El eco de las palabras de Mactodo y el miedo a perder a su hermano perforaban la conciencia de Gwen. Todo lo que había creído, todo lo que había luchado por construir, ahora estaba teñido de manipulación y traición.«No soy un títere», se repetía, pero las grietas en su confianza amenazaban con derrumbar sus convicciones.Mactodo, como siempre, sabía dónde atacar. Sabía cómo explotar las inseguridades de Gwen, haciéndola dudar de sus decisiones. Cada palabra suya era un veneno cuidadosamente administrado para quebrarla.—¿Te has olvidado de todo lo que has logrado gracias a nosotros? —le había dicho, con una voz gélida que no dejaba espacio para objeciones—. Tienes poder, respeto. Sin nosotros, ¿qué serías?Gwen titubeó, sus pensamientos se nublaron por la confusión.«Nada», se respondió en silencio.Pero entonces, el recuerdo de todas las verdades que había descubierto regresó, quemando su inseguridad. La Agrupación Plasma la había utilizado desde el principio. Su poder, su lugar en e
El rostro de Mactodo se contrajo en una mueca que apenas podía considerarse una risa, una expresión baja y calculadora que parecía perforar cada rincón de la sala.—Porque el pueblo no te verá como una víctima —continuó, con una voz que parecía medir cada consecuencia—. Te verán como la causante de la Escasez, como la razón por la que están muriendo. Si hablas, Gwen, tú serás la villana. Y créeme, te odiarán.Gwen quedó paralizada. Las palabras de Mactodo pesaban sobre ella como una sentencia.«¿Soy… realmente la mala de esta historia?».Por primera vez, se dio cuenta de lo profundo que estaba atrapada en la red de la Agrupación Plasma.—Yo… —empezó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.Mactodo aprovechó su
La sala de reuniones de la Agrupación Plasma estaba sumida en un silencio denso, roto solo por los zumbidos de las máquinas. Los miembros presentes intercambiaban miradas cautelosas, incapaces de decidir si el desafío de Gwen era un acto de valentía o de insensatez. En el centro de la sala, Gwen mantenía las manos extendidas, canalizando su energía Succina con un control que traicionaba su agitación interna. Cada fibra de su ser luchaba por sostener las antenas activas, permitiendo que la transmisión de Sunday llegara al pueblo.Mactodo, con su aire calculador, levantó una mano, deteniendo a los técnicos que estaban listos para cortar la señal. Pero su mirada no reflejaba rendición, sino paciencia. Sabía cómo manipular una situación hasta inclinarla a su favor.—Muy bien, Gwen —dijo finalmente, con una sonrisa que apenas ocultaba su frustración—. Veamos qué mensaje quiere enviar tu hermano. Aunque tú y yo sabemos que esto no cambiará nada.Gwen no respondió. El esfuerzo físico la hací
Los pensamientos de Gwen eran un caos de ambición, orgullo y miedo. Mactodo, viendo su oportunidad, decidió presionar aún más.—Rawdon, ¿qué le dices?. Si Gwen lo piensa demasiado, se acobardará —dijo con una frialdad meticulosamente calculada que perforó su resolución.Gwen apretó los puños, sintiendo cómo la furia y la frustración ardían en su interior. No podía permitir que la consideraran débil. No podía volver a sentirse insignificante.—Yo no soy una cobarde —murmuró, aunque su voz traicionaba su inseguridad—. No volveré a ser Sanguínea. Sigamos con el plan —dijo finalmente, aunque su resolución interna no era tan firme como su tono quería aparentar.Las palabras escaparon antes de que pudiera detenerlas. Desde ese momento, se dio cuenta de que no podía permitir que el pueblo descubriera la verdad. Si Sunday revelaba la Escasez Plasma, el pueblo cambiaría. Los eventos locales se cancelarían, y con ellos desaparecería su oportunidad de ganar el Gran Multiatlón Anual (GMA) y volve
La voz de Sunday resonaba débilmente en la distancia, apenas audible en los pasillos de la Agrupación Plasma. Pero para Gwen, cada palabra era un recordatorio de lo que estaba en juego. Mientras avanzaba, su mente se debatía entre el miedo, la culpa y un deseo insaciable de proteger lo que había construido.—Detente Gwen —le gritó Abel —. Te he dicho que no podrás detener a tu hermano. Llegarás tarde, deja que nosotros lo hagamos.Al llegar al pasillo principal, Mactodo avanzó hacia Gwen con un dispositivo en la mano. Su sonrisa era calmada, pero Gwen podía sentir la presión detrás de sus palabras.—Has hecho lo correcto, Gwen. Pero, aunque la Succinicidad ha sido cortada, Sunday aún tiene voz. Usa esto —dijo, lanzándole el objeto. Gwen lo atrapó al vuelo, observándolo con recelo.La sala estaba cargada de tensión. Gwen miraba fijamente el aparato en su mano, el sudor perlaba su frente.—Habla con tu hermano, él tiene otro de esos. Te escuchará por ahí —su sonrisa era calmada, pero Gw
A lo largo de las semanas, la dependencia de Gwen a la Energía Dióxida creció, y con ello, las muertes Plasmáticas comenzaron a acumularse. Sabía que sus acciones estaban causando un daño irreparable, pero cada día que pasaba, su ambición crecía más fuerte que su culpa.Mientras tanto, Row recordaba lo que Cielo le había relatado sobre Ciudad Thaunlil y cómo la Escasez Plasma afectó a los "Super Plasmáticos" que vivían allí, convirtiendo ese municipio en un lugar desierto.Cuando Gwen se enfrentó nuevamente a Dodge y falló, el sábado 29 de julio, su frustración se intensificó. Mactodo la instaba a usar sus habilidades sin dudar, pero Gwen se sentía atrapada. El miedo a ser vista como una farsante la empujaba a ser más despiadada.La obsesión por derrotar a Gabi y a Dodge la consumía, y ya no le importaba lo que los demás pensaran de ella. "Todo lo que importaba era el GMA", se repetía, consciente de que Mactodo también quería su victoria, aunque desconociera sus verdaderas motivacione
El rugido de los escombros se extendía por la Usina Succina como un latido desbocado, sacudiendo los muros y haciéndose sentir bajo los pies. Cada impacto de acero contra acero era un estruendo seco, similar al grito de una bestia herida. El aire, cargado de óxido y polvo, era denso, casi tangible. Difícil de respirar. Imposible de ignorar.La joven Gwen corría. Sus pasos eran caóticos pero constantes, como si cada uno fuese una decisión de último momento. Esquivaba vigas caídas y maquinaria corroída mientras la monumentalidad de la usina la aplastaba con su sola presencia. Era diminuta en ese mundo de colosos metálicos, una sombra móvil en un abismo de hierro y óxido. Pero no se detenía.El polvo le cubría el rostro sudoroso, formando una máscara grisácea que picaba su piel. Sus pulmones, forzados, luchaban por cada bocanada de aire seco y metálico. El sabor del óxido le quemaba la garganta.A sus espaldas, la Usina Succina se desmoronaba. Los casi dos mil pasos cuadrados de aquella f
El sol abrasaba la Plaza Central de Pueblo Plasmar, pero el calor sofocante no era lo más insoportable. Era la tensión en cada mirada furtiva, en los pasos apresurados y en las patrullas Plasmáticas que cruzaban las calles. Siete meses después de la batalla en la Usina Succina, el pueblo ya no era el mismo. Las sonrisas habían desaparecido, las conversaciones se susurraban, y cada día el control de Marta, la Mandataria, se hacía más evidente.Antenas y cámaras cubrían cada esquina, observando cada paso de los habitantes; las miradas desconfiadas eran constantes y se multiplicaban. En el centro de la plaza, Marta se erguía sobre un estrado improvisado, su voz resonando con una fuerza inquebrantable entre los muros de piedra. Su implacable fervor no dejaba lugar a dudas: estaba instigando a la multitud.—¡Escuchad, mortales, nuestro grito sagrado! —declaró, levantando los brazos con dramatismo—. ¡Los Sanguíneos son la verdadera amenaza de nuestra civilización! El Proyecto Purga Sanguíne