Clara había hecho grandes sacrificios para llegar hasta ese punto. Había renunciado a su vida personal, a sus propias necesidades, para dedicarse en cuerpo y alma a la empresa. Sabía que el futuro dependía de convencer a esos inversores de que aún había un potencial en lo que alguna vez fue un negocio próspero. Pero no todo dependía de ellos. Clara confiaba en su capacidad para negociar, en su instinto empresarial y en la fuerza que sus padres le habían inculcado.Mientras caminaba por los pasillos, observaba cómo sus asistentes trabajaban sin descanso. Sentía una mezcla de gratitud y preocupación. Sabía que sus empleados también estaban bajo una presión tremenda, y se esforzaba por mostrarles que, aunque las cosas fueran difíciles, había luz al final del túnel. A medida que se acercaba la hora de la reunión, Clara repasaba en su mente cada detalle de la presentación que haría, consciente de que cualquier error podría costarles caro.En medio de toda la agitación, Clara no podía evita
—Gracias, señor Renaud. Hago lo que es necesario por el bien de la empresa —respondió, intentando descifrar la mirada que él le dirigía.Alexander sonrió levemente, pero en su interior, había algo más. Sabía que pronto llegaría el momento de revelar su verdadero propósito allí, pero por ahora, se conformaba con estar cerca de Clara, observando cómo se movía en el mundo que una vez compartieron, aunque ella no lo supiera aún.En los días que siguieron, Alexander, quien en realidad era Noah, el antiguo prometido de Clara, se mantuvo atento a cada movimiento en la empresa. Sabía que debía actuar con cautela, pero a la vez estaba decidido a recuperar un lugar en su vida. Pasaba cada vez más tiempo cerca de Clara, buscando oportunidades para estar a su lado tanto en el trabajo como fuera de él. Poco a poco, fue ganándose su confianza, volviéndose una presencia constante, no solo en su vida laboral, sino también en la personal.A medida que transcurrían las semanas, Clara no podía evitar no
Ver a su primo al borde de revelar sus celos por Clara era algo que a Nosh le gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. La ironía de la situación le resultaba deliciosa. Heinst, el hombre que siempre había mostrado una fachada impenetrable, el esposo seguro de sí mismo, estaba siendo corroído por la incertidumbre y el miedo de perder a Clara. Cada pequeño gesto de acercamiento que Alexander hacía hacia ella, cada sonrisa que compartían, parecía encender una chispa en su primo, haciéndolo tambalear.Sin embargo, esa misma chispa que encendía el resentimiento en Heinst, también comenzaba a quemar a Nosh por dentro. Mientras observaba la creciente incomodidad de su primo, no pudo evitar notar que, aunque le causaba placer verlo así, también le despertaba una sombra de celos que no había anticipado. Cada vez que veía a Clara en brazos de Heinst, cada beso que compartían, le causaba una punzada de incomodidad.El deseo de Noah por Clara, a pesar de todo el tiempo que había pasado,
En otro lugar, alejado de las oficinas lujosas y los despachos de cristal, el hombre que había recibido la orden de Alexander se preparaba para ejecutar el plan. Aquel individuo no era un hombre cualquiera. Era un miembro leal de los Dragones Dorados, una organización tan letal como discreta. Su misión era clara, y no había lugar para errores.Dentro de un edificio que escondía una fachada de elegancia, aquel hombre sacó una pequeña arma de un cajón, moviéndose con una seguridad inquietante. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era necesario. Se levantó de su silla y abandonó la habitación sin mirar atrás. El plan ya estaba en marcha, y no había vuelta atrás.Al mismo tiempo, en el reclusorio, otro eslabón del plan comenzaba a tomar forma. El mismo hombre que había recibido la orden directa de Alexander ya se encontraba en el lugar, infiltrado y sin levantar sospechas. Llevaba consigo un paquete cuidadosamente diseñado para pasar desapercibido en la revisión. Sabía que lo que cont
Pero, mientras su satisfacción crecía, había una última pieza que necesitaba ser eliminada. Heinst. El esposo de Clara seguía siendo un problema, una barrera que Alexander no podía ignorar. A diferencia de Román, Heinst no era un hombre fácil de manipular ni eliminar desde las sombras. No, Heinst sería una tarea diferente, algo más personal. Alexander ya había decidido que quería encargarse de él personalmente. No bastaba con eliminarlo como a Román; con Heinst, el plan requería paciencia, astucia y, sobre todo, un toque más directo.El pensamiento de enfrentarse a Heinst encendió en Alexander una chispa de anticipación. Sabía que su primo sospechaba algo de él, pero también sabía que Heinst nunca imaginaría lo profundo de su traición. Los dos hombres habían compartido muchos momentos juntos, habían sido cercanos una vez, y eso era precisamente lo que hacía esta situación tan emocionante para Alexander. Quería que Heinst supiera, en el último momento, quién lo había traicionado, quién
Clara había sido convocada a una reunión de emergencia con los líderes de la organización de su padre, y la gravedad de la situación no podía ignorarse. La muerte de Román había dejado un vacío de poder, y ahora todos los ojos estaban puestos en ella. Heinst, consciente de la responsabilidad que recaía sobre su esposa, sintió también la necesidad urgente de protegerla. No iba a dejar que ella enfrentara sola a ese grupo de criminales despiadados. Así que la acompañó sin dudarlo, conduciendo hacia un lugar apartado, lejos de la ciudad, donde la reunión tendría lugar.El trayecto fue silencioso, ambos perdidos en sus pensamientos. Cuando finalmente llegaron al lugar, Heinst aparcó el auto y apagó el motor. A través del parabrisas, ambos observaron la estructura que se alzaba frente a ellos: un edificio en ruinas, desmoronado por el paso del tiempo, abandonado y sombrío. Parecía el escenario perfecto para los encuentros clandestinos y oscuros que siempre habían caracterizado el mundo en
Clara aclaró su garganta, tratando de recuperar la compostura antes de enfrentarse a los hombres que una vez habían servido a su padre. Todos ellos la miraban con atención, esperando instrucciones de la nueva líder. Sabía que, a pesar del dolor y la confusión que sentía por la revelación de Heinst, debía mostrarse firme.—Señorita Clara… Desde hoy somos sus leales guerreros —dijo un joven que destacaba por su juventud en comparación con los demás. Clara dirigió su mirada hacia él, observando su rostro con detenimiento.—¿Cuántos años tienes? —preguntó, sorprendiendo a todos en la sala con la naturaleza inesperada de su pregunta. El joven, visiblemente asombrado, intercambió miradas con Soria y los otros hombres, sin comprender del todo las intenciones de Clara.—Tengo veintiuno, señorita —respondió con un leve titubeo.—¿No deberías estar en la universidad? —dijo Clara, frunciendo el ceño. Soria no comprendía lo que intentaba hacer, y los otros hombres se mostraban igual de perplejos.
Clara fue arrastrada lejos del auto, su mente se llenaba de pánico. Su única esperanza era que la llamada al 911 no hubiera sido en vano, que alguien hubiera escuchado su ubicación y que la ayuda estuviera en camino.Clara gritaba por ayuda, pero sus gritos se perdían en la vastedad de la noche. Su voz se quebraba por el esfuerzo y el miedo, pero nadie parecía escucharla. El hombre que la había arrastrado fuera de su coche la empujó sin compasión hacia otro vehículo estacionado en el lado opuesto de la carretera. En su desesperación, no se percató de los detalles hasta que fue lanzada al asiento del pasajero de un auto de lujo. Al levantar la vista, lo vio.Alexander.El hombre que estaba sentado junto a ella tenía la mandíbula tensa y una mirada gélida que no recordaba. Pero, en su pánico, Clara no pudo pensar con claridad. El alivio inicial se apoderó de ella al ver a una cara conocida, ignorando las señales de peligro que empezaban a surgir en su mente.—¡Alexander! Gracias a Dios