No estaba muerta

La atmósfera en la mansión se volvió densa y tensa tras la sorprendente aparición de la mujer misteriosa. Todos los ojos se centraron en ella, y el silencio se hizo palpable, como si el tiempo se hubiera detenido. Guillermo, atónito, se quedó sin palabras, mientras la pequeña Laura se aferraba a Tania, temblando de miedo y sin comprender qué estaba pasando.

—¿Quién eres tú? —preguntó Guillermo, con su voz temblando entre la confusión y la incredulidad—. ¿Cómo te has atrevido a entrar aquí a interrumpir mi boda, quién te ha dejado entrar?

La mujer misteriosa, con una mirada fría y decidida, se quitó el velo que cubría su rostro. La cicatriz que cruzaba su mejilla era un recordatorio de su dolor, una marca que hablaba de todo el sufrimiento que había soportado.

—Soy Isabel, tu esposa —respondió, con una voz firme pero cargada de resentimiento—. La mujer que creías muerta, la mujer que traicionaste con mi hermana Natalia.

El impacto de sus palabras resonó en la sala como un trueno. Los
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