CAPÍTULO 74. El precio justoDaniel Craig necesitaba que alguien le pegara fuerte en la cara, a ver si se le frenaban los malos pensamientos, porque aquello no podía estar pasando.—¿Es una broma? ¿Cómo que se lo regalaste...? ¿¡Le regalaste el juego a Alexa!? —gritó.—¡No pensé que fuera a valer nada! —exclamó Scott—. He diseñado al menos tres docenas de juegos en mi vida y ese era simplemente... ¡irrelevante!Recordó sus palabras cuando Alexa le había dicho que aquel juego sería el mejor de todos, que un día sería el más rentable.—Lo hice por contradecirla —murmuró Scott—. Ella dijo que ese sería el juego más rentable de esta compañía y yo no lo creí, solo para comprobarle la poca fe que le tenía, se lo regalé.—¡Maldición, Scott, regalaste una mina de oro! ¡Tenemos que recuperarlo! —exclamó Daniel y su amigo se encogió de hombros.—Para recuperarlo, tendríamos que encontrar a Alexa, ¡y tú no lo has conseguido en casi un año! —replicó Scott con frustración.—¡Pues porque tú no me h
CAPÍTULO 75. Un hombre desesperadoScott respiró tranquilo y estaba a punto de empezar a negociar una oferta cuando una muchacha atravesó la puerta y le entregó un informe.—¡Uff! ¡Esto está interesante! —dijo el italiano—. ¡Y parece que "cierto progreso" es un eufemismo, señor Hamilton! Al juego le va realmente muy bien.—¿Había pedido el informe ya? —murmuró Daniel, confundido.—Desde que me anunciaron sus nombres —respondió Sebastian con suavidad—. No se deje confundir por mi sonrisa, señor Hamilton. No soy estúpido. Un diseñador de juegos que toca a mi puerta justo cuando su peor juego de repente se hace famoso... es porque está buscando recuperar la mina de oro que perdió...—¡Se lo regalé a alguien que era importante para mí! ¡Era para que lo tuviera ella, no usted! —siseó Scott sin contenerse.—Pues si ella "era", en pasado, importante para usted, debe asumir que usted para ella dejó de ser importante en el mismo momento en que este juego salió de sus manos. —Scott se levantó c
CAPÍTULO 76. Alex DiamondTres días. Era todo lo que tenía y Scott no perdió ni una milésima de tiempo. La parte buena era que todos los corredores en aquel campeonato eran seguros de sí mismos, y nadie tenía miedo de competir en una carrera individual. Sin embargo Scott quería algo más, algo seguro, porque no podía darse el lujo de perder.—Ya estuve investigando a Ricci, él mismo entrena a sus pilotos —dijo Daniel—. Todo el mundo ha dicho lo mismo, son buenos, pero ninguno que sobresalga. Ganan y pierden carreras, como todos.—Entonces necesitamos a alguien que les haya ganado a todos sus pilotos —dijo Scott.Daniel revisó de nuevo aquella lista y sacó un nombre:—Luca Sobretti. Corre para la Lancia, Ricci era su instructor hasta que dejó a ese patrocinador. Hasta ahora Luca se ha enfrentado a los cuatro pilotos de Ricci en diferentes carreras y los ha vencido a todos.—¡Perfecto! ¡Es evidente que el tipo también se aprendió las debilidades del instructor, sabe lo que enseña! —excla
CAPÍTULO 77. ¿Qué crees que quiero cobrarte, Scott?Metió el freno de mano y el auto giró sobre su eje, trazando un círculo sobre las ruedas delanteras y frenando violentamente a un costado del circuito.Scott estaba del otro lado, con las dos manos en la cabeza y los ojos cerrados, porque se daba cuenta de que acababa de perderlo todo. Acababa de perder absolutamente todo.Y no tenía ni idea de que cuando abriera los ojos sería peor.... porque cuando Scott Hamilton abrió los ojos, lo que vio fue a una mujer en un impecable overol blanco y rojo, quitándose un casco y sacudiendo la larga cabellera rubia antes de girarse para quedar frente a él. Su boca se abrió, pero no salió nada.¡Era ella!En medio de los dos había una pista de carreras y un abismo inmenso que se abría cada segundo más, porque no lo estaba escondiendo. Había sido ella. Scott Hamilton lo había perdido todo y Alejandra estaba de pie frente a él, para asegurarse muy bien de que supiera que todo se lo había quitado ella
CAPÍTULO 78. Eso ya lo hicisteAlejandra no estuvo presente cuando Scott firmó todos aquellos documentos que lo hacían ceder el setenta por ciento de sus acciones del Grupo HHE, por el cual a partir de ese momento Diamond Fast se convertía en el principal accionista de su empresa.Los dos sabían lo que eso significaba. A Scott no le quedaba más remedio que quedarse como un accionista menor mientras Sebastian Ricci se adueñaba de todo lo que había construido a lo largo de su vida.Sabía muy bien lo que estaba por llegar: Aquel hombre no sabía nada de diseño de videojuegos, no sabría cómo manejar una empresa así. En el mejor de los casos aguantarían unos meses antes de que todo se fuera al demonio, en el peor, desmembraría su empresa, pieza por pieza, la vendería en trozos y él lograría conservar quizás una décima parte de lo que había invertido para levantarla.—Nos veremos en América en dos días. Si eres tan amable, te agradecería que tuvieras ya preparada una reunión de accionistas p
CAPÍTULO 79. El dueño de Diamond FastLe cerró la puerta en la cara y fue a prepararse. El abuelo Gerard no era una persona a la que quisiera lastimar, así que se aseguró de pasar a buscarlo tal y como había prometido. Un Bugatti fue el auto que le entregaron en la agencia apenas lo pidió y con él estacionó frente a la verja de la mansión Hamilton sin llegar a entrar.El abuelo salió y le dio el abrazo más cálido del mundo. Luego le dio una vuelta y sonrió animado.—¡Estás preciosa, hija! ¡Diez veces más linda que cuando te conocí! —le sonrió—. ¿Me vas a llevar a pasear en esa bestia?—Sí, pero despacito, porque ya me advirtieron que no te puedo acelerar el corazón.Alejandra lo ayudó a subirse al auto y estuvieron dando vueltas por la ciudad mientras hablaban de los temas más triviales. Por supuesto, todo lo que había pasado hacía casi dos años entre Scott y ella no tardó en salir, e increíblemente el abuelo estaba de su parte.—¡Se lo dije! ¡Le dije que tenía que haberte escuchado!
CAPÍTULO 80. Una leona y su presaLos murmullos se levantaron en aquella sala de juntas, las imprecaciones y el miedo, porque aquella era una declaración terrible. El único que ni siquiera se movió fue Scott, porque ya estaba bastante seguro de que algo como eso iba a suceder.El Grupo HHE tenía seis accionistas menores, más Alberto, que contaba con el catorce por ciento de la empresa y era el tercer mayor accionista, después de Scott y ahora, por supuesto, Alejandra.—!Pero ¿qué está diciendo?! —exclamó otro de los accionistas—. ¿¡Cómo que va a arruinar la empresa!?Alejandra se echó atrás en su asiento y cruzó las piernas.—Déjenme explicarles. Hay dos exesposos míos en esta sala. El señor Alberto Mejía, mi primer esposo, que trató de matarme saboteando uno de mis autos. Y el señor Scott Hamilton, que lamenta profundamente la poca habilidad para asesinar del señor Mejía.—¡Alejandra...! —intentó levantarse Alberto pero ella golpeó sobre la mesa violentamente con la palma de las mano
CAPÍTULO 81. ¿¡Cómo sabes del audio!?Así que aquello solo se detuvo cuando Alejandra le metió a la fuerza el acta de divorcio en la boca a Alberto y gruñó limpiándose las manos.Alberto Mejía se levantó, escupiendo el papel con sangre, pero apenas dio un paso cuando Scott volvió a hacerle de tope.—Ni se te ocurra acercarte a ella —lo amenazó.—¿¡Pero a ti qué diablos te pasa, imbécil!? —le gritó Alberto desquiciado—. ¿¡Por qué la sigues protegiendo después de todo lo que te hizo!? ¿¡No te bastó con que te pusiera los cuernos con el médico!? ¿¡Que no la oíste todo lo que le dijo de que te quería arruinar!?Aquel puño cerrado de Scott se quedó en el aire, ni siquiera se movió cuando escuchó aquello y las únicas palabras que le llegaron a la cabeza eran las de Alejandra el día que la había echado de su vida."¡Es una trampa!""¡Es una trampa!""¡Es una trampa!""¡Es una trampa!""¡Es una trampa!"Sus ojos se tropezaron con los de la muchacha y la vio sonreír con condescendencia.—Bas..