Uno… Dos… Tres…No pudo dar un solo paso.La agarraron por la cintura unos fornidos brazos, y después sintió la tibieza de un beso en su hombro, el ronroneo augurando un caos. Mariané deliró por el roce de labios de su captor en la curva de su cuello. Temblaba bajo las palmas del opresor en su cintura. Dejó de respirar, enloquecida con esa boca repartiendo besos sobre ella. Lo peor de todo es que el aturdimiento debido a lo que ocurría, nubló su mente, dejándola en blanco, sin lugar a inquisitiva o cabida para preguntarse quién era ese hombre.¿Y por qué rayos no lo apartaba?Su traicionero cuerpo reaccionaba a esos toques varoniles, como si reconociera al dueño de los húmedos labios, cosa que ella no hacía todavía. Aquel sujeto tenía el poder de abrumar, desestabilizar y congelar su cerebro.Necesitó un par de minutos para conseguir decir su nombre.En ese momento, Mariané sintió una mezcla de emociones encontradas. Por un lado, estaba disfrutando de los besos y caricias de ese homb
Mariané lo observó, taciturna, no sabía que decir, verlo ahí la impactó, le secó la garganta y enmudeció su capacidad del habla. Le costaba creer que su imponente presencia, no solo era parte de su encadenamiento al antaño.El tiempo no transcurrió en vano; lucía más guapo, enfundado en un costoso traje oscuro, el cabello ébano prolijo elegante. Le aturdió en demasía, con desafuero contundente.—Mírate, estás hermosa. Necesitaba tanto verte. —declaró dándole una repasada, quedándose al final colgado a sus enormes ojos caramelos, en esos orbes bailaba la incredulidad, el miedo, la confusión y una tormenta a punto de derramarse sobre sus mejillas.—Ya perdí mucho tiempo llorando como una estúpida, es tarde, lejos de ti he podido avanzar más allá de lo que contigo. No puedes aparecerte por aquí así de pronto, no tienes derecho, Ismaíl.Estaban a un solo paso, pero se sentía como mil kilómetros distanciando sus almas.—He sido un imbécil, no te merezco. Pero necesitaba verte, ha sido un i
Su lengua experta bregó deliciosamente en ese botoncito por unos minutos. Encogió los dedos de los pies, tensa, al experimentar una vorágine de placer. Trepidó de la cabeza a los pies; él se bebió lo prohibido, volviendo al ataque de sus labios rosados.Resbaló en su interior con facilidad, dando la primera embestida, luego aumentó el ritmo sin guardarse el deseo de sentirla hasta el fondo.Enjaulados en la gloria de sentirse vivos, aun cuando se consumían, no se contuvieron a nada. Sus caderas bailaban sincronizadas, ellos Jadeando, gimiendo y gritando en el climax explosivo, se corrieron a la par. Aún dentro de ella, le besó la frente, repetidas veces.—Te amo, florecilla. Te amo tanto, Mariané…Tras recuperar un poco el aliento, la joven tocó su mandíbula, trazando caricias sobre una sexy barba incipiente.—Dolerá mañana, así que por favor no continúes diciendo que me amas. —pidió bajito, dejando un beso en su cuello.Se sentía en llamas, siendo en cuerpo y alma, suya.Ismaíl salió
AmalgamaTomaron el desayuno en un icónico, pintoresco y verdinoso lugar dentro del hotel Beverly Hills; contaba con banquillos dispuestos alrededor de una fuente de sodas. Mariané, asombrada, perdió la mirada en el entorno. Ismaíl ya conocía el sitio, solía frecuentarlo durante sus estadías a la ciudad cuando hacía sus viajes de negocios.Beverly Hills era un lugar donde los sueños se entrelazaban con la realidad en una sinfonía de lujo y glamour. Las calles estaban bordeadas de palmeras altas y majestuosas, que parecían saludar a los residentes y visitantes con elegancia. Las mansiones imponentes se alzaban como castillos modernos, con jardines exuberantes y piscinas resplandecientes bajo el sol de California.El aire estaba impregnado de un aroma a riqueza y éxito. Los autos deportivos relucientes y las limusinas de lujo serpentean por las calles, mientras las tiendas exclusivas exhibían sus escaparates llenos de marcas de renombre. Los restaurantes ostentosos ofrecían una experie
Ismaíl se encontraba sumido en una mezcla de tristeza, resignación y amor incondicional. Guardaba en lo más profundo de su ser las palabras no dichas, la insistencia que había mantenido en su corazón y el pesar de saber que la había perdido.Había viajado a Los Ángeles con una pequeña chispa de esperanza, deseando fervientemente poder recuperarla. Había planeado proponerle que volvieran a ser novios, impulsado por un amor infinito que sentía por ella. Incluso durante su relación, había soñado con pedirle matrimonio, imaginando un futuro juntos lleno de felicidad y compromiso.Sin embargo, ahora se encontraba enfrentando una realidad desgarradora. Se daba cuenta de que era tiempo de aceptar la derrota, de tirar la toalla si eso era lo que ella decidía. Aunque su corazón se rompía en mil pedazos, no estaba dispuesto a oponerse ni a rogarle arrastrándose a sus pies. Sabía que debía respetar su decisión y dejarla ir, aunque le doliera profundamente.Ismaíl guardaba dentro de sí una mezcla
Sin ganas de discutir más, aunado a que una disputa siempre la ganaba él, prefirió dedicarse a mirar por la ventanilla polarizada.Llegando a Rosewood, Mariané sintió como sus pulmones trabajaron rápidamente, el corazón le latía desbocado, sabía lo que a continuación sucedería. Bajaría del Lamborghini y él se iría, no por unos cuantos años, sino en definitiva para no regresar jamás.El auto se detuvo.—Llegamos, cuídate mucho por favor.No movió un solo músculo, paralizada de la cabeza a los pies. Aunque quiso ser fuerte, no pudo, otra vez se estaba rompiendo en pedacitos.—L-lo haré. —logró pronunciar quitándose el cinturón de seguridad. Ismaíl hizo lo mismo para acercar el rostro al suyo y con una mano le acarició la mejilla —. Estaré bien…—Dame un beso, uno más Mariané… —susurró con la voz cargada de tensión.La muchacha dejó salir la primera lágrima y lo besó sin contenerse, lo besó con el alma, con el corazón en un puño, con delirio y dolor. Se arrancaron hasta el último aliento
ConexiónQuiso una pausa, silencio, un momento a solas. Estuvo un rato ahí, en el balcón de su pequeño piso junto a la portátil sobre las piernas. El sol daba luz cálida, amena con ello, respiró profundo mientras cerraba los párpados. La brisa en un vaivén juguetón le hacía volar el cabello, sonrió, tenía un camino por delante que recorrer.Al rato le dio hambre, se acarició el abdomen. Con flojera se encaminó a la cocina. El espacio era perfecto, luminoso y muy funcional; Aportando calidez y texturas, como el terrazo del suelo. Había una ventana por la que disfrutaba de la luz natural que se colaba de esta estancia. A diferencia del roble colocado en forma de espiga del suelo del salón y de los dos dormitorios.Ya cinco meses ahí, y se sentía un acogedor hogar.Abrió la nevera, estaba vacía, esperanzada de que encontraría algo en la alacena se alzó en puntillas y revisó, halló un paquete de galletas intacto. Al menos era algo. Es que la castaña, aún no regresaba de hacer las compras
En ese instante para no ponerse a llorar buscó a tientas el control remoto y la apagó. Luego se tumbó en el sofá, y reflexionó. La linda rubia de la pantalla era la señora Al-Murabarak, pero ella tenía adentro su esencia, su mitad, un trocito de ambos en la matriz, la conexión eterna llenando un vacío enorme. No importaba nada más cuando un angelito vivía en sus entrañas.La pelirroja batió la cabeza, harta de los embates de recuerdos marchitos. No lo necesitaba, a pesar del ardor por las garras del antaño arañando su interior, quería creer que no le hacía falta una pieza con su nombre en el rompecabezas de su vida.—¡He llegado! —gritó Kelly depositando las llaves en la mesita del recibidor. Pudo oir el impacto del acero contra el vidrio.Saltó de su lugar, o eso intentó, temiendo caerse. Encontró a su amiga poniendo las bolsas en el mesón. Una sonrisita se extendió en su rostro, le había traído el tarro de helado sabor a chocolate.—Eres la mejor, gracias. —pronunció en un rodeo efu