Isabel había sido dada de alta de la clínica y regresó a la mansión. La atmósfera era tensa; todos sabían que la situación había cambiado drásticamente. Isabel, aún débil, se sentó en el sofá, mirando a su alrededor con una mezcla de nostalgia y desafío.—¿Dónde está Laura? —preguntó, su voz apenas un susurro, pero cargada de autoridad.Guillermo que estaba presente, se acercó a ella y, con cautela, respondió:—Está en su habitación, jugando. Isabel, necesitamos hablar de nuestra hija. —¿Hablar? —replicó Isabel, cruzando los brazos—. ¿Acaso no es mi derecho saber cómo está mi hija?—Claro que puedes verla, pero debemos aclarar cuál es tu situación en esta casa —dijo Guillermo mientras se sentaba frente a Isabel—. Debes entender que para Laura tú habías fallecido, y ahora que has regresado, ha sido muy difícil para ella entender todo este enredo. Sin embargo, Valeria ya se encargó de hablar con ella y explicarle de modo que pueda entender.—¿Y se puede saber por qué Valeria tiene que
Isabel se quedó sola en la habitación; el silencio era abrumador. Miró por la ventana, donde el sol comenzaba a asomarse, iluminando los árboles del jardín. La luz dorada le recordaba momentos felices al lado de su hija y Guillermo y la angustia se apoderó de ella nuevamente. Isabel era una mujer de mirada intensa, con una determinación que a menudo la llevaba a tomar decisiones impulsivas. Su cabello castaño oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros, y su piel aún mostraba el desgaste de la enfermedad. Sin embargo, su espíritu seguía siendo fuerte, y aunque sentía que el mundo se le venía encima, había una chispa de lucha en sus ojos.Valeria, por otro lado, era su opuesto en muchos sentidos. Con una apariencia más juvenil y despreocupada, su cabello rubio y rizado enmarcaba un rostro que irradiaba amabilidad. Sin embargo, detrás de esa dulzura había una fortaleza que había desarrollado a lo largo de los años. Valeria había sido la figura materna para Laura durante el tiempo en
Guillermo ingresó a su despacho sintiéndose completamente aturdido. Se encontraba en una compleja encrucijada emocional, atrapado entre Valeria e Isabel, dos mujeres de gran relevancia en su vida. A ambas las respetaba profundamente, pero su verdadero amor era Valeria, con quien anhelaba casarse y construir un futuro junto a su hija, Laura. Sin embargo, el dilema de no querer herir a Isabel lo atormentaba.Tania, la enfermera encargada del cuidado de Isabel, había tejido una red de intriga a su alrededor. Con astucia, había manipulado a Isabel, sembrando desconfianza hacia Valeria. Su objetivo era claro: primero eliminar a Valeria del escenario y luego deshacerse de Isabel, para finalmente ocupar el lugar de Guillermo, el hombre del cual estaba obsesionada.Aprovechando la vulnerabilidad de Guillermo, Tania lo acompañó a su despacho, ubicado en la planta baja de la mansión, cerca de la sala de estar. Al entrar, Guillermo se llevó las manos a la cabeza, angustiado con el problema que a
Valeria se quedó paralizada en la entrada, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Guillermo y Tania en la cama, desnudos y enredados en una situación que jamás había imaginado. Su corazón se rompía en mil pedazos mientras sus pensamientos se agolpaban, tratando de encontrar sentido a lo que estaba presenciando.—Guillermo… —susurró Valeria, con su voz temblorosa y llena de dolor mientras las lágrimas corrían por su rostro sintiendo un profundo dolor en el corazón. Guillermo, al escuchar su nombre, giró la cabeza y se encontró con la mirada herida de Valeria. El tiempo pareció detenerse. Se levantó de la cama de un salto, intentando cubrirse con las sábanas, su rostro se veía pálido y lleno de terror.—Valeria, espera, no es lo que parece… —comenzó a decir, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.Tania, viendo la escena, se incorporó con una sonrisa triunfante, disfrutando del caos que había provocado. —Valeria, cariño, creo que deberías escuchar a Guillermo. Anoche f
Valeria ingresó a su habitación y se dejó caer en la cama, sintiéndose completamente desolada. Las lágrimas brotaron de sus ojos; no podía creer que Guillermo, el hombre del que estaba tan enamorada, le hubiera infligido una traición tan cruel. Su llanto se intensificó, ahogada por un torrente de impotencia y dolor. Pensaba en su hija Laura y en su hermana Isabel, quien había atravesado un sufrimiento similar al descubrir la traición de Guillermo con Natalia.Ese recuerdo la impactó profundamente. Isabel había salido corriendo de la mansión aquella noche fatídica, y el accidente que casi le costó la vida fue resultado de su desesperación. Valeria comprendía ahora la magnitud del sufrimiento que había experimentado su hermana en ese momento. Era el mismo dolor que la consumía en ese instante.—No puedo creer que esto esté sucediendo —murmuró Valeria entre sollozos—. ¿Cómo pudo hacerme esto?Deseaba escapar, alejarse de todo lo que le recordaba a Guillermo, de la traición que había dest
El día avanzaba con una tensión palpable en la mansión. Guillermo, inquieto, intentaba comunicarse con Valeria, pero sus esfuerzos resultaban infructuosos. Ella había salido de la casa por recomendación de Isabel, lo que aumentaba su desesperación. No sabía cómo explicarle que no tenía conocimiento de lo ocurrido, que todo había sido una trampa orquestada por Tania. A medida que pasaban las horas, su preocupación crecía.En ese mismo instante, Tania ingresó en la habitación de Isabel, como lo hacía cada día para administrar su tratamiento. Entró con una actitud despreocupada, sin imaginar que Isabel ya estaba al tanto de sus acciones. —Señora Isabel, es hora de su medicamento —anunció Tania, colocando la bandeja con las pastillas y un vaso de agua sobre la mesa de noche.Isabel la miró con una expresión que denotaba un profundo desagrado.—Quiero que te vayas de mi casa en este mismo instante —declaró Isabel, con su voz firme y decidida.Tania, incrédula, respondió:—¿Qué está dicien
Valeria, con el corazón acelerado, se arrodilló junto a Isabel, tratando de reanimarla. La respiración de su hermana era superficial, y su rostro mostraba una palidez alarmante. Sin perder tiempo, comenzó a aplicar los primeros auxilios mientras aguardaba la llegada del médico.—¡Isabel, por favor, reacciona! —murmuró, sintiendo que el tiempo se detenía. La angustia la invadía al pensar en lo que podría suceder si la ayuda no llegaba pronto.Afuera, Tania se alejaba de la mansión, su mente llena de pensamientos contradictorios. Al revisar sus bolsillos, sintió una punzada de ansiedad al darse cuenta de que su celular no estaba. La preocupación la invadió; sabía que había dejado las fotos comprometedoras de ella y Guillermo en la habitación de Isabel. Sin embargo, no podía regresar. La idea de cruzarse con Guillermo o el médico que atendía a Isabel la aterrorizaba. Si algo le sucedía a Isabel, sabía que sería la primera en ser culpada.Mientras tanto, Guillermo llegó a la mansión, com
Valeria permanecía inmóvil en la cama, temblando mientras sostenía el celular de Tania entre sus manos. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras en su rostro, donde las lágrimas se deslizaban silenciosamente. La traición de Guillermo la dejó sin aliento, y un torrente de emociones la invadió: rabia, tristeza y una profunda desilusión. Con determinación, se levantó de la cama, sintiendo que la ira se transformaba en una fuerza resolutiva.—¡No puedo creer que me haya hecho esto! —exclamó, con su voz resonando en la habitación vacía, como un eco de su desconsuelo. La rabia se convertía en resolución; si Guillermo pensaba que podía salir impune de esta situación, estaba profundamente equivocado. No solo había presenciado su infidelidad, sino que también sabía que él y Tania habían tenido el descaro de dejar evidencias que serían cruciales para lo que planeaba hacer.(…)Mientras tanto….En la clínica, Guillermo permanecía sentado al lado de Isabel, sintiendo cómo el tiempo se desliz