Naomi. Estábamos en el comedor solo nosotros dos. Sus padres siempre desayunaban más temprano para no tener que vernos las caras, y Silvana solía hacerlo en la cocina o en su oficina. Le había contado todo mi sueño a Silas con lujo de detalles. —¿Dices que fui el único que decidió defender a su humana? —inquirió, un poco confundido por su expresión arrugada. Tenía ambas manos entrelazadas sobre la mesa. Yo asentí. —¿Me defiendes por encima de tus padres solo por nuestro vínculo? —cuestioné, decaída al imaginarlo. Yo también sentía esa conexión con él, pero me quería dar el tiempo para conocerlo a fondo y decir: sí, me encanta por cómo es, no solo por la atracción entre nuestros cuerpos. —Admito que ese vínculo me hace buscarte y protegerte, sin embargo, la decisión de no rechazarte la tomé yo —defendió, más serio—. Cuando el otro día me dijiste que éramos de mundos diferentes, y de clases sociales diferentes, quise ayudarte. No por lástima, sino porque deseaba poder conocerte
Naomi. Quedé paralizada al ver cómo ese pelaje blanco pasó por mi lado en dirección a Axel. Él se estaba sobando el culo y la espalda, el golpe fue duro. —¡¿Q-qué demonios, jefe?! —exclamó, entre tartamudeos—. ¡No pretendía hacerle daño! ¡Ni siquiera sabía que era tu luna! Sacudió ambas manos, desesperado por calmar la situación. Silas no le hizo caso, soltó un gruñido brusco que provocó una expresión de miedo en el pelinegro. Se lanzó sobre él. Axel gritó como una niña, cagado y con lágrimas en los ojos. Gracias a eso, Silas se detuvo al ver que su rival no se defendía, y poco a poco volvió a su forma normal. Al estar de espalda, pude detallar la raya entre sus nalgas…Peluda, extremadamente peluda. Sacudí la cabeza. —¿Qué pretendes? —cuestionó, con una mano en la cintura—. Por lo menos defiéndete. —¡Ya le dije que no planeaba nada malo! —chilló, aún asustado y con la boca arrugada—. Creí que ella al ser una humana, estaría en peligro… Silas lo detalló de pies a cabeza. Tuv
Naomi. Un par de días después, me levanté somnolienta al responder la llamada de Malena, no dejaba de vibrar mi celular. —¿Hola?—¡Naomi Adler! ¡Me importa una mierda que el padre de tu hijo te tenga encerrada en quién sabe dónde! ¡Te necesito ahora mismo! —gritó, me dolió el oído. Restregué mis párpados para ver mejor. Eran las ocho de la mañana, dormí mucho, pues el día anterior trabajé hasta tarde con Silvana y para mi sorpresa, estuvo de buen humor. —¿Qué sucede? Te noto muy exaltada. Vi que Silas no estaba en el mueble, solía ir cada mañana a leer mientras yo dormía. —¡¿Es que no me escuchas?! Tenemos que vernos con urgencia —Su voz salió atropellada—. N-Naomi… hay cosas de mi pasado que no te he dicho, y apareció alguien que revivió todos mis recuerdos. Sé que soy una perra, pero eres la única amiga que siempre estuvo para mí, no me dejes sola… Lo último me oprimió el corazón y un nudo se formó en mi estómago. El tono de Malena fue deprimente, como si algo grave de verda
Silas. No planeaba contarle todo a la amiga de Naomi, pero en vista de que ella lo hizo, no me quedó de otra. Después de haber hablado con ella, regresamos a casa ya que el shock no le permitía reaccionar, le costaba creerlo. Quiso unos días para pensarlo, le dimos nuestra dirección. Una semana después… Yo estaba buscando a Axel por toda la mansión, ¿dónde podría estar un omega sin mucho poder? —Silas —La voz de mi padre me detuvo. Metí ambas manos en mis bolsillos y me giré. Él estaba de pie en la entrada de su oficina, acompañado de mamá. Me veían con esa decepción característica, como si hubiera hecho algo malo. —¿Sí? —¿Ya has pensado en qué hacer con Naomi? —inquirió mi madre, arrugando la nariz. Mis puños se apretaron. —Ella se quedará. —No podemos permitirlo —sentenció mi viejo, no le agradó mi respuesta—. ¿De verdad piensas que nos hará bien? Tratamos de evitar en lo posible que la manada se entere de que tienes a una humana como luna. —¡¿Qué es lo que tiene de mal
Naomi. Estaba en la oficina de Silvana contando los paquetes de droga para guardarlos en unas cajas, ¿quién lo diría?—Nunca imaginé que haría cosas ilegales como esta —hablé, rompiendo el silencio. —¿Contar droga? —Se mofó—. Es lo más básico que puedes hacer. Su cabello rubio estaba atado en una coleta y mascaba un chicle. Inhalé hondo, no podía dejar de pensar en lo que pasó con Malena. Ella no se creyó lo que le dije.—Oye, Silvana… —recordé que ella escuchó mi conversación con Silas—. ¿Y si de verdad los humanos hacen que ustedes evolucionen? Alzó el mentón, mirándome con intriga. —Te creeré cuando mi querido sobrino o sobrina nazca. —Bue… —No terminé de hablar. Mi cuñada dejó lo que estaba haciendo para levantarse a una velocidad que me paralizó. Me obligó a ponerme de pie también, y se posicionó frente a mí, estirando sus brazos para cubrirme. —No te muevas —ordenó. ¿Por qué de repente se puso a la defensiva? —¿Qué sucede? —pregunté, lo único que recibí fue un rotundo
Silas. Haber enterrado a mi padre fue tan doloroso, que no quería alejarme de la tumba. Silvana apoyó una mano en mi hombro, sus ojos hinchados demostraban lo mucho que lloró. —Felicidades, hermano, ahora nadie te dirá qué hacer… —¿Crees que yo quería esto? —Fruncí el ceño. Cualquier palabra me estresaba y la tomaba para mal. La única que lograba calmarme era Naomi, con su dulce aroma lleno de tranquilidad. Ella estaba con su mejor amiga, cerca de nosotros. —No te estoy echando la culpa —murmuró, con la voz apagada y las cejas hundidas. Apreté los labios. ¿Quién diría que terminaría siendo la máxima autoridad por la muerte de papá? Mi madre caminó a pasos lentos hasta llegar hacia nosotros, ella no me había dirigido la palabra desde lo que sucedió. Su herida pudo regenerarse con ayuda de un sanador, pero nadie le quitaba esa mirada asesina y llena de rencor hacia mí. Llevaba un abanico como toda una señora en velorio. —¿Puedo hablar contigo? —preguntó, entre dientes. Silvan
Naomi. Me desperté por la alarma, ya eran las ocho y revisé mi celular. Tenía un mensaje de Silas pidiéndome que viera por la ventana. —Loco —bufé. Aun así, le hice caso. Estiré mis extremidades porque mi cuerpo todavía seguía cansado y entumecido. Caminé a pasos lentos hasta que llegué a la ventana, aparté las cortinas. Parpadeé con sorpresa. El muy idiota estaba en el patio, justo en ese lugar al que siempre veía vacío y con falta de color. Me saludó con una sonrisa de dientes asomados, detrás de él había un hermoso jardín lleno de rosas blancas. Abrí la ventana, dejando que el viento golpeara mi rostro y pudiendo apreciar mejor la vista. —¡¿Estás loco?! —Le grité, sonriente. —¡¿Te gusta?! —Su voz se escuchaba lejos. Negué con la cabeza, divertida. Nunca imaginé que un hombre sería capaz de escuchar mis pequeñeces y hacerlas realidad. Ese jardín de rosas blancas me recordaba mucho a mi madre, por un segundo sentí que la tenía más cerca que antes. Mis ojos se llenaron de lá
Silas. Estaba en mi oficina debatiendo con mi mente en las posibilidades de encontrar la ubicación exacta de Gauss y su manada. Fui interrumpido por mi madre, entró casi tumbando la puerta. Desde que murió papá, ella cambió por completo. Ya no sonreía y me echaba la culpa de todo por haber traído a Naomi. Las ojeras se le marcaban, y me miró con una expresión aterradora. —¿Qué pasa? —pregunté, dejando el lápiz de lado. Ella se sentó frente a mí, con una postura firme. Tardó en responder, lo que hacía era explorar con la mirada el lugar como si nunca hubiera estado allí. —¿Cuándo nacerá mi nieto? Mmh. ¿Qué estaba tramando? —En dos meses aproximadamente —respondí, intrigado por su interés—. No pensé que estuvieras tan interesada en mi cachorro. —Haré lo que tu padre debió de haber hecho al principio. —¿De qué hablas? Fruncí el ceño. Mi madre estaba actuando extraño, últimamente no salía de su habitación y se la pasaba llorando día y noche. —Ya sabes de qué hablo, Silas… —