ANGUSTIADO

Darío regresó tarde a la mansión, observó a su esposa sentada en el comedor, con una copa en sus manos.

Se acercó y se la quitó de las manos, ella lo miró, podía notar las lágrimas en su rostro, limpió sus mejillas con cariño.

—Acaso no puedo ser feliz, es mucho pedir.

—¿Es por la bebé?

Ella asiente con la cabeza, se me rompe el corazón, no quiero verla sufrir, no lo tolero.

Pablo es un hombre sin corazón; amenazarla con la beba, fue lo más bajo, no tiene límites.

—No te preocupes, yo las voy a proteger, él jamás se acercará a ella, no te preocupes, de acuerdo.

Darío besó los labios de su esposa de manera dulce, con tanto amor. Su corazón latía como loco dentro de su pecho.

—Pero no es tu hija, no quiero que luego sea un problema.

—Eso no me importa, es mi hija del corazón, la amo como si fuera mi pequeña, lo demás no importa, Sofía, te amo, que más quieres escuchar de mí, yo sé lo que quiero, y es quedarme contigo. En algún momento todo esto pasará y seremos felices.

—Quizás
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