4

Margaret limpió la lagrima que se resbaló por su mejilla, a pesar de que habían pasado más de dos meses, ella seguía sin comprender como su novio había sido capaz de serle infiel.

Ella le había querido hacer una sorpresa a su novio y al contrario, se había llevado una sorpresa ella al encontrar a Vladimir con una cualquiera.

Jamás le había descubierto una infidelidad a Vladimir, y solo podía preguntarse si jamás le había descubierto una infidelidad porque él era muy bueno o porque ella era muy estúpida.

De todas formas, él era la clase de millonario al que se le perdonaba todo.

—Llego una carta para usted, señor Vladimir —dijo una de las sirvientas—. Lo lamento, señora Margaret, no sabía que solo usted se encontraba aquí.

—No hay problema, Cecilia, dámela.

Margaret tomó la carta que la empleada domestica le entregó y la abrió rápidamente, sin darse cuenta de que aquella destruiría su salud mental.

“Vladimir, soy Vera. Seré breve e iré al grano: estoy embarazada y tú y tu hermano son los únicos dos hombres con los que he estado en los últimos dos meses, necesito que me des una respuesta. Hemos cometido un error muy grande”.

Margaret leyó el reveso de la carta, viendo la dirección de quien la envió.

—No vas a arruinar mi vida, estúpida. —La mujer sacó su teléfono y marcó de manera temblorosa el numero de alguien—.  1153 Cheshire Road, fuego, no sobrevivientes.

Luego, la mujer quemó la carta, arrojándola a la basura.

Nadie se iba a interponer en el matrimonio de ella y Vladimir que pronto tendría lugar.

Nadie, ni siquiera una muchacha y su bebé no nacido.

***

Desde que le había gritado a su madre, la mujer se había enojado tanto que había salido con su silla de ruedas y no había regresado en varias horas.

Vera había aprovechado aquel tiempo de silencio para dormir, hasta que algo interrumpió su respiración.

La muchacha se despertó tosiendo de manera sofocada fue cuando se percató que se trataba de un violento fuego que se expandía.

—¡Ayuda! —pidió, pero pronto recordó que prácticamente no tenía vecinos y no pudo evitar entrar en pánico—. ¡Alguien, ayuda por favor!

La muchacha fue rápidamente arrinconada por el fuego, apenas pudo lograr sostener su celular y cuando lo hizo, consiguió marcar el número de Vladimir.

—¡Está en llamas!

—¿Qué dices?

—¡Mi casa está en llamas!

Vera colgó la llamada y se encontró tan arrinconada que no supo que hacer y terminó arrojándose por una ventana.

Su cabeza colisionó tan agresivamente con el concreto que ella perdió la consciencia de manera inmediata.

***

—¿Tiene usted alguna idea de que pudo haber ocasionado este fuego?

—No lo sé, ella solo me llamó y dijo que su casa estaba en llamas.

—¿Sabe usted si ella tenía algunos enemigos?

—No —respondió Vladimir—. No lo sé, creo que no.

—Bueno, ella no sufrió ninguna quemadura, pues parece que consiguió arrojarse antes de que el fuego se intensificara, sin embargo, sufrió un golpe muy severo en la cabeza, es un milagro que ambos estén vivos.

—¿Ambos? ¿Acaso su mamá estaba allí con ella?

El doctor alzó una ceja.

—Nadie me dijo nada acerca de alguien más en el apartamento.

—¿Y por qué habla en plural, doctor?

—Cuando dijo “ambos” me refiero a Vera y al bebé que ella espera en su vientre.

El mundo de Vladimir se congeló en aquel instante.

—¿Vera… está embarazada?

—Tiene casi dos meses de embarazo, señor Petrov.

—No, no… no…

—¿Señor Petrov?

—¡Maldita sea!

Vladimir salió corriendo fuera de aquella habitación y llamó de inmediato a su hermano.

—¿Vladimir?

—¿Usaste protección con Vera?

—¿Qué demonios?

—¡Responde, carajo!

—¡Sí, si usé protección!

«Yo no…» pensó él, sintiéndose mareado.

Vladimir se montó rápidamente en su coche, dirigiéndose a su casa.

Necesitaba aclarar sus pensamientos.

Abrió la puerta y corrió hacia su habitación, solo para encontrarse con un olor a quemado que parecía haberse conservado allí por alguna razón.

El hombre se dirigió hacia el baño y se dio cuenta de unos papeles que estaban arrojados de manera desorganizada en el zafacón, por alguna razón, una voz en su cabeza le dijo que sujetara los papeles y él así lo hizo.

Pero lo que vio apenas tuvo sentido.

“Soy Vera”.

“Embarazada”.

“Fue un error”.

—No… no, ¡no!

«¿Acaso ese bebé será mío?» se preguntó.

—Imposible, ella pudo haber estado con muchos más hombres además de mí. Es imposible que ese bebé sea mío.

Pero había una voz en su cabeza que le gritaba una y otra vez que por más que se lo negara, aquel bebé era de él.

***

Margaret jamás había sentido tanta furia en toda su vida.

—Te he pagado diez mil dólares para que le prendas en fuego la casa a esa zorra y tú la has dejado viva, ¡eres un inútil!

Antes de que la otra persona pudiese responder, Margaret colgó sintiéndose asfixiada por la furia.

Tenía que hacer algo para evitar que esa zorra se saliera con la suya, tenía que hacer algo urgente.

—Tengo que hacer las cosas con mis propias manos.

Tras esto, la mujer hizo otra llamada.

—No te preocupes, no requiero de tus servicios, solo quiero que me consigas un galón de gasolina… sí, sí, de lo otro me encargo yo.

***

Vera sintió su garganta tan seca que el simple hecho de intentar tragar fue un martirio. No recordaba muy bien lo que había pasado, solo recordaba el dolor que había sentido al arrojarse de casi seis pisos.

De repente, Vera llevó sus manos al estómago. Recordó que estaba embarazada, recordó que el papá podría ser cualquiera de los hermanos Petrov, se sintió como una zorra, anheló huir.

Se arrepentía de haberle mandado aquella carta a Vladimir, porque lo más probable era que él creyera que ella lo estaba engañando porque el verdadero padre de su hijo no estaba presente.

Si Vera no se sintiera tan adolorida, se hubiese puesto de pie y se hubiese ido, lejos de todos, pero apenas sabia en donde se encontraba.

La muchacha estiro la mano y la llevo hacia su teléfono, marcando el numero de la única persona que quizás podía ayudarla, aunque era irónico, pues esa persona había sido el principal causante de que ella se encontrara en aquella situación.

—¿Vladimir? ¿Dónde está mi madre?

La línea se estaba cortando, Vladimir apenas pudo entenderla.

—¿Vera?

—Vladimir, ¿Dónde está mi madre?

—Apenas puedo entenderte, Vera.

—Vladimir, creo que estoy embaraza de usted —murmuro ella—. Todo esto fue un error, mi madre tenía razón.

Para su infortunio, la ultima parte Vladimir su la escucho perfectamente.

—Vera…

—Debo irme, ignore la carta que le envié.

—¿Carta?

Vera colgó la llamada e intento ponerse de pie, pero no lo consiguió.

—Usted debería de estar dormida, muchacha.

Una enfermera entro a la habitación en donde V era se encontraba, regañándola.

Antes de que la muchacha pudiese decir algo, Vera sintió como la mujer inyecto algo en su brazo, tan rápido que ella apenas pudo reaccionar.

—¿Qué fue eso que me inyectó?

La mujer no respondió, Vera empezó a sentirse mareada.

—Algo para que te tranquilices.

Vera no comprendió.

—No estaba intranquila, pero ahora si lo estoy. Me siento mareada, demasiado… —La muchacha apenas pudo mantenerse sentada—. ¿Qué me inyectó? —Ante la falta de respuesta por parte de la enfermera, Vera empezó a enojarse—. ¿Acaso es sorda o estúpida?

La enfermera rio, Vera intentó ponerse de pie, pero apenas pudo moverse, terminó sucumbiendo en la cama, apenas consciente.

—No te preocupes, muchacha —dijo la enfermera, quitándose la mascarilla—, solo dolerá como el infierno.

Vera la miró, casi desmayada, dándose cuenta de que aquella persona era nada más y nada menos que Margaret Collins, la conocía porque ella había salido en las noticias como la prometida de Vladimir.

Todo empezaba a cobrar sentido.

De repente, entre su batalla intentando mantenerse despierta, Vera escuchó como la mujer destapó un galón de algo y empezó a rosearlo por toda la habitación.

Le costó poco tiempo a Vera darse cuenta de que se trataba de gasolina.

Pero por más asustada que se encontraba, sus extremidades se encontraban paralizadas.

Margaret observó directamente a los ojos a Vera mientras jugaba con el encendedor entre sus manos.

Vera imploró para que no lo hiciera, Margaret sonrió.

—Eres hermosa, me atrevería a decir que más hermosa que yo, lastimosamente de ti solo quedaran las cenizas.

Y lanzó el encendedor hacia la gasolina.

En un instante todo se llenó de fuego.

Margaret desapareció por la puerta y Vera permaneció paralizada en la cama.

«Voy a morir» se decía una y otra vez, sin saber que hacer.

No podía creer que iba a morir sin haber empezado a vivir. Aquello la llenó de una furia incontrolable.

Con la poca fuerza que tenía, se balanceó de un lado hacia el otro, cayendo al suelo.

«Me tengo que vengar» pensó en medio de su lucha por vida.

Pasaron alrededor de veinte minutos antes de que alguien se diera cuenta del fuego.

De inmediato llamaron a los bomberos y al 911, quien apagaron el fuego con toda la rapidez que pudieron.

Vladimir fue informado acerca del fuego por una de las enfermeras.

Corrió tan rápido que sus extremidades atentaron con despegarse de su cuerpo.

Una vez llegó a la escena, buscó con sus ojos a Vera, pero no dio con ella.

—¿Dónde está la paciente que estaba en esa habitación? —le preguntó a uno de los bomberos—. ¿Acaso ella resultó accidentada?

—¿Paciente? No había ninguna paciente allí.

—Por supuesto que sí, su nombre era… es Vera.

El bombero negó.

—¡Ella estaba aquí!

—Le estoy diciendo, señor, que no encontramos a nadie, ni ningún cuerpo en la habitación del incendio.

Vladimir empezó a respirar profundamente, ¿cómo era aquello posible?

Fue hacia donde el doctor que le respondió lo mismo que el bombero.

—Pero, ¿la vieron salir de la habitación?

—No vimos a nadie por la cámara, las enfermeras no reportan a nadie saliendo… es como si ella se hubiese desvanecido.

—Desvanecido —murmuró Vladimir, confundido—. Las personas no se desvanecen.

Después de aquel incidente, él continuaría buscándola por meses, pero no daría con ella.

Con el tiempo, la daría por muerta.

Pero los fantasmas del pasado regresarían para torturarlo, esta vez peor que nunca.

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