CAPÍTULO 14

La luz del sol se derramaba sobre la vasta extensión del comedor Montenegro, arrojando destellos de luz que danzaban sobre la plata pulida y la fina porcelana preparada para el desayuno. Ava caminó junto a Sebastián, con la mano ligeramente apoyada en su brazo, una sensación que hizo poco para calmar el revoloteo en su estómago.

—Recuerda por qué estamos haciendo esto. —susurró Sebastián, su voz como un hilo de seda tejiendo a través de sus nervios, estabilizándolos. —Nuestra venganza será dulce.

Ava asintió y la tranquilidad floreció en su interior como el primer soplo de la primavera. Pero tan rápido como llegó, una sombra pasó sobre ella: Alejandro estaba de pie en un pasillo adyacente al comedor, su mirada penetrante y oscura, como un eclipse contra la luz de la mañana.

Sebastián percibió el momento (oportunidad revestida de silencio) y se volvió hacia Ava, tomando su rostro con una tierna ferocidad que contradecía sus verdaderas intenciones. Sus labios se encontraron con los de
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