PITULO 31

“¡No!” grita ella, apretando los dientes cuando llega otra contracción.

Puedo ver que tiene razón. El bebé está llegando. Ahora. No tenemos tiempo para llegar a un hospital.

“¡Llama a alguien!”. Su grito es espeluznante.

Sé lo que debo hacer: dejarla, buscar otro auto, esperar que algún otro buen samaritano venga y ayude a esta pobre mujer a hacer lo que diablos tenga que hacer.

Mi vida está bajo amenaza. Muchos hombres violentos están intentando matarme.

Pero hay una pequeña voz en mi cabeza que me arraiga en el lugar. La misma voz que me dijo que rechazara la oferta de los albaneses de una asociación igualitaria en su negocio de tráfico de esclavos sexuales. Llámala conciencia, un ángel en mi hombro o simplemente una maldita alucinación. Sea lo que sea, no puedo ignorarla.

Y en este momento, me está diciendo que me quede y ayude.

“No puedo. No tengo teléfono” miento, enfundado de nuevo mi arma antes de abrir la puerta y arrodillarme frente a ella. “Tendremos que hacer es
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