Esas palabras retumbaron en la cabeza de Santiago quien como una fiera saltó en contra de su amigo. Lo agarró del cuello y estuvo a punto de propinarle un golpe, cuando a su mente se vinieron los recuerdos de haberlo visto llorando y sufriendo por una mujer, entonces Santiago lo soltó, y en ese preciso momento apareció María Paz.
—¿Qué haces? —cuestionó a su hermano.
—¡Golpéame Santiago! —exclamó Joaquín—, me lo merezco...
—Aquí nadie va a golpear a ninguna persona —advirtió María Paz. —¿Por qué están discutiendo? —investigó.
—¿Qué pasó entre ustedes? —inquirió Santiago muy enojado con su hermana.
—Lo que haya sucedido entre él y yo es pro
Varias noches después.María Paz cogió de la cama el jean azul y se lo colocó, enseguida se sentó en el lecho y se calzó unas botas cafés, luego sé abrochó la blusa de seda blanca arregló su cabello, y cuando escuchó que su amigo Matt llegó cogió su bolso y su chaqueta que eran del mismo tono que los zapatos.—Hola Matt —saludó al joven.—Buenas noches, belleza... veo que estás decidida a reconquistar al divino de tu novio —comentó mirándola de pies a cabeza—. Te queda de maravilla el azul —mencionó—, y el diseño de la blusa, muy chic.María Paz sonrió y luego golpeó con el puño el brazo de su amigo.—¡Estás loco! —contestó&m
Las palabras de Paz se clavaron como dagas en el corazón del joven, el rostro de Joaquín se hallaba lleno de lágrimas, lo limpiaba a cada instante con la mano.—Dame otra oportunidad por favor… Vos me prometiste que no me ibas a dejar, ese es mi miedo... perderte.—No me has perdido —confesó ella—. Yo voy a esperar por ti, quiero que cures tus heridas, que venzas tus temores, que aprendas a confiar en mí y que arregles tu estado civil, entonces ahí búscame yo te voy a estar esperando.El corazón del joven se estremeció, se acercó a Paz y fue limpiando con sus pulgares las lágrimas que rodaban por sus mejillas.—¡No! —suplicó él con la voz entrecortada—. Vos sos tan bella, tan especial, tan diferente a las demás, que vas a encontrar
Joaquín volvió a tomar el papel en sus manos y procedió a leer la carta que le dejó María Paz.Mi amado Duquecito.Desde que tengo uso de razón soñé con encontrarte, siempre anhelé casarme con un Duque, te convertiste en mi sueño dorado, y no voy a permitir que eso se desvanezca en el aire.No es una despedida, es un hasta luego... Recuérdame en las mañanas y siente aún el calor de nuestros cuerpos enredados en las sábanas.No olvides lo mucho que te amo, y puedes estar seguro de que nadie te amará como yo.Te tuve toda la paciencia del mundo, intenté comprenderte y tratar de entender tus miedos y traumas, pero tú necesitas luchar desde adentro, liberarte.
Anochecía en la gran ciudad, cuando María Paz, para olvidar sus penas decidió salir con su mejor amigo Matt, a un bar. — ¿Otra vez a bar de los colombianos? —preguntó a su amiga. —No, no me quiero encontrar con Joaquín. —¿Terminaron? —Mientras él no arregle su estado civil no podemos estar juntos. —Anoche te fuiste con él —comentó Matt con una gran sonrisa. —Fue la despedida —contestó María Paz, mientras su amigo conducía a un bar no muy conocido de la ciudad. Ambos querían perderse del bullicio de la gran urbe. Llegaron a un lugar era muy elegante, con mesas alrededor, una pista de baile, karaoke, con decoración moderna. Les asignaron una mesa y el mesero les tomó la orden. —Dos cervezas por favor —pidió Matt. —No, mejor traiga una botella d
Aquella noche sombría y fría María Paz, reposaba en su cama, el reproductor de música sonaba «Contigo en la distancia by Christina Aguilera»«Es que te has convertido en parte de mi alma ya nada me consuela, si no estás tú también»Las lágrimas recorrían el rostro de la joven, que sentía en ese momento un gran vacío en su alma.Su madre ingresó a la habitación, entonces María Paz limpió su rostro, pero no podía disimular su pena ante la mujer que le dio la vida.—Ya no llores hija… lo que tu padre hizo fue por el bien de tu hermano y de Joaquín.La joven gimoteó sin poder evitarlo.—Lo sé mamá… sin embargo, me duele, no sé cuánto
Joaquín sintió pesar por su padre. El señor Duque era un hombre joven, atractivo, educado, de sólidos principios morales, de gran corazón; y, sin embargo, estaba solo. El joven en su mente deseó que su padre algún día encontrara una nueva ilusión, una mujer buena, generosa, que fuera su compañera, su amiga, su confidente, que le alegrara la vida, porque Miguel Ángel Duque, merecía una segunda oportunidad.El joven en ese momento no tenía idea de que, a futuro, el anhelo de ver a su padre al lado de una buena mujer estaba por hacerse realidad.—Papá, ¿Vos no has pensado casarte de nuevo?Miguel observó a su hijo frunciendo el entrecejo. Él se había prometido así mismo, no volver a unir su vida a ninguna otra mujer. Vivía con el recuerdo de su esposa en el corazón, s
María Paz le sonrió las dos había caído ante los encantos de los señores Duque, al parecer tenían ese efecto en las mujeres. Las dos amaban a los dos hermanos con toda su alma. — ¿Cómo lo conociste? Andrea sonrió y recordó aquella escena. —Yo soy un poco atarantada —bromeó—, llevaba una semana trabajando en la finca de la bruja, y ese día todos andaban como locos por la llegada de Carlos —expresó—. Yo no lo conocía, pero se decían tantas cosas de él: buenas y malas. —Presionó los labios y prosiguió—. Yo finalizaba de baldear uno de los pasillos de la entrada principal y me disponía a hacer lo mismo con el patio de frente, yo tomé el cubo con desinfectante y lo lancé sin darme cuenta de que él había llegado de Boston, lo empapé. María Paz se llevó las manos a la boca para evitar reír al imaginar aquella escena. —Supongo que se puso como loco. ¿Te gritó?
Joaquín bajó del jeep y de inmediato adquirió un ramo de orquídeas lilas, que eran las favoritas de su madre. Suspiró profundo y caminó a través de los pasillos del campo santo hasta el mausoleo de su familia.Las hojas secas crujían ante sus pisadas, al llegar a la tumba, se quitó los lentes para el sol, acarició con nostalgia la puerta del mausoleo, ahora ya no percibía sentimientos de culpa, y aunque había aprendido a resignarse a la ausencia de Luisa, el dolor de su partida siempre se avivaba al visitarla.Introdujo la llave y abrió la cerradura entonces ingresó y leyó el nombre de su madre, y de su abuelo.Sacó del florero las flores marchitas que su padre cada domingo dejaba ante la lápida de Luisa Fernanda, y enseguida colocó las de él.—Soy un ho