Una propuesta inesperada

 Christopher

Vuelvo a la casa que he conocido desde niño, la que siempre tuvo el aire de ser una prisión dorada, pero que ahora se siente completamente vacía. El aire parece más denso que nunca, como si estuviera cargado de las expectativas no cumplidas de mi hermano. Cada paso que doy por el pasillo me recuerda a todo lo que ha quedado atrás. Daniel ya no está. Y, aunque mi cabeza lo sabe, mi corazón sigue buscando la manera de seguir adelante sin él.

El funeral fue... lo que se espera en esos casos. Gente que me mira con una mezcla de compasión y miedo. Nadie sabe qué decir, nadie se atreve a acercarse demasiado. Daniel y yo nunca fuimos cercanos, y eso siempre estuvo claro, pero aun así, me duele su partida. Me duele más que no haya tenido la oportunidad de decirle algunas cosas. Ahora, con su muerte, me toca a mí asumir el peso de todo.

El problema no es sólo el dolor de la pérdida. El verdadero problema es Emily. Al pensar en ella, un nudo se forma en mi garganta. La veo constantemente, con esa mirada de vulnerabilidad y tristeza, atrapada en un mundo que no entiende, que no puede controlar. ¿Cómo es que llegó todo esto hasta aquí?

Al llegar a la casa, mis pies no parecen poder llevarme a otro lado que a la sala de estar, donde está ella, con las manos sobre su vientre, esa curva que lo cambió todo. Los trillizos que Daniel y ella esperaban con tanto amor, con tanto anhelo. La imagen de Emily sentada allí, tan sola, tan perdida, me golpea con más fuerza que cualquier pensamiento que haya tenido sobre la muerte de mi hermano.

Miro su rostro y noto las ojeras profundas, el cansancio que ha marcado sus facciones. Ella, que siempre había sido la luz brillante en la vida de Daniel, ahora se ve reducida a una sombra de sí misma. ¿Cómo no había visto esto antes? ¿Cómo pude haber estado tan centrado en mi propio mundo para no darme cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor?

Me acerco lentamente, mis pasos silenciosos, como si no quisiera interrumpir la paz rota que emana de ella. No quiero hacer ruido, pero es imposible no reconocer lo que está ocurriendo. Ella, al igual que yo, está rota. No sé cómo, pero lo puedo sentir. No puedo dejar que eso continúe.

“Emily...” digo en voz baja, sin saber muy bien qué palabras usar. ¿Qué puedo decirle? Nada que no suene vacío o cruel. Ella levanta la mirada, pero no encuentro en sus ojos la alegría que siempre me pareció natural en ella. Solo hay cansancio, agotamiento.

“Christopher...”, responde, su voz quebrada, como si hablar fuera un esfuerzo enorme. “No sé qué hacer. No sé cómo seguir adelante.”

Sus palabras me perforan. Todo lo que he hecho durante años es mantenerme alejado, observar desde las sombras, pero ahora... ahora las cosas son diferentes. Ya no puedo quedarme en silencio. Ya no puedo quedarme de brazos cruzados mientras su vida se desploma, mientras la suya, que parecía tan perfecta, se deshace con cada día que pasa.

Es un pensamiento impulsivo. Un pensamiento que se forma en mi mente con una claridad dolorosa. “¿Y si te ofreciera una solución? Algo que garantice que los niños tengan un futuro, que tú tengas un futuro…”

Mi voz vacila, mis palabras salen antes de que pueda darme cuenta. Pero, al decirlas, me doy cuenta de lo que estoy sugiriendo. Casarme con ella. Casarme con la mujer que ha sido la razón de que mi hermano y yo estemos distanciados. Casarme con ella, cuando lo único que sé sobre nosotros dos es que no tenemos nada en común, salvo una tragedia compartida.

Emily me observa con una expresión de sorpresa y desconcierto. “¿Qué... qué quieres decir?”, pregunta, su voz temblando, como si no estuviera segura de si lo que escuchó fue real.

“Sé que esto es una locura”, comienzo, retrocediendo un paso, como si el peso de la idea me presionara más de lo que había anticipado. “Pero si te casaras conmigo, si aceptaras esto, los niños tendrían un hogar. Un hogar seguro. Y tú, Emily, podrías... podrías tener un futuro. Un futuro estable.”

Me detengo, dándome cuenta de lo que estoy proponiendo. Casarme con ella, no porque lo desee, no porque mi corazón lo pida, sino porque... es lo que debería hacer. Es lo que siento que debo hacer. A veces, la responsabilidad pesa más que cualquier deseo. Y la responsabilidad de cuidar a los hijos de mi hermano, de asegurar que no terminen en el desamparo, es algo que no puedo ignorar.

“¿Estás hablando en serio?”, dice finalmente, su voz baja pero llena de incredulidad. “¿Casarme contigo? Después de todo lo que ha pasado, ¿tú crees que eso solucionaría algo?”

Mi garganta se cierra al escucharla. Ella tiene razón. No hay nada sencillo en esta propuesta. No hay nada fácil. Pero en este momento, es la única respuesta que tengo para ofrecer. Es la única forma de garantizar que los niños no terminen siendo una carga para la sociedad, que no se conviertan en huérfanos en el sentido más cruel de la palabra.

“Sí”, respondo, mi tono ahora más firme, más decidido. “Es la única opción que tenemos. No te estoy pidiendo que me ames, Emily. No te estoy pidiendo que olvides a Daniel. Solo te pido que aceptes este acuerdo. No quiero que termines sola. No quiero que los niños sufran por lo que no podemos controlar.”

El aire en la habitación se vuelve denso, pesado. No sé si lo que acabo de proponer es lo correcto. No sé si este matrimonio será un error o una bendición. Pero lo que sé es que, en este momento, no hay otra salida.

Emily se queda en silencio, sus ojos mirando al vacío, como si estuviera procesando lo que acabo de decir. Mi mente se llena de dudas, de incertidumbres. ¿Acaso esto realmente hará que todo mejore? ¿O solo estará sumiéndonos en un nuevo tipo de prisión, una que ni ella ni yo deseamos?

Pero entonces, ella me mira, y en sus ojos veo algo que no esperaba. No es aceptación, no es entusiasmo, pero hay una chispa de... algo. Algo que podría ser esperanza, algo que podría ser miedo. Y en ese momento, entiendo que ella está tan atrapada en su propio dolor como yo en el mío.

“¿Y tú?” pregunta suavemente, casi en un susurro. “¿Qué vas a hacer con todo esto, Christopher?”

Sus palabras me calan hondo. ¿Qué voy a hacer con esto? Estoy tan perdido como ella, tan desorientado en todo este caos, que no sé si lo que estoy haciendo es una bendición o una condena.

“Voy a hacer lo que sea necesario para proteger a los niños. Y si eso significa casarme contigo... entonces eso haré”, le digo con la voz más firme que puedo encontrar. “Lo haré, Emily. Pero no esperes que esto sea fácil. No esperes que todo sea como antes.”

El silencio cae sobre nosotros, pero ahora no es el mismo silencio vacío de antes. Ahora, es el silencio de una decisión tomada, aunque dolorosa. El silencio de un futuro incierto que ambos, sin querer, estamos a punto de construir juntos.

“Dame tiempo para pensarlo”, responde, finalmente, su voz baja pero decidida. “No puedo tomar una decisión como esta sin saber más. No puedo solo… aceptar.”

Y en ese momento, lo sé. Ella tiene razón. Nadie puede tomar una decisión tan grande, tan definitiva, sin darle tiempo a su corazón para procesarlo.

La miro un momento, viendo en sus ojos el dolor que todavía la consume. Pero también veo algo más. Una chispa, una posibilidad. Quizás esto no sea el final. Quizás esto sea solo el comienzo de algo que ninguno de los dos esperaba.

Pero, al final, lo único que sé es que no tengo otra opción. Y, tal vez, ella tampoco.

 

 

Regresé al que alguna vez fue el hogar de mi hermano, ahora marcado por su ausencia, con el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. El funeral de Daniel había sido lo que todos esperaban, pero no lo que yo necesitaba. Mi hermano ya no estaba, y la vida continuaba, o al menos eso era lo que el resto del mundo intentaba hacer parecer.

Mis pasos resonaban en el pasillo vacío mientras caminaba hacia la sala de estar, donde Emily estaba sentada junto a la ventana, mirando el jardín sin realmente verlo. Los tres meses que habían pasado desde que Daniel partió a la guerra se habían convertido en una eternidad. Al principio, había sido fácil, como si aún estuviera allí, pero la realidad se me clavaba en el pecho con cada día que pasaba. Emily estaba tan sola como yo, pero con una diferencia: ella llevaba la carga de la vida que había crecido dentro de ella.

"Emily", mi voz salió más grave de lo que pretendía. Ella levantó la vista, y su expresión me atravesó. Sus ojos, que antes brillaban con esa luz cálida que solo podía provenir del amor verdadero, ahora estaban apagados. La tristeza que la envolvía era palpable, casi como una capa invisible que la cubría.

"Christopher...", me llamó, su voz apenas un susurro.

No supe qué hacer con mis manos. El destino me había obligado a regresar, a estar aquí, con ella, en este momento. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podía ayudarla si ni siquiera sabía cómo ayudarme a mí mismo? Mi hermano había sido el ancla para todos nosotros, y ahora me tocaba serlo a mí, a pesar de que siempre había sido el distante, el que observaba desde la periferia.

Me senté frente a ella, y un silencio pesado llenó el espacio. ¿Cómo podía decirle lo que necesitaba decirle? ¿Cómo podía ser el hombre que ella necesitaba ahora, cuando ni siquiera había sido el hermano que Daniel había esperado?

"Ella... la situación con los niños", comencé, el nudo en mi garganta casi me ahogaba. "No sé si te lo han dicho, pero los papeles legales... en caso de que algo te pasara..."

Emily asintió con un gesto cansado, como si ya estuviera demasiado familiarizada con esa posibilidad. "Sí", dijo, "sé que hay riesgos. La guerra... todos esos informes de soldados desaparecidos, y con Daniel...". Su voz se quebró, pero no dejó que las lágrimas cayeran. Yo no sabía si admirarla o sentirme impotente ante su dolor.

El peso de lo que decía estaba claro: si algo le pasaba a ella, los niños serían enviados a algún sistema de adopción, a manos de extraños que no los verían como hijos, solo como una carga. Un futuro incierto para los pequeños que, por pura ironía del destino, eran lo único que quedaba de mi hermano.

Mi mente giró. La propuesta que llevaba días rondando mi cabeza empezó a tomar forma, pero aún me parecía una locura. El sacrificio, el compromiso, todo lo que implicaba... Pero no podía quedarme de brazos cruzados. No podía permitir que esos niños crecieran sin el cuidado y la protección que merecían. Y, más importante aún, no podía ver a Emily perder todo lo que aún le quedaba.

"Escucha", dije, mi voz saliendo más decidida de lo que me sentía. "Sé lo que estás pensando. Y te voy a decir lo que creo que deberíamos hacer".

Sus ojos se elevaron hacia mí, expectantes pero cautelosos, como si intuyera que lo que estaba por decir sería algo que cambiaría todo.

"Voy a casarme contigo", solté las palabras sin prepararme para lo que implicaban. Mi propia voz sonaba casi vacía, como si hubiera dicho algo completamente ajeno a mí.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Emily me miró, sus labios temblaron antes de que las palabras salieran. "¿Qué...? ¿Estás... estás bromeando?"

No, no era una broma. No era una decisión que tomara a la ligera. Cada palabra que había dicho era verdad, y lo peor de todo era que, en el fondo, lo sabía. Si alguien iba a cuidar de su futuro, si alguien iba a proteger a esos niños, tendría que ser yo. No había otra opción. No lo había antes, y no la había ahora.

"No, no estoy bromeando", respondí, mi mirada fija en ella, buscando una respuesta, aunque sabía que no sería fácil. "Casarme contigo garantizaría que los niños de Daniel tengan un hogar, y tú... tú no estarías sola. No puedes hacerlo todo tú misma, Emily".

Sus ojos, llenos de confusión, ahora brillaban con una mezcla de incredulidad y temor. No podía culparla. Yo también tenía miedo. Casarme con ella, hacerlo por una razón tan... práctica, tan de conveniencia, no era lo que había imaginado para mi vida. Ni mucho menos lo que había imaginado para ella.

"Pero..." comenzó, su voz temblorosa. "No lo entiendes. Tú... tú y yo... siempre hemos sido solo..." No terminó la frase, porque sabía que lo que venía no era algo que pudiera decir en voz alta. "No... no estamos... No hay amor entre nosotros."

"Lo sé", le respondí, sin rodeos. "Nunca ha sido así. Pero esto no es sobre nosotros. Es sobre lo que tenemos que hacer para asegurarnos de que los niños de Daniel, tus hijos, tengan un futuro. Lo haré por ellos, lo haré por ti. Tú no puedes cargar con todo esto sola."

Mi propio dilema se reflejaba en sus ojos. Ella lo sabía, igual que yo, que esta propuesta era más que un simple pacto. Era un acuerdo que nos uniría en una situación que ninguno de los dos había planeado, pero que no podíamos ignorar. Los sentimientos que había estado enterrando, mi propio dolor por la pérdida de mi hermano, la creciente atracción que sentía por Emily... todo eso palpitaba debajo de la superficie, esperando a salir.

"¿Y si... si no puedo aceptarlo?" me dijo, su voz más suave, vulnerable.

Eso era lo que más temía. No estaba preparado para enfrentar el rechazo de Emily, pero sabía que era algo que podía suceder. Sin embargo, el futuro de esos niños, su bienestar, lo valían todo. "Lo entiendo", respondí, mi tono más suave ahora. "Pero pensaré que lo has hecho por ellos. Por Daniel, por lo que significaba para los dos."

Emily me miró en silencio por unos momentos, y entonces, una chispa de algo en sus ojos, algo que parecía más allá de la desesperación, comenzó a brillar. El miedo seguía presente, pero en el fondo, sabía que, de alguna manera, este matrimonio sería la única salida que quedaba.

"Lo haré", dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

Mi corazón dio un vuelco. Lo había dicho, aunque no estaba segura de qué significaba aún. No solo para ella, sino también para mí. Y aunque sabía que el camino por delante sería más complicado de lo que cualquier de los dos esperaba, algo en mi interior me decía que había tomado la decisión correcta.

Pero a lo lejos, en las sombras de la incertidumbre, una pregunta persistía: ¿cómo podría Emily y yo vivir en un matrimonio de conveniencia sin que algo más, algo mucho más complejo, comenzara a desarrollarse entre nosotros?

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