Me levanté rápido para abrir la puerta y ver quién era el que había llegado, pero como si supieran mis intenciones, cuando abrí solo escuché los pasos acelerados de alguien que bajaba por las escaleras.— Vamos a ver quién es — gritó Lucrecia desesperada, incitándome a darle persecución a quien hubiese llegado a dejar el sobre. Pero yo solo pude quedarme detenida en la puerta, sin decir ni una palabra, el corazón me latía rápidamente.— Espera — logré decirle cuando me agarró la espalda como intentando empujarme para que caminara o para cruzar ella la puerta — Ya sabemos de quién se trata— Te dije que Eduardo no va a descansar ahora, ya se ha dado cuenta de que va a perderte para siempre, y es claro que él no quiere eso — respondió ella regresando de nuevo a la cama. Levanté el sobre, sintiéndome completamente aturdida, y decidí bajar hasta la recepción.— Ana, voy a pagarte una noche más en el hotel, y mañana en cuanto puedas me das la información para conseguir un apartamento — le d
Después de leerlo comprendí, que para amar, primero debía sanar, después de todo, yo al igual que Eduardo, estaba herida, y llena de dolores que no me dejaban pensar ni actuar con razonamiento lógico. — ¿Cuál es tu decisión ahora? — Me interrogó Lucrecia mientras yo arrugaba la carta con mis manos. — La misma, trabajaré en mí, en mi autoestima, en mi dolor, buscaré un psicólogo, que me ayude a canalizar el dolor que todo este embrollo me ha causado — respondí segura, al compás de los brazos de Lucrecia que rodeaban mi hombro. — Bueno y con lo demás qué – preguntó — También estudiar y trabajar, ver qué hacemos aquí, iniciar de cero, hacer mejores cosas, lograr otras cosas — especifiqué intentando darle tranquilidad — Mary, te has detenido a pensar en qué pasará con la empresa – inquirió Lucrecia y la angustia volvió de nuevo, pues era algo que había olvidado en su totalidad — No sé, lo que importa es que ya no está endeudada, después de todo fue lo único que conseguí – comenté
— Vamos, anda respóndeme — le grité por primera vez con enojo, pues odiaba que me hubiese ocultado todo durante seis meses, después que yo le había brindado mi confianza completamente incondicional— Sí, fui yo — repuso de golpe con la voz contrita, yo ya sabía bien que nadie más que ella podía ser la persona que llevara esa carta hasta mi cuarto, pero escucharla afirmar, me dolió muchísimo; la única en quien confiaba había estado jugando en mi cara y no me daba cuenta.— Por Dios, Lucrecia, nunca pensé que fueras capaz de meterte en esto, cuando en otras ocasiones tú misma me dijiste que me negara ¿Desde cuándo me has estado viendo la cara de estúpida? — repuse con rabia mientras le daba la espalda, no toleraba siquiera mirarla, tenerla frente a mí y no poder hacerle nada, porque era mi única amiga, mi única hermana, y después de todo era yo misma la que la había arrastrado a ese ambiente, cerca de Páter.Lucrecia me siguió cuando no pudo contener las ganas de llorar, colocó su mano
— La respuesta a eso ya la tienes tú — me dijo deslizando su brazo, logrando escapar de mi mano que la estaba apresando, yo no pude hacer ningún intento de detenerla, cerré la puerta, y me quedé de nuevo en medio de la sala, sola, con mis pensamientos indetenibles.Lo único que pude hacer fue abrazar los claveles que Eduardo me había enviado, siempre había dicho que yo tenía su mismo olor, pensar en lo que podían estar tramando a mis espaldas me llenó de temor, y a la vez de ansiedad, era como si solo eso me abarcara el alma, y no me dejara pensar en más, ya había tomado terapias, y como bien lo había dicho Lucrecia, y como también se lo había asegurado a mi psicóloga, que no era nada seguro que pudiera enamorarme de alguien más.Tomé la carta que recientemente había encontrado y busqué la anterior, la que me envió cuando estaba en el hospital, las últimas palabras de Lucrecia, se trataban sobre eso, en verdad había olvidado, que en ese texto estaba una última petición, y quizá por es
Abrí la mochila, y lo primero que encontré fueron dos vestidos largos completamente hermosos, dos antifaces y en el fondo de esta, había dos cartas más, y lo más relevante era una tarjeta de invitación supremamente elegante.— ¿Estabas peleando por esto? — pregunté irónica mostrando las tres cosas en alto mientras Lucrecia se ponía de pie— Arruinaste la sorpresa — musitó con rabia, estaba realmente frustrada y yo me estaba comportando como una niñita malcriada— Las cartas son de Eduardo supongo — dije mientras la abría e ignoraba su respuesta— No, son mías, me las dio Páter, lo único tuyo es la invitación — contestó quitándome las cartas antes de que pudiera abrirlas— ¿Y quién puede habernos invitado a algo si no conocemos a nadie aquí? —la interrogué sin atreverme a sacar la tarjeta y leerla— Pues nos está invitando una de las señoras a las que le trabajo, le dije que tenía una hermana, y que si no iba ella yo tampoco iría, así que me dio una especial para ti — comentó con trist
Ahora entendía por qué Eduardo señalaba que ese lugar le recordaba a mí, pues había ahí un sinnúmero de jardines llenos de claveles de todos los colores, como me gustaban, además había ahí un estanque hermoso, yo lo vi de largo, estaba muy lejos de donde me encontraba sentada, pero a simple vista pude notar el enorme parecido al que tenía con el que había cerca de uno de los cultivos de fresa, en donde tantas veces nos metimos para disfrutar de nuestros cuerpos desnudos.— Señorita — escuché que me dijeron y empecé a temblar, no pude disimular, estaba completamente absorta viendo el lugar— Sí, dígame, Señor — respondí a lo inmediato hablando en inglés y fingiendo mi tono de hablar— Este lugar está reservado para la joven que está en el cuadro — contestó señalándome el sitio. Sentí que el pecho iba a salirse de mí cuando di unos cuántos pasos, no podía creer lo que estaba frente a mis ojos, había ahí un enorme cuadro con mi rostro, era una pintura, pero era yo, dibujada en óleo, quis
— Señorita — dijo una voz, en inglés, y supe que esa no era la voz de Eduardo, volteé nerviosa.— Dígame — repuse de prisa— El señor Eduardo, ha pedido que me acompañe — dijo amablemente, tras escuchar eso, sentí que el mundo se venía encima de mí me había descubierto demasiado fácil. Seguí al hombre, y me vi de nuevo ahí, temblando de miedo, otra vez debía enfrentarme contra mis temores, mis sentimientos y mis ideas. Eduardo estaba en el sitio de donde me habían sacado primero, el lugar donde se encontraba el cuadro, observando de un lugar a otro a la espera de mi llegada, sonrió cuando me vio salir del salón que llevaba hacia su sitio, yo también fingí una sonrisa, aunque sentía que mi corazón se hacía añicos.— ¿Es usted Eduardo? — pregunté fingiendo completamente mi voz y hablando en inglés— Supongo que si estás en mi fiesta es porque sabes quién soy — repuso él también hablando en inglés— He venido a acompañar a mi amiga — dije temerosa, fingiendo siempre, para ver hasta donde
— ¿Quieres hablar de eso? — interrogué fingiendo, mientras me acercaba a sus labios. — Es de lo único que sé hablar, y si esto no se dará a como lo pensé quiero que al menos alguien lo escuche — contestó mientras apartaba su cara, retrocedí y guardé silencio, escucharlo me estaba poniendo nerviosa, pero me mantenía firme en mi papel de fingir. — ¿Y hablarlo te hace bien? – Pregunté mostrando cariño — Es la única forma de sacar un poco el dolor — dijo sin mirarme, con su voz contrita, pero debía seguir preguntando para entenderlo para descubrir la sinceridad de su amor por mí. — ¿Qué dolor? — pregunté — El dolor de amar a alguien que ya no existe, que solo deambula por mis pensamientos, y me hace ver alucinaciones, por ejemplo pensar que tú eres ella, y antes que iba al club a buscar a Fabiana o cualquier otra como ella, para pensar que estaba a mi lado, que aún vivía a mi lado – explicó con la cabeza fija en el suelo, evadiendo mi mirada, con una voz trémula como si por fin mos