Capítulo treinta

(...)

Nos besamos por lo que se sintieron horas. No nos cansábamos el uno del otro, y por miedo a romper el mágico momento no nos habíamos levantado de donde nos encontrábamos. De vez en cuando nos deteníamos y nos quedábamos viendo fijamente, mis dedos no se contralaban y acariciaban su rostro, sus brazos, su cuello. Rae apretaba mis hombros, entrelazaba nuestros dedos, y acariciaba nuestras narices.

No fue hasta que por accidente ella giro la cabeza rápidamente y dejo salir un quejido que recordé que estaba lastimada. Sin importarme que se enojara conmigo, me pare de donde estábamos y la cargue para dejarla en la cama. Ella me vio con una mirada matadora que tiempo atrás me había hecho temblar pero que ya no tenía el mismo efecto. Le di un suave beso en la frente antes de separarme.

–No me veas así, las palabras del médico son órdenes pa

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