Habían pasado cinco días desde el trágico suceso. Se habían subido al helicóptero totalmente empapados. A Elena le había dado una pena enorme ensuciar con agua salada el tapizado blanco pero no quedaba otra. Había tenido el miedo en el cuerpo y no sólo por todo lo que le había dicho Valentín que haría si no por ver que pasaban los minutos y Felipe no salía del agua. Fue un momento aterrador. Afortunadamente los análisis habían revelado que su bebé no corría peligro alguno. El doctor Mateo le había dicho en broma que la Unión de dos grupos de genes tan obstinados haría que ese bebé llegara a término. Habían tenido que dar una rueda de prensa. La explosión había sido vista desde la costa de Italia y las autoridades estaban intentando calmar a la asustada población. Felipe había respondido algunas preguntas y había dejado que William se encargara de lo demás, alegando que necesitaba reposo. Ciertamente tenía la cabeza bien dura, al no ser por el leve momento de pérdida de dirección
—Venga hermana, levanta el trasero que se te está poniendo como un pandero.—No te han dicho que no debes molestar a una mujer embarazada. Vete a freír espárragos y déjame tranquila. Alexis resopló sonoramente. Desde hacía unos veinte días estaba compartiendo casa con su hermana. Y aunque tenía que admitir que le encantaba su compañía tenía que hacer grandes esfuerzos para sacarla del apartamento. Cuando la había recogido en el aeropuerto había querido hacer unas cuantas llamadas para exigir explicaciones, afortunadamente Elena había hablado antes de que él hiciera algo que lamentaría por siempre. La había visto llorar hasta el cansancio en sus brazos. La había visto sumirse en un pozo interminable de dolor pero como él jamás dejaría que una persona tan bondadosa y tan humilde como era Lena se hubieran en la miseria la había llevado al hospital donde residía. Habían hablado con un reconocido cardiólogo y le había demostrado que a pesar de sus acciones, Maximiliano Rinaldi tenía an
Felipe paró de bailar y conectó su mirada con los ojos grises de su mujer. Unió sus manos y la guió a uno de los bancos que daban al lago. Y lo hizo por la simple y llana razón de que al parecer necesitaba estar sentado para todo lo que Elena iba a contarle. No era tan fuerte como creía. Por años lo había motivado el hecho de recuperar su reino y hundir en la miseria a aquellos que habían destruido su vida. En multitud de ocasiones se había preguntado como una niña que había crecido con él, con la que había compartido sus juguetes y todos sus secretos le había hecho tanto daño. Como una persona tan pequeña había actuado como una tirana. Ahora se daba cuenta que lo que Elena tenía era una gran fortaleza de espíritu. —Cuando mi padre destronó al tuyo —comenzó Elena después de larguísimos segundos—, la situación que presentaba el país era delicada, frágil. Emiliano Fonetti no quería ningún tipo de insurrección y pretendía darle un escarmiento a todo aquel que se atreviera a cuestionar
—Di una orden, princesa —expresó Felipe airado—. Y ni tú ni nadie va a revocarla.—No si yo no lo haré. Lo harás tú —afirmó calmada. Podía jurar que veía el humo saliendo de las orejas de su marido—. Y no deberías gritar tanto, te escucharán hasta en el pueblo. —Gregory no va a regresar. Es mi última palabra.—Oh sí, sí lo hará. No me lo vas a quitar. Sé que te arrepientes de esa decisión porque la tomaste en un momento de ira. Como mismo la de dejarme encerrada en las mazmorras. Así que te ahorre el trabajo de pedirle que vuelva. Ante la única persona que te puedes arrodillar es ante mí y eso como señal de que vas a hacer maravillas con tu boca y lengua. Si no quieres dirigirle la palabra, no lo hagas pero Greg volverá o dejo de llamarme Elena.—Hey, hey ¿a dónde vas? Sabes perfectamente que odio que me dejes con la palabra en la boca.—A la cocina. Tengo hambre. Y estoy segura que sobró tarta de manzana. Podemos continuar discutiendo allí. Felipe no escuchó nada más. Una carcaja
El aturdimiento pintaba el rostro de cada uno de los presentes. Ninguno de los tres sabía que estaba pasando. Sé miraban con los ojos bien abiertos y con la boca en una línea intentando desentrañar ese misterio. Elena carraspeó una vez, dos veces hasta que sintió que sus palabras armarían una oración coherente y viendo que nadie hablaría ella tomó la palabra. Mejor ir delante que atrás. —Bueno en vista de que todos merecemos una explicación extensa es mejor que nos acomodemos. —No lo creo, princesa. Anastasia no tiene que darme ninguna explicación solo enfilar su cuerpo hacia la salida y decirnos adiós por siempre —Felipe llevaba abriendo y cerrando los puños un rato. Tan bien que iba su relación con Elena y de repente ¡zas! el destino les hacía semejante jugarreta. Ese bebé no es mío. No estés inventado musarañas en el aire.—Ya creo que sí, porque por lo que he entendido ustedes se conocen bastante bien. Además yo la conozco también. Aquí no hay equivocación ninguna.Lena intervi
Las lágrimas que corrían por las mejillas de Elena pasaron de ser simples gotas a convertirse en un torrente. Había tenido que parar varias veces pues la intensidad de su llanto le impedía respirar con normalidad y veía borrosa las letras. Cuando acabó se la entregó a Felipe al mismo tiempo que ella iba en busca del nuevo miembro de su familia. De su hija.Hola mi niña bonita susurró abrazándola. Estaban solos en la habitación pues la enfermera había salido dejándoles intimidad.—La buscaremos, princesa. No lo dudes.—No, no lo harás —convino volviéndose y mirando a Felipe a los ojos. Dos voluntades chocaron. Dos miradas se enfrentaron. Respetaremos sus deseos. Y aunque me duela en el alma voy a hacer lo que me pidió. Al pie de la letra.—Vas a aceptarla. —Felipe no preguntó. No hacía falta. Nada más había que ver con la delicadeza y el sumo cuidado con el que tenía cargada a su ahijada. Ahora su hija. —Sí. Esta niña y nuestro pequeño son hermanos. Sé criarán como tal. Juntos. Y des
Diciembre llegó con temperaturas frescas. Se había quedado atrás el pegajoso verano. Aunque era muy poco probable que en Talovara nevara el cielo había adquirido la tonalidad de las tormentas. Y a medida que los días fueron pasando y las hojas de los árboles se caían dejando las ramas desnudas, el dolor en el pecho de Elena había perdido intensidad. Había intentado luchar contra la corriente solo para darse cuenta que las aguas tenían demasiados rápidos. El impulsor, era nada más y nada menos, que una personita de apenas cuatro kilos que la traía loca. Eso y las fotos que había encontrado en el álbum que había cogido de casa de María. En la mayoría había fotos que contaban la evolución de su embarazo pero casi al final había alguna de ellas juntas. Elena nunca había posado para su amiga y a pesar de tomarla desprevenida, las fotografías eran excepcionales. Lo había comprendido al leer la nota del inicio. “Si no me gustara tanto la enfermería sin dudar hubiera sido fotógrafa”. Y si
Elena se había despertado en el mismo instante que Felipe había dejado de abrazarla. Pero la cama estaba demasiado rica y todavía le quedaba sueño como para desperdiciarlo en vano. Habían pasado unos veinte minutos cuando escuchó gritos abajo. Quizás en el ajetreo del día no podía oírse nada desde su ala pero en la tranquilidad de la mañana todo se escuchaba con increíble claridad. Casi corrió cuando identificó la voz de su padre. Y la sangre se le heló en las venas al divisar semejante panorama. No supo si fue la adrenalina del momento o el conocimiento de que si Felipe moría se llevaría consigo su corazón y su alma, pero literalmente voló sobre los escalones. Todo sucedió a cámara lenta. Y la bala que iba a parar a su marido y ser letal para él, impactó en su cuerpo. Sintió como el pequeño trozo de plomo penetró en su carne. Como se abrió. Y el dolor fue tan intenso y visceral como ninguno que hubiera sentido antes. Le iba a dar en la cabeza pero había empujado a Felipe unos mil