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Andersonville era un barrio tranquilo y colorido, Allegra despertó temprano, salió a caminar por aquellas calles, le gustaba ese lugar, las personas eran cálidas y poco prejuiciosas, no sostenían el glamour de Miami, pero a ella no le importaba. Siguió caminando y se sintió acechada, cuando giró encontró a Santiago Sanders detrás —Tenías que ser tú. —Buenos días, Allegra. —Buenos días. —Si piensas que te estoy siguiendo estás equivocada —dijo Santiago, ella observó la canasta que cargaba en sus manos—. En realidad, voy de picnic. Allegra estaba confundida, entonces Lyla apareció corriendo y se detuvo junto a ellos —Listo, Santi, ya he traído nuestras frazadas —dijo la niña sonriente y miró a Allegra—. Hola, Allegra, ¿Vendrás con nosotros? —¿A dónde? —Iremos de picnic a la playa Oak. Allegra sonrió —Me alegro, diviértanse. —¡Por favor! ¡Ven con nosotros! —exclamó Lyla con una gran sonrisa blanca y los ojos brillantes, tenía un gesto de falso puchero que era tan tierno —Ven
Melanie y Max habían ido a una cafetería a dos cuadras del colegio —No puedo creer que nos volvamos a ver luego de estos años —dijo Melanie emocionada —Luego de que te fuiste, descubrí que te extrañaba, pero preferí fingir que nada pasaba. Ahora, Melanie, ya no puedo más, he cambiado soy un hombre distinto. —Sí es un cambio para bien, soy feliz por ti. —Es un cambio bueno para los dos. Melanie, me conoces bien, soy un hombre honesto y práctico. Estoy aquí porque eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida —Melanie escuchó aquellas palabras, no podía creerlas—. Ya estoy cansado de esa libertad que tanto presumía, quiero formar una familia a tu lado, Melanie ¿Quieres ser mi esposa? Melanie estaba impactada. ¿Cuántas veces ella había soñado con casarse con aquel hombre? Ella anhelaba formar una familia, criar hijos y vivir feliz al lado de su esposo, pero ¿Era Maxwell el hombre con el que ella quería compartir su vida? A su mente volvió el rostro de Michael, haciéndola
Denzel no había conciliado el sueño, se veía cansado, ojeras moradas se marcaban bajo sus ojos, le dolía la cabeza, el remordimiento y la confusión golpeaban al joven. No quería eso en su vida, porque siempre había anhelado la paz y plenitud, solo había soñado con tener una bella historia de amor correspondida, como sus padres y abuelos, no entendía porque frente a él encontraba aquella encrucijada, que lo llenaba de ansiedad. Solo recordar el nombre de Julia Greene le causaba dolor, no comprendía porque esa mujer había caído en una vida tan tormentosa. Se notaba que tenía dinero, pero Denzel pensaba que no sabía nada sobre ella y no se atrevía a juzgarla, iba rumbo a casa de Allegra, quería verla y así convencerse de lo que realmente sentía. No podía mentirle, Denzel estaba consiente que debía decir la verdad, pues ser un mentiroso no era opción para él. Denzel no era consciente de que Julia Greene lo seguía en su camioneta, desde que el joven había abandonado su lugar de trabajo. J
—¡Esa palabra te queda grande! ¡Ella es mía! ¡Me ama a mí! Denzel no entendía nada, en su mente había creído que Santiago no sentía nada por Allegra, pero frente a él tenía a un hombre enamorado, reclamando a una mujer que creía suya, y sabía que un hombre como Santiago Sanders no renunciaría a ella. Denzel no sabía si quería dar la pelea, pero su cabeza estaba confusa y ahora se dejaba arrastrar por la violenta pasión de la ira desatada —¡Ella no es tuya! La dejaste ir, Sanders, ¡Es mi novia! ¡Aléjate de ella! —¡Nunca, imbécil! ¡Ella y yo nos amamos, y tú solo eres un obstáculo! Hazte a un lado, sé inteligente. —¡Por favor, Santiago, vete! —Allegra lloraba, estaba asustada y sintió la ira ardiendo contra ella en la mirada de Sanders —Ya la oíste, genio, ella no te quiere, lárgate —dijo Denzel Santiago miraba a Allegra con rabia, era un duelo de miradas, entre la furia y el miedo. —Ya te dijo, Denzel, ya te dijo sobre nuestros ardientes momentos en Chicago —Santiago encestó un g
La ambulancia arribó al hospital, Allegra iba en una camilla, inconsciente, junto a ella estaban los paramédicos, pero también venían Santiago y Denzel. Descendieron la camilla a toda prisa, trasladándola dentro del hospital, iban rumbo al quirófano, Santiago y Denzel seguían ese rumbo, entonces Allegra ingresó, a ellos no se los permitieron. Santiago se descontroló, quería entrar, estaba fuera de sí, su mirada se perdía al observar como las puertas del quirófano se cerraban ante sus narices, era detenido por una doctora. La mente de Santiago estaba congelada ante la idea de perder al amor de su vida. Hasta que las palabras de la doctora lo volvieron al aquí y ahora —¿Saben cuál es su tipo de sangre? —Es tipo O negativo —dijo Denzel al verificar en la identificación de Allegra, pues el llevaba su cartera La doctora hizo una mueca de preocupación —¿Qué pasa? —Tenemos escasez de ese tipo de sangre y no sabemos si sea necesaria más. Además, es importante que consigan donadores, par
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que Allegra no lo sabe? —Ella lo sabe, estoy seguro de ello. Pero, ¿Entiendes que jamás podrás hacerla feliz? —dijo Denzel provocando con sus palabras que un nudo se formara en la garganta del señor Sanders—. Mírala, por Dios —dijo y ambos miraron a Allegra tras la ventana —Ella merece una buena vida, merece lo mejor del mundo, la felicidad. Seamos honestos, señor Sanders, no puedes dársela. ¿Qué clase de vida podría tener a tu lado? Esas palabras martirizaban a Santiago quien no dejaba de mirar a Allegra, sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas, negándose a derramar —Si me dices que puedes hacerla feliz, soy capaz de hacerme a un lado y dejarte el camino libre, incluso, aunque este seguro de que yo puedo hacerla más feliz —dijo Denzel acercándose a Santiago y observando a Allegra, cuando miró de reojo a Sanders pudo ver el reflejo de un hombre destrozado, un corazón carcomido por el dolor de perder a quien ama, y en ese momento por primera vez De
Allegra estaba sentada, mirando por la ventana, era un día de diciembre, habían pasado cuatro meses desde aquel incidente que casi le costaba la vida, ahora estaba recuperada de salud, pero no de ánimo. La inundaba la nostalgia. Todo lo que vivió y todo lo que quizás no podría vivir. Él venía a su mente, una y otra vez, lo extrañaba. «Ojalá pudiera tener alas para volar a dónde estás» pensó Allegra, pero aquellos pensamientos no aminoraron su dolor. Santiago se había esfumado de su vida, en un abrir y cerrar de ojos, tal como llegó. Cuando lo buscó y descubrió que simplemente se había largado de viaje, se dio por vencida. ¿Acaso no la amaba? ¿Acaso todo lo vivido era una mentira? Para Allegra no hubo necesidad de explicaciones, después de todo, con el mítico señor Sanders nunca sabría a qué atenerse o por lo menos era lo que imaginaba. Días después descubrió en los medios de comunicación que Santiago había revelado al mundo que era portador de VIH y que ahora era indetectable, ademá
Allegra estaba durmiendo, llegó el amanecer, el clima era fresco, alguien tocó a la puerta y la joven se apuró a levantarse, se puso su bata de dormir y caminó al salón, recordó que Michael ya no vivía a su lado, el hombre arrendó su propio departamento. La joven abrió la puerta encontró a Denzel con el gesto vulnerable y suplicante —¿Denzel, estás bien? Denzel no respondió, ni esperó que le permitiera ingresar, entró por su propio pie —Necesito que hablemos —dijo Denzel, su voz sonaba apresurada —¿A esta hora? —Allegra comprobó que estaban por dar las seis de la mañana —¡No puedo más! —exclamó Denzel con la voz en un hilo Allegra sintió un hueco en el estómago, era preocupación —¿Quieres un poco de café? —No. Por favor, solo siéntate a mi lado y escúchame, temo perder el valor —dijo Denzel tomando asiento, Allegra angustiada, tomó asiento frente a él. Miró su rostro desencajado, pálido y lloroso, su reflejo era de un hombre desamparado que perdió todo, Allegra no entendía lo q