Ana Paula miró la fachada de la cafetería y por un momento tuvo el impulso de retractarse. ¿Debería seguir adelante con esto? ¿Estaría faltando a su esposo si se veía con Fabián en una cafetería? ¿Quería faltarle el respeto a Roberto? Muchas inquietudes rondaban por su mente y no tenía una respuesta clara para ninguna de ellas. Lo único que tenía presente era que estaba harta de todo. No se casó con un hombre para verlo suspirar por otra, porque sí, aunque Roberto juraba y perjuraba que la amaba, era evidente que esto no era así. Había muchas cosas que no le estaba diciendo, él no estaba siendo sincero del todo, ¿entonces por qué ella debería serlo? No, tampoco se merecía su honestidad. Con eso en mente, decidió entrar al lugar de encuentro con una mayor convicción que antes. No había acudido a Fabián con la intención de hacer algo malo, solamente quería conversar con alguien, sentirse especial, importante. Después de todo, en algún punto de su historia juntos habían sido b
“¿Dónde estás?”, el repentino mensaje de Fabián le hizo fruncir el ceño. “De camino a casa con los niños”, fue su respuesta. ¿De cuándo acá Fabián le preguntaba sobre su paradero? No pudo evitar sentirse sorprendida ante esto. No habían tenido mucha comunicación desde aquella noche fallida en la que se masturbó en su presencia. Y ahora, de la nada, le preguntaba sobre su ubicación. Esto era bastante inusual. El mensaje de Natalia fue marcado como “visto” a los pocos segundos y ella guardó el celular al no recibir ninguna respuesta de su parte. Llegó a la mansión Arison se encargó de sus trillizos, revisándole los cuadernos, comprobando las asignaciones predispuestas para ese día y, una vez todo estuvo listo, se dirigió a su recámara para darse un baño y luego bajar a cenar todos juntos. Ese era su plan. Afortunadamente, contaba con Susi, la niñera que Fabián había contratado para que la ayudara en casa. La joven tenía una habitación en la mansión y estaba disponib
—En eso estás muy equivocada, Natalia —dio un par de pasos, acortando la distancia con demasiada premura—. Miras esto —alzó su mano izquierda en dónde se encontraba un anillo con una piedra extravagante. Usualmente, Natalia se lo quitaba para bañarse, pero al parecer, en esta ocasión se le había olvidado y ahora se estaba arrepintiendo de eso—. Este anillo dice claramente que eres mi esposa. ¡De la misma forma en que lo dicen los malditos papeles!Natalia tragó saliva, repentinamente asustada ante su actitud incoherente. ¿Acaso no era él quien se la pasaba repitiendo que todo esto era falso? ¿Por qué le hacía ahora este tipo de reclamos?—Fabián, cálmate. Estás siendo irracional —trató de alejarse de su agarre, sin conseguirlo. Cómo era su costumbre, la tenía bien sujeta del brazo. —¡No, yo no estoy siendo irracional! —lo negó, aunque su actitud desbocada saltaba a la vista—. Tú estás siendo muy ingenua si piensas que aceptaré que tengas un amante. ¡El maldito Roberto, para ser más
Decir que después de aquella noche las cosas no comenzaron a cambiar, era una gran mentira. Sin duda, todo era diferente. Lo sentía en el ambiente, lo respiraba en el aire. Ciertamente, seguían sin ser un matrimonio real, pero ahora existía una especie de compañerismo que no podía ser ocultado tan fácilmente. Eran más que cómplices. Disfrutaban de breves momentos a solas e incluso, en ocasiones, compartían una copa como buenos amigos. Fabián no había vuelto a intentar tocarla de manera sexual. Y en el fondo se lo agradecía. No porque ella fuera una virgen inexperta, temerosa de perder su virginidad, sino porque de algún modo no quería acostarse con un hombre por el simple hecho de hacerlo. Quería sentir que era especial. Quería ser especial para Fabián. Natalia sacudió la cabeza cuando se percató de que sus pensamientos nuevamente iban en aquella dirección. No debería. No debería estar imaginando un futuro con él, pero su corazón era muy tonto. Con un suspiro trato
“Buena suerte hoy. Estoy completamente seguro de que lo lograrás”Natalia se encontró esa nota en la mesita de noche junto a su cama y no pudo hacer más que sonreír. Acarició el papel, deleitándose con la textura del mismo y con la hermosura de la letra de Fabián. Tenía una caligrafía fina y pulcra. Nada comparada con la suya, la cual era desordenada y chueca la mayoría del tiempo.La mujer sintió mariposas en el estómago al darse cuenta de que aquel hombre hacía todo bien. Todo. Absolutamente todo. Un rubor se apoderó de sus mejillas cuando recordó la exquisita noche que habían pasado juntos, la manera en la que la devoró, su lengua en zonas tan íntimas. ¡Oh, no!¿En qué estaba pensando? ¿Acaso se estaba enamorando de Fabián?Sintió terror ante la sola idea y se puso de pie rápidamente para darse un baño con agua helada. Necesitaba deshacerse cuánto antes de aquellos pensamientos tan irracionales. No podía enamorarse de Fabián. ¡No podía!Aquello se lo repitió infinidad de ve
Fabián le extendió la mano para que caminaran juntos hasta la mesa. El lugar estaba iluminado con pequeñas luces colgantes, un camino empedrado llevaba al destino trazado. Natalia se sintió flotar mientras daba esos pasos a su lado, por un momento, se sintió en un sueño, en un sueño donde aquello no era falso, dónde realmente eran un matrimonio lleno de amor y felicidad.¿Sería posible que Fabián quisiera que así fuera?¿Estaría bien si permitiera que su corazón se ilusionara ante la idea?La verdad era que anhelaba que fuera real, pero sabía bien que no debía engañarse. El corazón de Natalia se sintió repentinamente triste ante esta realidad, pero se animó a sí misma a disfrutar de aquel instante.—Nada ostentoso esta vez. ¿Qué te parece? —le preguntó el hombre cuando se acomodaron en la mesa. —Me gusta —reconoció con suavidad—. Me gusta más así. —Lo sé —repuso él con seguridad—. Este es tu estilo, Natalia. Eres sencilla y única. Eres hermosa —soltó de repente, sorprendiéndose a
El cuerpo de la mujer se removió entre sueños y estiró su mano tanteando el lugar a su lado, encontrándolo completamente desocupado. ¿Dónde estaba Roberto? Ana Paula se enderezó en la cama y miró a su alrededor, buscándolo. Su recámara era grande y espaciosa y estaba vacía, absolutamente vacía. No había rastro de su esposo por ninguna parte. Con un estremecimiento en su pecho se puso de pie y calzó sus zapatillas de algodón, se ajustó su bata de dormir y salió de la habitación. Tenía una idea de a dónde podía estar su marido y no le agradaba para nada. Últimamente, se quedaba hasta altas horas de la noche en su despacho bebiendo. Se le estaba haciendo un vicio. Efectivamente, como se había imaginado, Roberto estaba recostado en la silla junto a su escritorio, su cabeza echada hacia atrás y sus ojos cerrados en el sueño. No parecía estar en una posición cómoda, pero aun así prefería quedarse allí a dormir, mientras abrazaba a su botella en el regazo como si fuera la únic
Cuando Diana Arison le dijo que necesitaba que la acompañara a un lugar, no imaginó que sería este tipo de sitio. Natalia observó con aprensión las paredes de un reluciente blanco. En el centro de la habitación se encontraba una camilla donde Diana, despojada de toda su vestimenta, se hallaba recostada con una bata quirúrgica, esperando por una intervención que no había meditado lo suficiente. Tenía las manos sudorosas y una sonrisa inestable en su hermoso rostro. —¿Te encuentras bien? —le preguntó con cautela, sabiendo que lo que estaba a punto de hacer no sería fácil. Diana negó repetidamente. —Esto es más difícil de lo que pensé —confesó en voz baja. —Lo es. —No sé… no sé si quiero…—Señorita Arison, ¿se encuentra lista? —una enfermera acababa de entrar, dispuesta a hacer los preparativos necesarios para el aborto.—Yo… no lo sé. Diana observó a Natalia con intensidad, mientras sus ojos se humedecían poco a poco. Parecía estarle pidiendo ayuda para zafarse de esto. —Creo