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Al día siguiente, Javier se levantó temprano, lleno de entusiasmo por visitar las instalaciones de la Fundación Santos. A pesar de que aún dependía de su silla de ruedas, su energía era contagiosa. Valentina lo acompañó, siempre atenta a cada detalle, pero dejándole el espacio necesario para sentirse independiente.

La Fundación Santos se encontraba en un amplio edificio rodeado de jardines llenos de vida. Los colores vibrantes de las flores contrastaban con el cielo despejado, creando una atmósfera de esperanza. Karina y Jacinta los esperaban en la entrada principal, con sonrisas que reflejaban tanto alegría como orgullo.

—¡Bienvenido, Javier! —exclamó Karina, acercándose para darle un abrazo cálido.

Jacinta se inclinó para besarle la mejilla. —Te va a encantar todo lo que hemos logrado. Cada rincón lleva tu legado.

Entraron juntos, recorriendo los pasillos llenos de murales pintados por los niños beneficiados por la fundación. Las paredes contaban historias de superación, de sueños c
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