El auto de Héctor se estacionó a un lado de otro, que era el de Daniel, arriba de este estaba Perla, pero como los vidrios estaban tintados, no se veía, al bajar y dar órdenes a su equipo de seguridad, caminó hasta llegar a la puerta principal, entró y siguió su camino a toda prisa hasta llegar al ala este, dónde le dijo su compadre que estaban, su corazón latió como un loco al escuchar que su única hija, había salido herida en la emboscada en la pista de aterrizaje. Pensó en muchas cosas, no había podido evitar no mensajear a la madre de Carolina, quien preocupada, le pidió que la tuviera al tanto, no iría a meterse a la casa de la persona que más odia, que era el compadre de su ex esposo.
Llegó y se encontró con Armando y su ahijado.
—Padrino—Daniel se acercó a toda prisa, se abrazaron y Héctor no pudo evitar no sollozar, se separó y miró a su compadre.
—Dime que mi hija
Carolina se hizo hacia enfrente cuando Daniel le empezó a acomodar la almohada en la espalda. Tenía unos minutos que la había subido en brazos, era la nueva casa, era la habitación dónde estaría durmiendo Carolina, Daniel en total silencio, le ayudó a acomodarse, le puso una frazada por encima, le acercó el control de la televisión, había encargado a la enfermera que le había puesto su padre, que cuidara de ella estos próximos días, ya que no tenía que levantarse, tenía que tener total reposo. Daniel empezaría a trabajar en los negocios, iría al edificio principal dónde los equipos de confianza, trabajaban en los movimientos de embarques legales para exportación de mercancía al continente europeo y al occidente, ambas familias a eso se dedicaban, así como el embarque ilegal de droga a otros países. —¿Necesitas algo más? —preguntó Daniel, estaba incomodo al silencio de ella, sabía que la traición de Perla le ha
Perla dio un sorbo a su café, tenía la pierna cruzada y su pie se movía de manera constante como un tic nervioso, tenía una peluca rojiza, lentes de pasta, parecía una mujer de oficina en su hora de almuerzo. Esperaba que llegara la persona que quizás podría ayudarla a entrar. La puerta del restaurante se abrió y entonces apareció: Alejandro López. Disimuladamente Perla le hizo una seña, este de manera disimulada hizo fila para ordenar algo de tomar, era su día de descanso y, finalmente trabajaría en la casa nueva de los García—Beltrán, había sido asignado horas atrás como el hombre de seguridad personal de Carolina. Para Alejandro era su primera tarea como infiltrado y lo había logrado en tan corto tiempo. Al terminar de pagar, y de que le entregaran su bebida, Alejando esquivó unas mesas para llegar a Perla. Se sentó frente a ella, viendo hacia los comensales, ella daba la espalda.
Estacionó la moto en la entrada, las rejas altas de acero, le impidieron ver más allá. Un hombre salió de la caseta y se acercó a Perla que estaba arriba de su moto. —¿Le puedo ayudar en algo? —Perla se retiró el casco y el hombre la reconoció, inmediatamente buscó el arma, pero, ella fue rápida y le apuntó, el hombre levantó las manos. —No le quiero hacer daño, solo quiero hablar con Carolina, luego me iré. —¡Usted no puede entrar! ¡Está ordenado que si aparece…! —Perla lo interrumpió. —Lo sé, pero antes de que me maten, hablaré con ella, así qué toma el auricular y pide que pueda hablar con ella. —hizo un gesto para que regresara a la caseta, este lo hizo, tomó el auricular llamó al interior de la casa. —Señora García—al escuchar, Perla le quitó el teléfono y siguió apuntando al hombre acorralado en
Daniel miró su reloj por cuarta vez en cinco minutos, su padre y su padrino se dieron cuenta. —¿Todo bien? —Daniel asintió sin despegar la mirada de la documentación de las embarcaciones legales, las cifras eran altas, aunque no se había parado muchas veces en la oficina que compartían su padre y su padrino, tenía conocimientos, cada semana recibía los reportes, aprendió a leerlos. —¿Por qué miras tanto el reloj? ¿Tomas medicamento o algo? —dijo su padre en un tono de broma y divertido, pero pareció que a Daniel no le causó risa, soltó un suspiro dramático, detuvo su lectura, levantó la mirada y arqueó una ceja, Armando y Héctor se quedaron en silencio. —Estoy inquieto—dejó los papeles en la superficie del escritorio, ambos hombres estaban sentados del otro lado, cada uno sentado en su silla, miraron con curiosidad a Daniel. Se dejó caer en el r
Perla entró en su moto por el sendero de piedra, los nervios la habían abandonado cuando cruzó el portón de hierro, algo dentro de ella, le decía que todo estaría bien. Pensó detenidamente en lo que le diría a Carolina, todo lo que había pasado durante estos dos años que estuvo con ella, qué si pedía lealtad, se la daría, estaba decidida a pasarse al lado de ella. Había tomado su decisión. Dos hombres de seguridad le hicieron seña de que se detuviera, uno de ellos, le apuntó con el arma a cierta distancia, sabían quién era. —Aquí, señorita. —Perla se detuvo, bajó una de sus piernas para equilibrarse, con ambas manos se retiró el casco, agitó su cabeza para que se acomodara su cabello que caía unos centímetros debajo de sus hombros. —Buenas noches, caballeros. —uno de ellos le lanzó una mirada de advertencia, se acercó para esperar a que se terminara de bajar y poderla revis
Daniel se detuvo en uno de sus restaurantes favoritos, “Bobby—Q BBQ Restaurant and Steakhouse” servían uno de sus cortes favoritos, con unos vegetales sazonados, que le hacían chuparse los dedos, bajó del auto, y como un cliente más, entró sin su equipo de seguridad, el personal del restaurante, en especial la mujer del bar, sonrieron a verlo, Daniel, sonrió de regreso, se acercó a Suseth, una chica de piel de chocolate, con largas pestañas, labios rojo carmín, ojos azules y su cabello trenzas estilos africanas. —Vaya, vaya, hasta que se le ve por acá, señor García. —Daniel sonrió, se sentó en el banco alto de la barra. —Buenas noches, Suseth, ¿Cómo estás? —Suseth se inclinó hacia a él, mostrando la abertura de su blusa. —Muy bien…ahora qué lo veo. —le coqueteó descaradamente, Daniel sonrió más, levantó su mano y mostró la argolla de casado, la mujer, lentame
Daniel entró a la casa, miró la sala, las escaleras, la segunda planta según avanzó hacia el gran pasillo dónde está el despacho de Carolina, al final de él, se encontraba el de él, se detuvo frente a las puertas dobles y abrió la puerta bruscamente, se detuvo cuando vio a Perla ayudando a Carolina a sentarse, el jefe de seguridad de ella apuntando con su arma a un hombre en el suelo que se quejaba del dolor, vio la sangre. —¿Qué pasó aquí? —todos se giraron a mirar a Daniel, quien al preguntar usó un tono gélido, sacó su arma y quitó el seguro, apuntó a Perla quien palideció. Carolina abrió sus ojos con sorpresa. —¡Estoy preguntando qué chingados está pasando aquí! —exclamó furioso Daniel, sin quitarle la mirada a Perla. —Tranquilo, baja el arma—dijo Carolina alzando su pierna a la mesa de cristal del medio de la sala, se notó que la mancha creció un poco más de cuando anteriormente bajó las escaleras. El dol
Bruno miró de nuevo a Daniel, quien siguió mirando su vaso de cristal aun con whisky, lo movía de un lado a otro, haciendo que el licor bailara en su interior. — ¿Ya vas a decirme que haces a las cuatro de la madrugada en la habitación de un hotel? —Bruno siguió intrigado, era la primera vez que miró a Daniel así, callado, pensativo, sumergido en su propio mundo. — ¿mexicano? —Daniel levantó la mirada al escuchar a Bruno llamarle. —Estoy pa´ lado de la chingada. —Bruno se sirvió otro vaso de whisky, parecía que lo iba a necesitar, cuando estaba sirviendo, notó algo en el dedo de Daniel. — ¡Hey! —le gritó Daniel al ver que estaba derramando el whisky de su vaso. — ¡Te has casado! —Daniel siguió la mirada y el apunte del dedo índice de Bruno hacia su mano dónde estaba la argolla de matrimonio. —Sí, me he casado, ¿Por qué tanta puta sorpres