Pasaron toda la tarde en la habitación haciendo el amor. Jennifer se asombraba de sí misma, de la resistencia física de ambos, y del hambre que estaba mostrando él. Una semana separados había sido demasiado, al parecer, más, porque habían estado disgustados.Ya era tarde en la noche cuando él por fin salió de la habitación y la dejó desnuda en la cama. Robert lo había llamado y él se había encerrado en su despacho.Salió de la cama sintiendo hambre, y se vistió con lo primero que encontró para bajar a la cocina.Una vez abajo, escuchó voces que venían de la cocina, así que se levantó y caminó a paso lento. Era la voz de una de las chicas de la limpieza, que parloteaba mientras acomodaba unos trastos. Patricia preparaba algo en la estufa.—Es que yo digo, tuvo que ser algo muy fuerte, algo muy malo. El señor estaba terriblemente enojado —decía la chica de la limpieza—. O sea, es que ni se giraba a verla. ¿Y los viste pelear esta mañana?—No deberías meterte en esas cosas —la reprendió
Un toque tuyoY en fiesta infinita celebra mi piel Un beso tuyoY mi alma se derrama sobre ti como la miel.Jennifer besó profundamente la boca de Jeremy, que paseaba sus manos muy suavemente por la piel de su espalda, su costado, y la fue subiendo hasta atrapar en ellas sus senos, apretujándolos suavemente, deleitándose en su suavidad, la manera como llenaban sus manos.Ah, el cuerpo de su esposa, pensó él cerrando sus ojos, absorbiendo las sensaciones que entraban por todos sus otros sentidos.Con sus dedos, jugueteaba con los rosados pezones, y éstos se fueron endureciendo poco a poco. Ella gimió suavemente y él abrió sus ojos al oírla.—Eres una golosa —sonrió, y Jennifer se sacó la blusa que llevaba puesta para quedar completamente desnuda sobre él.—Y qué. Como si tú no fueras peor —él alejó un poco su cabeza mirándola ceñudo, pero cuando ella lo miró esperando que contradijera a sus palabras, él asintió.—Es tu culpa, de todos modos —dijo—. Estás demasiado buena —ella sonrió,
Tío Raymond se apareció de repente cuando ya la pareja había desayunado y Jeremy se bebía un café mientras leía el diario dominical sentado en la mesa de desayuno de la cocina, y Jennifer lo observaba preguntándose por qué esta escena le parecía tan hermosa.Lo anunciaron, y ambos se miraron alarmados.— ¿Qué querrá? —preguntó Jennifer un poco asustada. En el pasado, todas las veces que habló con tío Raymond fue para malas noticias. Jeremy sólo agitó levemente su cabeza pidiéndole que no se preocupara. Dejó el diario a un lado y se levantó para ir a recibirlo. Jennifer fue con él, y encontraron al hombre de pie en medio de la sala, algo agitado, y paseándose de un lado a otro.—Tío Raymond —saludó Jeremy con la voz impregnada de buen humor. Jennifer lo miró tratando de hacerle entender que tomara otra actitud, aunque en el fondo sabía que su marido terminaría haciendo lo que le diera la gana.—Te dije que no te doy permiso para llamarme así. Tú, niña. ¿Cómo es posible que sigas con es
¿Se puede amar tanto, pero tanto a una personaque termines olvidando tus pesares, y tus miedos?Recordando que la gloria pertenece a quien perdonaQue realmente no se vive si no luchas por tus sueños.Lucile vio a Jennifer y Jeremy bajar del auto y tomarse de las manos antes de entrar a su casa, y dejó salir el aire contenido. Ellos estaban bien.Había tenido la impresión de que no era así cuando habló por teléfono con su hija, pero al parecer habían sido ideas suyas, o, simplemente, en el transcurso de estos días, ellos habían arreglado sus diferencias.Les abrió la puerta ella misma, y al ver a su hija, y su luminosa sonrisa, la abrazó feliz.—Gracias por venir —les dijo, dándole ahora un abrazo a Jeremy, que le besaba la mejilla.—Gracias por invitarnos.—Estuve… un poco preocupada, pero veo que están bien —sonriendo, Lucile les tendió la mano para que siguiera, aunque notó que Jennifer miraba a Jeremy tratando de hacerle llegar un mensaje, y él simplemente pasaba su mano por su e
Cenaron con Lucile. Ella le preguntó a su hija, delante de Jeremy, si era posible que se quedara embarazada pronto. Jennifer, bastante sonrojada, explicó que no.— ¿Por qué no? ¿vas a esperar mucho? —miró a su marido, que la miraba muy interesado en su respuesta.—Mamá… sólo tengo veinticuatro años.— ¿Y qué? Yo te parí a ti a los veinte.—Pero ahora es diferente. Quiero esperar, quiero tener aunque sea un par de años más…—Ella, lo que quiere, es vivir primero la vida loca —sonrió Jeremy.— ¡Pero ya está casada!—Lucile, ella aún puede vivir la vida loca conmigo—. Lucile se echó a reír—. No te preocupes, no dejaré que consuma drogas—. Jennifer le pegó en el hombro, y él sólo sonreía—. El teléfono de Jeremy timbró, y lo buscó para ver quién era—. Hammonds —dijo, extrañado, pero la llamada se cortó y no tuvo tiempo de contestarle.— ¿Pasará algo urgente?—En cuanto termine de cenar, le devolveré la llamada —aseguró Jeremy.Cuando se levantaron de la mesa, Jeremy marcó al número de Hamm
De tu mano y a tu ladoQuiero vivir todos los años que me quedanEstoy tan enamoradoQue la vejez no me asusta, ni el peligro, ni la muerte.Dos hombres llegaron a la casa de Jeremy y Jennifer a media mañana, y sólo entonces Jeremy salió de la casa. no sin antes hacerle prometer que sería en extremo cuidadosa, que acataría sus consejos de no ir a ningún lugar sola.—No saldré siquiera de la casa —le prometió ella, y luego de un beso, él salió al fin.Llamó a su madre para darle la mala noticia, y ésta también le pidió que no saliera sola, prometiendo ir a visitar a la viuda y llevarle sus condolencias, y luego, venir a su casa a hacerle compañía.Jennifer se cruzó de brazos mirando al jardín desde el ventanal de su sala.Cómo podían cambiar las cosas de un día para otro, pensó. Ahora, era prisionera en su propia casa porque tal vez había un loco desquiciado que se creía el dueño de las vidas a su alrededor.Hoy, más que nunca, se preguntó qué clase de persona podía ser él. ¿Cómo lo ha
Asistieron al funeral de John Hammonds custodiados por casi todo un contingente de guardaespaldas. Jeremy y Robert estaban uno a cada lado, haciéndola sentir más segura. Si el mismo presidente podía asistir a actos públicos, ella podía ir al funeral del viejo amigo de su padre, pensó.Raymond Cameron asistió con su esposa, pero Jennifer sólo los miró de lejos. No quiso tener contacto con ninguno de los dos.—Tu tío aún no ha ido a las oficinas para que le explique lo sucedido —le susurró Jeremy al oído—. Pensé que iría esta misma semana, pero no ha sido así.—No importa —contestó ella mirando a Raymond con un poco de rencor—. Si no le importó lo que sucedía con la empresa en vida de papá, dudo que ahora ponga un poco de atención.—Su parte es grande —siguió Jeremy—. Debería interesarse un poco más.—Pero a lo mejor la mujer le dijo que no, o quién sabe—. Jeremy miró hacia donde estaba Raymond, observando a la alta y curvilínea mujer que estaba a su lado. Era una clara muestra de lo qu
Espérame, mi amor, espera por míNo importa qué tan negra esté la nocheNi qué tan hondo sea el abismoSi tú estás al otro lado, esperándome llegarYo saltaré alto, podré ver en la oscuridad.Jennifer miró el cuarto de ropas todo lo minuciosamente que sus nervios le permitían. Sentía el corazón palpitando en su garganta, la sangre agolparse en su cabeza, y las palmas de las manos húmedas. Respiró profundo varias veces y miró de nuevo a su medio hermano recién descubierto, pero verlo le dolía, pues se parecía bastante a su padre.William Hendricks había muerto a los cincuenta y siete años, demasiado joven. Había unos cuantos años de diferencia con su madre, Lucile, que apenas tenía cuarenta y nueve, pero habían sabido entenderse, y al final de sus vidas, habían estado muy enamorados. Esto era una prueba fehaciente de que hasta los hombres más correctos tenían taras en sus hojas de vida, pequeños errores que podían convertirse en enormes complicaciones; y esta complicación en especial e