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Los días transcurrían lentamente, y Valentina seguía dividiendo su tiempo entre el hospital, las reuniones de negocios y su hogar. Aunque su prioridad era estar al lado de Javier, no podía descuidar el bienestar de su bebé. A pesar del caos, trataba de mantener la calma, pero cada día era más difícil ignorar las señales que su propio cuerpo le enviaba.

Una mañana, mientras se sentaba junto a la cama de Javier, sintió una punzada en el abdomen. Al principio pensó que era solo el estrés, pero al segundo calambre, su rostro se contrajo de dolor. Isabel, quien estaba en la habitación organizando unos documentos, notó de inmediato la tensión en Valentina.

—¿Estás bien? —preguntó Isabel, dejando los papeles a un lado.

—Sí, solo... solo es un pequeño dolor —respondió Valentina, intentando restarle importancia.

—Valentina, no puedes seguir descuidándote. Sabes que el doctor recomendó reposo y chequeos frecuentes. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste al ginecólogo?

Valentina evitó la mirada de
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