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Tres latidos y un matrimonio
Tres latidos y un matrimonio
Por: Devon
La noticia que lo cambia todo

Emily

Estaba sentada en la pequeña sala de espera del consultorio, sintiendo el peso de la vida presionando sobre mis hombros, como si estuviera tratando de respirarlo todo sin poder exhalar. Mi corazón latía rápido, mis manos temblaban un poco mientras pasaba los dedos por la página de una revista, sin realmente leerla. Los minutos parecían arrastrarse y mi mente se mantenía en el mismo lugar, en ese pedazo de tierra que Daniel había dejado vacío en mi vida, un lugar donde la incertidumbre y el dolor se mezclaban, creciendo con cada segundo.

El sonido de la puerta se abrió y la doctora entró, su rostro amable, pero con una expresión que me decía que no estaba allí solo para darme buenas noticias. “Emily, tus resultados están listos”, dijo mientras se sentaba frente a mí, con una ligera sonrisa en los labios, como si intentara calmarme. Pero yo no estaba nerviosa por los resultados, al menos no de la forma que ella pensaba. Los resultados de mi análisis habían sido lo último que me había preocupado en los últimos meses.

“Dime, doctora”, le respondí con una sonrisa forzada, manteniendo mi voz lo más tranquila posible. Pero mis manos seguían temblando, como si ya supiera lo que venía.

La doctora miró el papel, como si le costara darme la noticia que ya había leído en sus hojas. Entonces, me miró directamente a los ojos. “Emily... estás esperando trillizos.”

Las palabras se quedaron flotando en el aire por un momento, y todo lo demás desapareció. El sonido del reloj, el murmullo de la máquina de café al fondo, incluso mi respiración parecieron desvanecerse en la neblina del instante. Trillizos. Tres. Tres latidos, tres vidas, tres pequeños seres que venían al mundo, y yo... yo iba a ser su madre.

No podía evitarlo. La sonrisa estalló en mi rostro. El corazón me dio un vuelco y mis ojos brillaron. Sí, había miedo, claro que sí. Tres bebés, ¿quién no se asustaría ante la idea de ser madre de trillizos? Pero en el fondo, había una felicidad tan pura, tan simple, que nada podía compararse. Mi vida, que había estado oscura desde que Daniel se fue, se iluminaba en ese instante. Porque ahora, en mi vientre, llevaban la vida de tres pequeñas criaturas que de alguna forma me devolvían el propósito.

Pero esa alegría... esa alegría que había comenzado a latir en mi pecho, se detuvo con la siguiente frase de la doctora.

“Lo lamento mucho, Emily, pero también recibimos una carta... una carta del gobierno. La de tu prometido... Daniel.”

Una oleada de frío me atravesó como un rayo, borrando todo lo demás a su paso. De inmediato, el mundo comenzó a girar, como si algo dentro de mí se hubiera roto. Las palabras ya no hacían sentido, ni su tono ni el sonido del aire. Todo estaba en blanco. Mis ojos se abrieron de par en par, incapaces de procesar lo que ella estaba diciendo.

“¿Qué... qué pasa con Daniel?”, apenas pude susurrar.

La doctora se inclinó hacia mí, dándome un toque en la mano. “Emily, lo siento, pero Daniel... Daniel ha muerto en la guerra. Fue un accidente durante una operación, y no sobrevivió.”

Mi corazón dejó de latir por un momento. No podía respirar. No podía pensar. No podía nada. Era como si el universo me hubiera arrancado lo único que me quedaba. Mi prometido, mi amor, el hombre con el que había soñado toda mi vida. Él no estaba más. Y ahora, con la noticia de los trillizos, me sentía como si todo me hubiera sido arrebatado en un solo golpe, dejándome vacía y rota.

“No... no puede ser”, murmuré, mi voz quebrándose. “Esto no puede estar pasando. Daniel...”

El mundo se desintegró a mi alrededor mientras la doctora me hablaba en un tono suave, lleno de compasión. Pero yo no podía escucharla. Sus palabras se convertían en ruido, como si mi mente estuviera bloqueada, incapaz de procesar el dolor, el vacío, la soledad que me inundaban. Mis manos temblaban, mis labios se movían sin encontrar palabras, y sentí que el aire me faltaba. Yo estaba completamente sola.

Después de lo que pareció una eternidad, me levanté de la silla, mis piernas temblorosas sin poder soportar mi peso. La doctora intentó detenerme, pero no pude quedarme allí ni un segundo más. Salí de su oficina sin saber a dónde iba. Mi mente era un caos, una tormenta de pensamientos oscuros y dolorosos. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a enfrentarlo todo? ¿Cómo iba a criar a tres bebés sin Daniel?

Me senté en el primer banco que encontré en el pasillo del hospital, sin importarme quién me viera. La gente pasaba a mi lado, ignorándome, mientras yo me hundía más en la desesperación. Tres vidas que dependían de mí. Y yo... yo estaba perdida, desbordada. Mis pensamientos chocaban entre sí, mi alma desgarrada, y la tristeza me envolvía.

De repente, la puerta se abrió, y un hombre apareció ante mí. Era alto, su expresión seria, sus ojos oscuros, pero tan penetrantes que casi podía sentirlos atravesándome. Mi hermano estaba aquí, en medio de este infierno. ¿Cómo lo había reconocido si apenas lo veía? La verdad es que siempre supe cuándo entraba. Christopher, el hermano mayor de Daniel.

Su voz, grave y llena de control, me sacó del trance. “Emily... ¿estás bien?”

Quise contestar, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. Me sentí débil, incapaz de hablar, incapaz de articular algo coherente. Pero él ya sabía. Ya sabía lo que había pasado. Su mirada era dura, pero en sus ojos había algo que parecía casi... ¿compasión?

“Sé lo que pasó”, dijo, sin preámbulos. “Y sé que no tienes a dónde ir. No tienes con quién quedarte...”

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y tuve que apartar la mirada. No podía soportarlo. No podía seguir allí, con esa sensación de estar completamente sola, despojada de todo lo que me daba sentido. Pero lo peor fue cuando escuché lo que Christopher dijo a continuación. Una propuesta, que sonó tan extraña como cruel.

“Emily, me casaré contigo”, dijo sin vacilar. “Te protegeré. Te daré un hogar. Y aseguraré el futuro de los niños de Daniel.”

Mi mente no pudo procesar sus palabras, y todo lo que sentí fue una sensación de frío en mi pecho. ¿Cómo podía estar sugiriendo algo como eso? Yo no lo amaba. Jamás lo había amado. Había sido el hermano de Daniel, pero eso era todo. ¿Cómo iba a casarme con él? ¿Cómo podía siquiera pensar en algo así? Pero la idea de quedarme sola, sin nada, sin nadie... Esa idea me aterraba más que cualquier otra cosa.

Y, aunque lo odiara por eso, la realidad era que no tenía más opciones. No había más que hacer. Lo miré fijamente, mis labios temblando. “¿Estás seguro de lo que estás diciendo?”

Él asintió. “Es lo único que puedo ofrecerte. Es lo único que puedo hacer para asegurarme de que tú y los bebés tengan lo que necesitan.”

Mi corazón se apretó, y sentí que algo en mí se quebraba por completo. No lo amaba, y ni siquiera sabía si alguna vez podría. Pero la vida me había dejado sin otras opciones.

Y en ese momento, cuando el mundo parecía desmoronarse, una pequeña chispa de esperanza se encendió en algún rincón oscuro de mi alma. Un rayo de duda, un destello de incertidumbre. Podría ser lo que fuera... pero ¿sería suficiente?

Lo único que sabía en ese instante era que no tenía un camino claro. Y eso, de alguna forma, me aterraba.

Lo miré fijamente, y algo en mi interior se rebeló ante la idea de que ese hombre, tan distante, tan ajeno, fuera el que ofreciera su ayuda. En mi mente, Daniel era la única persona con la que podía imaginarme criando a nuestros hijos. Él era el que había prometido protegerme, amarme, y a pesar de sus fallos, a pesar de sus defectos, era el hombre con el que había soñado compartir cada momento de mi vida. Ahora... ahora me ofrecían a su hermano.

Mis labios se movieron, pero las palabras no salían. El sonido de mi respiración, agitada y errática, era lo único que parecía llenar el espacio. Las lágrimas amenazaban con caer nuevamente, pero las contuve con fuerza, como si eso pudiera evitar que el dolor me desbordara.

Christopher dio un paso hacia mí, su sombra proyectándose sobre el banco donde yo estaba sentada, inmóvil. La distancia entre nosotros nunca me había parecido tan grande. Pero ahora, con la propuesta flotando en el aire, esa distancia se sentía insalvable.

“Sé que es difícil de aceptar, Emily”, continuó con voz grave, sus ojos oscuros fijos en los míos. “Y entiendo que esto no tiene sentido para ti. Pero lo que te ofrezco es lo único que puedo hacer. No quiero que termines sola. No quiero que los hijos de Daniel terminen sin un futuro...”

“Y yo... ¿qué hago con todo esto?”, solté, de repente, las palabras saliendo de mi boca como un suspiro cansado. “¿Qué hago con esta carga de ser la viuda de tu hermano? Y ahora... ¿tu esposa? No sé si puedo... no sé si quiero.”

Mi voz se quebró al final, y mis manos, que hasta entonces habían estado firmemente sujetas al banco, se abrieron en un gesto de derrota. No sabía lo que quería. No sabía nada. Solo sentía el peso de todo lo que había perdido.

Christopher no retrocedió. De hecho, dio un paso más hacia mí, su presencia imponente llenando cada rincón del espacio. Me sentí atrapada en su mirada, en su cercanía. Si tan solo pudiera olvidar lo que sentía por Daniel, si pudiera simplemente... rendirme, aceptar lo que él me ofrecía, tal vez todo sería más fácil. Pero no lo era. No era fácil aceptar la idea de estar con un hombre que había sido tan ajeno a mi vida, que me había visto como una sombra en la vida de su hermano.

“Emily, no me malinterpretes”, dijo, bajando la voz como si quisiera que solo yo lo escuchara. “No te pido que me ames. No te pido que me veas de la misma forma que veías a Daniel. Solo te pido que aceptes que esto es lo mejor para ti y para los niños.”

La forma en que me miraba, tan decidida, tan firme, hizo que mi pecho se apretara aún más. ¿Y si tenía razón? ¿Y si no había otra opción? ¿Y si esto era lo único que podía salvarme del abismo en el que me encontraba? Una parte de mí quería gritar que no, que no podía hacerlo, que no quería. Pero otra parte, más oscura, más perdida, me empujaba a seguir adelante, a aceptar lo que él me ofrecía solo para no enfrentar la soledad.

Tomé una respiración profunda, tratando de aclarar mi mente, pero lo único que sentía era un dolor creciente en el pecho, como si me estuvieran arrancando algo que nunca podría volver a tener. El amor que sentía por Daniel no desaparecía, no se iba con el viento. Y con esa dolorosa certeza, mis palabras salieron de mi boca, como si no pudiera detenerlas.

“No sé si puedo hacer esto, Christopher. No sé si puedo vivir bajo la sombra de tu hermano. No sé si alguna vez podré ver a otro hombre como vi a Daniel.”

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente, pero esta vez no intenté detenerlas. Esta vez, el dolor salía de mi pecho con cada lágrima que caía, liberando algo de la angustia que sentía. No era justo, no era lo que yo había planeado para mi vida. Todo había sido un sueño perfecto, hasta que la realidad me golpeó tan fuerte que me dejó sin aliento.

Christopher se agachó frente a mí, mirándome con una expresión que no pude descifrar. Había algo en su mirada que era tan distante, pero también tan... vulnerable. Algo que me hizo sentir que tal vez, solo tal vez, había más en él de lo que yo pensaba.

“Emily, no te pido que me ames. Te pido solo que me dejes protegerte. Deja que me haga cargo de ti, de los niños, de todo esto.” Su voz sonó suave, pero había un toque de desesperación que no pude ignorar. “Yo también estoy perdido en todo esto. Y si tienes miedo, te prometo que yo también lo tengo.”

Mi corazón dio un vuelco. No entendía por qué, pero algo en sus palabras tocó una fibra dentro de mí. No sabía si era solo el miedo lo que me estaba empujando hacia él, o si había algo más. Algo que ni siquiera yo misma podía comprender. ¿Podía confiar en él? ¿Podía confiar en que este matrimonio, aunque fuera un pacto de conveniencia, no destruiría lo que me quedaba de mí misma?

Me quedé en silencio, los ojos clavados en el suelo, mientras las palabras de Christopher seguían resonando en mi mente. El miedo, el dolor, la tristeza... todo se mezclaba en una tormenta emocional que no sabía cómo manejar.

“Te necesito, Emily”, dijo de repente, su voz llena de una intensidad que me hizo levantar la mirada hacia él. “Te necesito para protegernos a los tres... cuatro, ahora. Y si no lo haces por mí, hazlo por los niños. Ellos necesitan un futuro.”

Mis labios se abrieron, pero no pude responder de inmediato. La idea de aceptar su oferta seguía siendo tan ajena a lo que había imaginado para mi vida, tan distante de lo que quería. Pero la realidad seguía golpeando con fuerza, y el temor de perderlo todo, de quedarme sin nada, me aterraba.

Finalmente, después de un largo silencio, murmuré, casi sin fuerzas: “No sé si puedo hacer esto, Christopher. No sé si puedo olvidarme de lo que sentí por Daniel.”

Él no contestó de inmediato. En su lugar, se quedó allí, mirando como si estuviera esperando a que tomara una decisión. Y mientras el tiempo pasaba, lo único que podía sentir era una mezcla de desesperación y necesidad de tomar una decisión, de salir de este limbo en el que me encontraba.

No sabía si este matrimonio era la respuesta. No sabía si alguna vez podría ver a Christopher como algo más que un hombre distante, frío y calculador. Pero lo que sí sabía era que ya no podía seguir sola. Ya no podía enfrentarlo todo por mi cuenta. Y aunque mi corazón gritaba que no, mi mente me decía que debía aceptar.

Así que, finalmente, susurré: “¿Qué propones, Christopher?”

Y en su mirada, vi algo que me sorprendió. No era arrogancia, no era frialdad. Era... vulnerabilidad. Como si, de alguna manera, él también estuviera buscando algo que no podía encontrar en ningún otro lugar. Algo que quizás solo podría encontrar en este pacto que, aunque doloroso, nos unía en nuestra soledad.

"Te lo explicaré todo, Emily", dijo con suavidad, su voz cargada de una tensión que no pude ignorar. "Pero primero, déjame cuidarte."

El silencio volvió a caer sobre nosotros, pero ahora ya no estaba tan vacío. Ya no estaba tan solo.

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