Después de cuidar a los niños durante toda la mañana, Lukas pasó la tarde encerrado en su estudio, con los ojos fijos en los cinco monitores. Filtraba y analizaba datos de manera frenética, buscando cualquier pista que pudiera llevarlo a descubrir quién era realmente Beate.Había comenzado por lo poco que sabía: su supuesto nombre, sus habilidades en IT y lo que había dejado entrever en sus conversaciones virtuales y durante la noche anterior. Y, sin demasiados problemas, tras unas cuantas horas de análisis, la había rastreado lo más lejos posible, rompiendo algunas leyes, —incluso internacionales—, encontrándose con la confirmación más importante: Beate Thorsen realmente existía.Con el café frío y la cabeza agotada, Lukas presionó «enter» una última vez, y no pudo evitar quedarse paralizado ante la realidad que se reveló ante sus ojos.Ole Thorsen.Un hombre violento y asiduo cliente de clubes nocturnos.Junto a cada nombre aparecía una fotografía y Lukas no necesitó profundizar dem
A altas horas de la madrugada, Ole salió de la comisaría con el rostro deformado por una mezcla de rabia y de humillación. Había pasado las últimas seis horas bajo custodia, y, si bien los policías lo habían liberado bajo advertencia de no cometer ningún otro delito, el daño a su orgullo era irreparable.Con paso inseguro, caminó hacia la parada de taxis más cercana, lanzando una retahíla de maldiciones al viento. Imaginar a su esposa con aquel infeliz lo atormentaba. Beate Katrine Thorsen era suya y no podía soportar la idea de que le hubiera sido infiel. ¡No tenía derecho!«¿Qué clase de puta eres?», pensó, sintiendo como la furia hervía en su interior. «Juro que arreglaré esto ahora mismo».Sin llamar, como era costumbre, regresó a casa, mientras seguía murmurando improperios como un poseso.Cuando finalmente llegó, le pagó al taxista sin prestar atención y se adentró en la vivienda, con la respiración agitada. La casa estaba sumida en el silencio, apenas iluminada por una tenue lu
Katrine se dejó caer en la silla junto al escritorio, con el rostro hinchado y el alma hecha pedazos, mientras Sofie comenzaba a empacar apresuradamente. Afuera, todo estaba en el más absoluto silencio, pero ambas sabían que era momentáneo: Ole volvería; siempre lo hacía, y, esta vez, ambas sabían que su amenaza no era una simple exageración.—¿Qué… qué haces? —preguntó finalmente Katrine, frunciendo el ceño en un gesto de dolor.—Empacar. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes—respondió Sofie con voz firme, aunque sus manos temblaban.Katrine la miró en silencio por un instante, sintiendo que cada palabra se le atoraba en la garganta, hasta que, finalmente, logró articular:—¿A dónde, Sofie? Solo estamos tú y yo… No tenemos a nadie…—Pues con eso nos basta —respondió Sofie sin detenerse, mientras le lanzaba una camiseta a Katrine para que empezara a empacar—. Nos vamos juntas. Buscaremos algún sitio en el que no nos pueda encontrar.Sin embargo, Katrine se mantuvo inmóvil en su sitio
La tenue y suave luz del amanecer se filtraba a través de las persianas torcidas del pequeño cuarto del hotel, mientras el hedor a humedad impregnaba aquel ambiente, y los colchones baratos parecían crujir bajo el peso de sus pensamientos. Katrine se encontraba sentada al borde de la cama, con la mirada perdida, mientras Sofie, a su lado, revisaba los papeles que su amiga había llevado consigo, tras marcharse de casa.—Kat, tenemos que ir hoy mismo a la comisaría —repuso Sofie, sentándose frente a ella al borde de su cama, rompiendo el silencio con voz calmada pero firme—. Y luego al tribunal. Es lo mejor…Katrine suspiró, pero no respondió al principio; sus manos jugueteaban con el dobladillo de su pijama rosa, en un hábito nervioso que había adquirido cuando era niña y del que jamás había podido deshacerse.—Ay, Sofie, no es tan fácil como lo haces sonar —murmuró, por fin, con la voz estrangulada.Sofie la miró fijamente, sus ojos reflejando una gran paciencia, pero también determin
Media hora después, Katrine y Sofie se plantaron frente a la comisaría, mientras el frío aire de la mañana parecía calarlas hasta los huesos, y el sol apenas iluminaba la ciudad. Katrine sostenía entre sus manos temblorosas la carpeta con los documentos, con el rostro desfigurado por los nervios y el miedo. Sofie, por su lado, se mantenía junto a su amiga, como un muro inquebrantable, dispuesta a apoyarla hasta el final, en cada paso de lo tortuoso que sabía que sería ese camino.—¿Estás lista? —preguntó, buscando la mirada de Katrine.—No… —murmuró su amiga, tragando saliva con dificultad—, pero, si no lo hago ahora, no lo haré nunca.Sofie le dio un reconfortante apretón en el brazo, animándola, tras lo cual ambas avanzaron haca las puertas acristaladas de la comisaría.Una vez dentro, las recibió un policía con un uniforme azul y aire profesional y amable, cuyo rostro, al ver el estado de Katrine, adoptó un sutil gesto de preocupación.—Buenos días, señoritas. ¿En qué las puedo ayu
En la silenciosa penumbra del minibar de la mansión, Lukas vertía una cantidad generosa de whisky en un vaso ancho. El hielo tintineó al tocar el cristal, rompiendo el silencio que reinaba en la habitación. Era temprano para beber, pero eso no le importaba.Un momento después, se dejó caer en el sofá, con el vaso en la mano. Apenas bebió un sorbo, pero su mirada permaneció fija en un punto indefinido, como si intentara descifrar un enigma imposible, mientras las palabras en la pantalla seguían repitiéndose en su cabeza como un martillo bucle imparable.«Beate…», pensó, apretando los dientes. ¿Por qué no se lo había dicho?Apretó el puente de su nariz con los dedos, intentando despejar su mente, pero el nudo en su pecho no desaparecía. Era apenas primera hora de la mañana, y la presión de no saber qué hacer lo carcomía.Un momento después, el sonido de risas infantiles rompió el silencio, y Lukas alzó la mirada justo cuando Mathias bajaba las escaleras, con los niños detrás de él.—¿No
—Lo siento, señorita Vang. Lamentablemente, es cáncer. Terminal.La doctora continuaba hablando, pero las palabras ya no llegaban a Sofie con claridad.Cáncer…Terminal…La sentencia era implacable. No había margen para malinterpretaciones, y, mucho menos, para la esperanza.Sofie bajó sus ojos, mirando a los pequeños que se encontraban sentados junto a ella, absortos en sus mundos infantiles. Sus hijos… Sus preciosos trillizos.En ese momento, sintió el tirón de una pequeña manita. Era Emma, con sus ricitos rubios completamente desordenados, quien la miraba con su característica inocencia.—¿Estás bien, mami? —preguntó la pequeña, ladeando su cabecita, mientras sus grandes ojitos azules brillaban de curiosidad al ver que su madre tenía la mirada ausente.Las lágrimas de Sofie no tardaron en derramarse, rodando silenciosamente por sus mejillas, y la pequeña Emma frunció la nariz, desconcertada porque su madre llorara sin razón aparente, antes de mirar a sus hermanos. Ninguno de los tr
Mathias Lund frunció el ceño mientras recorría con la mirada los informes financieros que se encontraban encima de su escritorio. La oficina en su mansión era un santuario de eficiencia, libre de cualquier tipo de distracción. El monitor brillaba frente a él, y las gráficas en la pantalla demostraban que Lund Farma continuaba aplastando a la competencia.Sin embargo, había algo que lo hacía sentir incómodo: las inconsistencias en la sección de gastos. Alguno de los departamentos estaba gastando más de lo que había autorizado, y eso lo irritaba por completo. Nada en su empresa se movía sin que él lo permitiera.Pensando en que tendría que analizar la situación y ponerle remedio, se masajeó el puente de la nariz y cerró los ojos por unos segundos, permitiéndose un momento de descanso.Sin embargo, la calma duró muy poco. La puerta de su despacho se abrió, y tras ella apareció Jo Bensen, el jefe de seguridad de la mansión, con el ceño profundamente fruncido.—Señor Lund, hay algo que nec