudad. -¿Qué?- dijo con fastidio. -Jefecitooo, ¿Cómo estás? -¿Que quieres Bruno?- -Yo estoy bien gracias- bromeó- Bien, supongo que voy al grano, sino me vas a cortar… -Estás tardando demasiado…- dijo con impaciencia. -Quería que fuéramos a tomar algo…-No gracias- lo interrumpió. -¡Déjame terminar de hablar! Thomas bufó pero no dijo nada. -Sé que aún estás en la oficina, como siempre, haciendo horas extras hasta tarde. No te haría mal distraerte un rato, hay un lugar nuevo que quiero que conozcamos juntos. ¡Prometo que nada de strippers ni ninguna sorpresa!- chillo del otro lado. El
Celeste atravesó las rejas del gran edificio gris y triste. Los guardias de la entrada la saludaron con un asentimiento en la cabeza, no necesitaron pedirle su identificación, todos los empleados de la cárcel estaban acostumbrados a ver a la jovencita a veces más de una vez al mes. -¡Hola linda!- saludó una de las empleadas más antiguas del lugar. -Mari...- sonrió resplandeciente la joven, acercando al mostrador un gran tupper de plástico- Esta vez son de limón, sé que las de chocolate de la última vez no te cayeron muy bien. -Eres un ángel querida, dale pasá, tu papá ya está esperando ansioso en la sala de visitas. La joven pasó a través de la segunda reja, se dejó revisar como protocoloco por los guardias que le sonrieron y entró a la sala de visitas. Allí había muchas mesas pequeñas con una silla de cada lado. Había muchas familias visitando a los presos. Esposas, madres, familias enteras con sus hijos. Celeste buscó con sus grandes ojos pintados como el cielo a su padre, sonr
Apenas podía verse la cabellera negra de Thomas de Anchorena por sobre la pila de expedientes que se acumulaban en su escritorio. Había pasado todo el día hasta que bajó el sol revisando las ganancias del mes de la nueva sucursal automotriz que había inaugurado en Argentina de su empresa “AM” y que sus padres le habían confiado al 100 por ciento para que él se hiciera cargo y demostrara que era un líder nato. Por ello, todo tenía que cerrar perfecto. Escuchar los golpecitos en su puerta sólo incrementó su nerviosismo y sus ganas de mandar todo a la mierda. Ignoró el llamado, quizás la persona que estaba del otro lado entendería la indirecta y se marcharía sin insistir. La puerta se abrió de golpe arruinando su paz. -¡Lo siento señor de Anchorena! ¡Trate de detenerlo!- gritó su secretaria. Thomas no tuvo que asomarse por sobre los papeles para saber que Bruno había sido el descarado que había entrado a su oficina sin permiso. -Está bien Nancy, no te preocupes, pero la próxima lla