ENERO SEATTLE —¡¿Cómo fuiste capaz de hacer esto?! —El rugido furioso de Zack Keller detuvo a su novia en la misma puerta de la casa apenas la vio llegar. Giselle vio una hoja en su mano y ni siquiera sabía de qué estaba hablando, pero jamás lo había visto tan alterado como en ese momento. —No s
NOVIEMBRE. VANCOUVER —¡Andrea! ¡A mi oficina! ¡Ahora! El grito de su jefe, un gerente medio en la compañía SportUnike, la hizo saltar en su asiento, angustiada, porque sabía que estaba de muy mal humor ese día. —¿Esta es una maldit@ broma? —gruñó lanzándole una carpeta de documentos a la cara—.
Pero si Zack creía que algo en aquella empresa iba mal, su instinto se disparó cuando bajó al estacionamiento y vio a la mujer apoyada en una de las paredes. Intentaba cambiarse los zapatos de tacón por unos tenis bajos, pero las manos le temblaban. Estuvo tentado a ir a hablarle, pero algo en él t
El rostro de Trembley enrojeció visiblemente y la dureza de sus ojos se mantuvo. —¿Esperando a Andrea? —gruñó—. ¿Te estás haciendo el gracioso o acabas de llegar y no sabes que las relaciones interpersonales están prohibidas en esta empresa? —Pues soy de lento aprendizaje pero tiendo a la imitació
Furioso... no, pero sí frustrado y mucho. No podía entender que ella fuera tan sumisa con un tipo que era un impresentable. Ya sabía que era el jefe, ¡pero que Dios le mandara un rayo directamente a la cabeza si algún día él llegaba a comportarse así con alguno de sus empleados! Andrea no solo trat
Decir que Andrea había trabajado duramente para prepararse y conseguir un ascenso como aprendiz de representante, era poco. Trembley estaba más que molesto de verla con Zack tanto tiempo, pero su primer intento por despedirlo también había sido el último. —¡Pero está intimando con una de sus coleg
—¿Examen? ¡Por favor! Solo eres una más entre todas las secretarias inútiles que pasan por aquí con sueños imposibles. ¡Sé realista! —le espetó con desprecio—. ¿De verdad crees que alguien como tú puede llegar tan alto? ¡Eso es absurdo! A Andrea le tembló el piso, no se había atrevido a pensar que
—No... no quiero ser esa clase de persona —balbuceó mientras ya no podía contener las lágrimas. —Entonces te despediré —sentenció Trembley sin una gota de compasión—. Esas son las opciones. O te acuestas conmigo y puedes estar segura de que tendrás un futuro prometedor aquí, o te niegas y esta cart