Comenzamos con la historia de los hijos. Muestra tu apoyo dando like si te gusta para poder continuarla, de lo contrario, me pedirán cerrarla.
Despertó con un terrible dolor de cabeza, y lo primero que Mía vislumbró fue que no estaba en su habitación. Y si era así… ¿en dónde se suponía que estaba? Se incorporó despacio con la mano en la sien, y echó un vistazo a su alrededor. Todavía no amanecía y había un hombre al otro lado de la cama. ¡Un hombre! Ahogó un jadeo de horror y se cubrió con las sábanas. No, no. ¿Qué había hecho? ¿Qué horas eran? Se incorporó fuera de la cama y un mareo la asaltó, luego vinieron las náuseas. Corrió al cuarto de baño y devolvió todo el estómago. Mejor, se levantó con la poca fuerza que le quedaba y volvió a la habitación. Buscó su ropa con dedos temblorosos y lágrimas en sus ojos. No recordaba nada. Absolutamente nada. Entre una prenda y otra, descubrió una tarjeta que salía del pantalón del hombre. La tomó y leyó. Cristóbal Cienfuegos. La soltó horrorizada. No, no podía ser. Cristóbal estaba en España. Él… Alzó el rostro, presintiendo lo peor, y se acercó al otro extremo de la cama, donde
Mía despertó horas después, y de a poco. No reconoció su entorno, al menos no al principio. — ¿Mía? — una voz reconocida la hizo girar el rostro. Cristóbal estaba allí, sentado a un lado de ella. Se incorporó aliviado tras saberla despierta. — ¿Cristóbal? — Sí, soy yo. ¿Cómo te sientes? — Un poco mareada — consiguió decir, aturdida —. ¿Qué fue lo que me pasó? ¿Por qué estoy aquí? — Te desmayaste, ¿no lo recuerdas? — Mía negó —. No importa, ahora estás bien. Tus padres están hablando con el médico. Les avisaré que despertaste. Pero apenas se incorporó, la voz de Mía lo detuvo. — ¿Cristóbal? — llamó ella con su angelical voz, consiguiendo que la mirara — No recuerdo por qué me desmayé, pero si recuerdo que tú y yo… — Mía, por favor. — Pero… — Te pedí disculpas. — No son tus disculpas lo que quiero. Yo… bueno, Cristóbal, lo que pasa es que anoche… Antes de que pudiera decir algo, alguien entró a la habitación. Eran los padres de la joven, acompañados por el doctor. Emma corr
— No, no puede ser. Dios, no puede ser cierto — para ese punto, él ya negaba sin poder creerloMía se incorporó lentamente, sin sospechar nada.— ¿Cristóbal? ¿Qué pasa? — preguntó, de repente, preocupada por la forma en la que él la estaba mirando.— Dime que no fuiste tú, Mía — exigió él, y se pasó la mano por el rostro, asustado, contrariado.Mía continuaba sin comprender.— Cristóbal, ¿de qué estás hablando?— Anoche. Esa mujer, Mía… es mujer… ¿fuiste tú? — necesitaba de verdad salir de dudas. Necesitaba que ella lo negara, o, de lo contrario, no iba a perdonárselo nunca a sí mismo.Ante el cuestionamiento, Mía ahogó un jadeo y se llevó las manos al centro de su estómago, nerviosa, sin saber qué decir.— Cristóbal, yo… — el resto de la oración murió en su boca, y fue eso lo que le dio una respuesta a Cristóbal, provocando que el mundo bajo sus pies se detuviera de súbito.— No, Dios, no. ¿Cómo? ¿Cómo… pudo pasar? ¿Cómo… lo permití? — se cuestionó a sí mismo, y se dio la vuelta hacia
No durmió en toda la noche, y no es que no lo hubiese intentado, pero la sola certeza de saber que Mía había sido la mujer que había llevado a la cama, esa que no había podido olvidar desde entonces, lo mantenía en vilo.El recuerdo de sus gemidos. Su cuerpo arqueándose contra su dura necesidad. El tamaño de sus pechos. Perfectos. Sus labios. Su piel de seda. Todo.Se levantó de la cama, resignado, e hizo lo mejor que sabía hacer para no pensar. Trabajar. Hasta que al amanecer, su madre fue la primera en llamarla y desearle un feliz cumpleaños, además de decirle que lo quería puntual para la celebración.Sería algo pequeño, como solían hacerlo, en familia y con la gente que lo quería.— Estaré allí, madre — le aseguró.— De acuerdo, cielo. Te amo.— Y yo a ti.Horas más tarde, esperaba el aterrizaje de Pablo, pero este le pidió que se adelantara porque su vuelo tenía un retraso de un par de horas, pero que contara con que estaría allí, así que, sin más opción, llegó a la casa de sus pa
La sedujo de forma imposible, y de a poco, le fue quitando la ropa, disfrutando a plenitud de cada trozo de piel expuesta, de cada gesto y gemido.Cuando la supo desnuda, tuvo que hacerse un poco hacia atrás para poder admirarla. Era perfecta. Todo de ella lo era. El cabello en su rostro. Los labios ligeramente hinchados y las pupilas dilatadas. Su piel blanca. Ojos claros, brillantes, únicos. Ligeros lunares adornando largamente su piel.— Eres tan hermosa, Mía — la aduló en voz baja, mientras acariciaba lentamente sus piernas hasta llevar a la curva de su cintura. Posteriormente, tiró de ella y la pegó a él, luego se inclinó contra su boca —. Tan jodidamente hermosa.Mía cerró los ojos al sentir en su aliento fresco una caricia divina, y pasó un trago antes de abrirlos.— Tú… también eres hermoso, Cristóbal — le dijo con dulce inocencia, y Cristóbal no pudo evitar sonreír con ello y asaltar su boca en un nuevo beso que, sin darse cuenta, los llevó a un punto de verdadero no retorno.
— Mía, ¿estás bien? — preguntó Cristóbal, de pronto preocupado por la forma en la que temblaba.Se alejó un poco para poder mirarla. Tenía los ojos inundados de lágrimas.— Joder, Mía, lo siento, no quise… — iba a salir de su interior, pero ella lo detuvo.— No, por favor, solo… me duele un poco, pero es normal, ¿no?Cristóbal asintió. — Las primeras veces se sentirán así, pero pasará de a poco, ¿vale?Más tranquila, Mía asintió, y cerró los ojos, abrazada a él.Cristóbal se comportó a la altura del momento y situación. Mía no había tenido experiencias sexuales en su vida, y aunque ya no era su primera vez, sí lo era estando en sus sentidos. Esa noche… no podía imaginar si había sido brusco o la había lastimado, pero en esta ocasión en que tenía la oportunidad de demostrarle lo distinto que podía ser, lo haría.Posó ambos manos en su cintura y besó su hombro antes de incorporarse, luego, instándola a abrir los ojos, salió de su interior y la penetró de a poco. De esa forma estuv
Durante todo el camino, estuvieron tomados de la mano, y cada vez que se detenían en un semáforo, lo aprovechaban para besarse y expresar con increíble transparencia lo que sentían por el otro.Para Cristóbal, todo aquello parecía imposible, y aunque conocía el riesgo, dejó de importarle en el segundo en el que la hizo suya. Por su lado, Mía aún se encontraba consternada, incrédula. Ella y Cristóbal. Dios. El hombre que había amado en secreto toda su vida. El hombre que… deseó miles de veces fuese el primero y ahora lo era. En su corazón no cabía la dicha.Llegaron minutos más tarde.— ¿Estás lista? — le preguntó Cristóbal tras apagar el motor del auto.— Sí, pero, no puedo evitar sentirme nerviosa. ¿Y si… no lo aceptan? Ya sabes cómo es mi padre, mi madre, ellos…— Lo sé — la protegían demasiado, sobre todo… después de haber tenido una pérdida. Mía era todo para ellos. La unigénita. Tomó sus manos entre las suyas y le regaló una sonrisa conciliadora —. Esta noche todo puede salir mal
Por petición de Cristóbal, la fiesta acabó. Y se excusó con su familia antes de hablar a solas con Lucrecia.— ¿Qué diablos significa todo esto, Lucrecia? — la encaró una vez que cerró la puerta del despacho de su padre.— ¿Qué puede significar? Vamos a tener un hijo.— Tú y yo no podemos tener un hijo. ¡Terminamos! ¿Es que no lo recuerdas?— Por supuesto que lo recuerdo — respondió, dolida —. Pero… luego me enteré de esto y… Dios, Cristóbal, vamos a tener un hijo. No pensarás… dejarme sola.Cristóbal apretó los puños. Sabía muy bien que sería incapaz. Sobre todo porque él había estado los primeros años de su vida sin un padre a su lado. No culpaba a su madre. Jamás lo había hecho. Ella hizo lo mejor que pudo con las opciones que tenía en ese entonces.— ¿De cuánto tiempo estás?— Ocho semanas. Tengo los resultados. No estoy mintiendo.Cristóbal tomó las ecografías y los resultados, asegurándose de que estuviese diciendo la verdad. Se dio la vuelta y tomó el aire. Dios.— Cristóbal… di