El Dear Hotel los recibió con bomba y platillo. La exquisita atención fue desde el minuto uno. Elena sabía que ese comportamiento era algo cotidiano pues no habían anunciado su estatus y eso era lo que se esperaba de uno de los mejores hoteles de la ciudad. Aunque ella lo hubiera disfrutado aunque fuera en una choza al lado de un río. Siempre y cuando la compañía fuera la misma. Las lámparas colgantes guiaron sus pasos hasta el elevador de cristal. Y mientras se elevaban piso por piso, Elena pudo vislumbrar las luces del centro de Madrid que había en los ventanales de cada ala. — ¿Cuántos días nos quedaremos? —preguntó interesada a la vez que su mente planeaba a todos los sitios que quería ir. Le haría falta como mínimo un mes y muchas ampollas en los pies para poder satisfacer su curiosidad acerca de la capital española. Su abuela materna había nacido en España por lo que tenía un amplio conocimiento de la cultura y el idioma de ese país.—Una semana, preciosa. Al parecer querías
—Felipe, cielo llamó Elena una vez que estaban en el avión y llevaban tres horas de vuelo— .No recuerdo que el viaje de venida fuera en esta dirección. Es cierto que estaba en el limbo pero soy buena en geografía. —Eso es porque no vamos todavía hacía nuestro país. Hay que hacer una parada en medio.—A sí. No me dijiste nada.—Porque no tengo que darte explicaciones, princesa —respondió picaruelo .La curiosidad mató al gato. Pronto regresaremos a casa. Elena lo golpeó en el hombro una vez, dos. Y cuando lo iba a hacer una tercera, Felipe cogió su mano y entrelazó sus dedos. Le dedicó una sonrisa socarrona y bebió de sus labios en un momento de despiste. No lo podía dar un dedo porque se cogía hasta el brazo.—Oye y el decoro donde lo dejaste lo regañó. Hay gente.—Gente que han visto varias veces nuestras demostraciones de cariño. Y si no que se acostumbren. No estamos en el siglo XIX donde un hombre solo podía besar a su mujer dentro de su recámara. Primero se congela el infierno s
Elena iba a comentarle a Felipe que debían hacer la próxima semana. Como pensaban dividirse. Había dos inauguraciones y la clausura de un evento académico. Todo el mismo día y con poco intervalo de tiempo entre uno y otro. La puerta estaba entrejunta por lo que decidió entrar. William y su esposo estaban tan metidos en la conversación que no se dieron cuenta de su presencia. Elena los iba a interrumpir cuando escuchó. Sabía que eso que estaba haciendo no era para nada correcto. Cuando uno oía a escondidas se enteraba de cosas que no debía. — ¿Ya le preguntaste? —escuchó decir a William. Vio como su marido negaba vehementemente. Sus hombros se habían encorvado de tal forma que parecía que tenía el peso de mil mundos. Estaba segura de como la nieve era blanca que la respuesta tenía que ver con ella y que no le gustaría. — ¿Cómo le voy a decir a mi mujer que los latigazos que me dio mataron a mi padre? ¿Con qué cara le digo que es la responsable de que le hubiera dado un infarto f
—Lo que yo te quité. No entiendo. No me digas que eres el típico chico que se enamoró de la princesa. Qué esperabas, el vivieron felices y comieron perdices. Emiliano nunca hubiera aprobado ese matrimonio.—Ahí te equivocas, Felipe. Yo era su mejor opción. El antiguo monarca no quería a su hija en el trono —dijo mientras apretaba los brazos de Elena para evitar que se diera de bruces contra el suelo—. Que elección más inteligente que la de un antiguo militar de la marina americana. Un hombre que sabe defenderse hasta con una hoja de papel. Un hombre que sacaría este reino adelante. Quien mejor que yo.—Tienes el ego un poco subido ¿no es cierto? —expresó Felipe con burla. Quería sacarlo de sus casillas pues si se alejaba de su esposa tendría la mitad de la batalla ganada. El puñal en el suelo le cortó la respiración. No lo había visto pero al parecer se había caído cuando Elena se había desmayado. Sólo rogaba que no le hubiera hecho daño alguno. Y todo lo que Valentín le estaba dicie
Habían pasado cinco días desde el trágico suceso. Se habían subido al helicóptero totalmente empapados. A Elena le había dado una pena enorme ensuciar con agua salada el tapizado blanco pero no quedaba otra. Había tenido el miedo en el cuerpo y no sólo por todo lo que le había dicho Valentín que haría si no por ver que pasaban los minutos y Felipe no salía del agua. Fue un momento aterrador. Afortunadamente los análisis habían revelado que su bebé no corría peligro alguno. El doctor Mateo le había dicho en broma que la Unión de dos grupos de genes tan obstinados haría que ese bebé llegara a término. Habían tenido que dar una rueda de prensa. La explosión había sido vista desde la costa de Italia y las autoridades estaban intentando calmar a la asustada población. Felipe había respondido algunas preguntas y había dejado que William se encargara de lo demás, alegando que necesitaba reposo. Ciertamente tenía la cabeza bien dura, al no ser por el leve momento de pérdida de dirección
—Venga hermana, levanta el trasero que se te está poniendo como un pandero.—No te han dicho que no debes molestar a una mujer embarazada. Vete a freír espárragos y déjame tranquila. Alexis resopló sonoramente. Desde hacía unos veinte días estaba compartiendo casa con su hermana. Y aunque tenía que admitir que le encantaba su compañía tenía que hacer grandes esfuerzos para sacarla del apartamento. Cuando la había recogido en el aeropuerto había querido hacer unas cuantas llamadas para exigir explicaciones, afortunadamente Elena había hablado antes de que él hiciera algo que lamentaría por siempre. La había visto llorar hasta el cansancio en sus brazos. La había visto sumirse en un pozo interminable de dolor pero como él jamás dejaría que una persona tan bondadosa y tan humilde como era Lena se hubieran en la miseria la había llevado al hospital donde residía. Habían hablado con un reconocido cardiólogo y le había demostrado que a pesar de sus acciones, Maximiliano Rinaldi tenía an
Felipe paró de bailar y conectó su mirada con los ojos grises de su mujer. Unió sus manos y la guió a uno de los bancos que daban al lago. Y lo hizo por la simple y llana razón de que al parecer necesitaba estar sentado para todo lo que Elena iba a contarle. No era tan fuerte como creía. Por años lo había motivado el hecho de recuperar su reino y hundir en la miseria a aquellos que habían destruido su vida. En multitud de ocasiones se había preguntado como una niña que había crecido con él, con la que había compartido sus juguetes y todos sus secretos le había hecho tanto daño. Como una persona tan pequeña había actuado como una tirana. Ahora se daba cuenta que lo que Elena tenía era una gran fortaleza de espíritu. —Cuando mi padre destronó al tuyo —comenzó Elena después de larguísimos segundos—, la situación que presentaba el país era delicada, frágil. Emiliano Fonetti no quería ningún tipo de insurrección y pretendía darle un escarmiento a todo aquel que se atreviera a cuestionar
—Di una orden, princesa —expresó Felipe airado—. Y ni tú ni nadie va a revocarla.—No si yo no lo haré. Lo harás tú —afirmó calmada. Podía jurar que veía el humo saliendo de las orejas de su marido—. Y no deberías gritar tanto, te escucharán hasta en el pueblo. —Gregory no va a regresar. Es mi última palabra.—Oh sí, sí lo hará. No me lo vas a quitar. Sé que te arrepientes de esa decisión porque la tomaste en un momento de ira. Como mismo la de dejarme encerrada en las mazmorras. Así que te ahorre el trabajo de pedirle que vuelva. Ante la única persona que te puedes arrodillar es ante mí y eso como señal de que vas a hacer maravillas con tu boca y lengua. Si no quieres dirigirle la palabra, no lo hagas pero Greg volverá o dejo de llamarme Elena.—Hey, hey ¿a dónde vas? Sabes perfectamente que odio que me dejes con la palabra en la boca.—A la cocina. Tengo hambre. Y estoy segura que sobró tarta de manzana. Podemos continuar discutiendo allí. Felipe no escuchó nada más. Una carcaja