En otro lugar, alejado de las oficinas lujosas y los despachos de cristal, el hombre que había recibido la orden de Alexander se preparaba para ejecutar el plan. Aquel individuo no era un hombre cualquiera. Era un miembro leal de los Dragones Dorados, una organización tan letal como discreta. Su misión era clara, y no había lugar para errores.Dentro de un edificio que escondía una fachada de elegancia, aquel hombre sacó una pequeña arma de un cajón, moviéndose con una seguridad inquietante. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era necesario. Se levantó de su silla y abandonó la habitación sin mirar atrás. El plan ya estaba en marcha, y no había vuelta atrás.Al mismo tiempo, en el reclusorio, otro eslabón del plan comenzaba a tomar forma. El mismo hombre que había recibido la orden directa de Alexander ya se encontraba en el lugar, infiltrado y sin levantar sospechas. Llevaba consigo un paquete cuidadosamente diseñado para pasar desapercibido en la revisión. Sabía que lo que cont
Pero, mientras su satisfacción crecía, había una última pieza que necesitaba ser eliminada. Heinst. El esposo de Clara seguía siendo un problema, una barrera que Alexander no podía ignorar. A diferencia de Román, Heinst no era un hombre fácil de manipular ni eliminar desde las sombras. No, Heinst sería una tarea diferente, algo más personal. Alexander ya había decidido que quería encargarse de él personalmente. No bastaba con eliminarlo como a Román; con Heinst, el plan requería paciencia, astucia y, sobre todo, un toque más directo.El pensamiento de enfrentarse a Heinst encendió en Alexander una chispa de anticipación. Sabía que su primo sospechaba algo de él, pero también sabía que Heinst nunca imaginaría lo profundo de su traición. Los dos hombres habían compartido muchos momentos juntos, habían sido cercanos una vez, y eso era precisamente lo que hacía esta situación tan emocionante para Alexander. Quería que Heinst supiera, en el último momento, quién lo había traicionado, quién
Clara había sido convocada a una reunión de emergencia con los líderes de la organización de su padre, y la gravedad de la situación no podía ignorarse. La muerte de Román había dejado un vacío de poder, y ahora todos los ojos estaban puestos en ella. Heinst, consciente de la responsabilidad que recaía sobre su esposa, sintió también la necesidad urgente de protegerla. No iba a dejar que ella enfrentara sola a ese grupo de criminales despiadados. Así que la acompañó sin dudarlo, conduciendo hacia un lugar apartado, lejos de la ciudad, donde la reunión tendría lugar.El trayecto fue silencioso, ambos perdidos en sus pensamientos. Cuando finalmente llegaron al lugar, Heinst aparcó el auto y apagó el motor. A través del parabrisas, ambos observaron la estructura que se alzaba frente a ellos: un edificio en ruinas, desmoronado por el paso del tiempo, abandonado y sombrío. Parecía el escenario perfecto para los encuentros clandestinos y oscuros que siempre habían caracterizado el mundo en
Clara aclaró su garganta, tratando de recuperar la compostura antes de enfrentarse a los hombres que una vez habían servido a su padre. Todos ellos la miraban con atención, esperando instrucciones de la nueva líder. Sabía que, a pesar del dolor y la confusión que sentía por la revelación de Heinst, debía mostrarse firme.—Señorita Clara… Desde hoy somos sus leales guerreros —dijo un joven que destacaba por su juventud en comparación con los demás. Clara dirigió su mirada hacia él, observando su rostro con detenimiento.—¿Cuántos años tienes? —preguntó, sorprendiendo a todos en la sala con la naturaleza inesperada de su pregunta. El joven, visiblemente asombrado, intercambió miradas con Soria y los otros hombres, sin comprender del todo las intenciones de Clara.—Tengo veintiuno, señorita —respondió con un leve titubeo.—¿No deberías estar en la universidad? —dijo Clara, frunciendo el ceño. Soria no comprendía lo que intentaba hacer, y los otros hombres se mostraban igual de perplejos.
Clara fue arrastrada lejos del auto, su mente se llenaba de pánico. Su única esperanza era que la llamada al 911 no hubiera sido en vano, que alguien hubiera escuchado su ubicación y que la ayuda estuviera en camino.Clara gritaba por ayuda, pero sus gritos se perdían en la vastedad de la noche. Su voz se quebraba por el esfuerzo y el miedo, pero nadie parecía escucharla. El hombre que la había arrastrado fuera de su coche la empujó sin compasión hacia otro vehículo estacionado en el lado opuesto de la carretera. En su desesperación, no se percató de los detalles hasta que fue lanzada al asiento del pasajero de un auto de lujo. Al levantar la vista, lo vio.Alexander.El hombre que estaba sentado junto a ella tenía la mandíbula tensa y una mirada gélida que no recordaba. Pero, en su pánico, Clara no pudo pensar con claridad. El alivio inicial se apoderó de ella al ver a una cara conocida, ignorando las señales de peligro que empezaban a surgir en su mente.—¡Alexander! Gracias a Dios
—Muy bien, princesa... hemos llegado. Te sugiero que no hagas nada que ponga tu vida en vilo —dijo Alexander con un tono frío, casi desafiante, mientras el hombre que la había arrastrado al auto abría la puerta para que ella descendiera.Clara salió lentamente del vehículo, sus piernas temblorosas apenas la sostenían. Miró a su alrededor, escudriñando cada rincón, pero todo parecía tranquilo, como si nada fuera diferente a lo que había dejado atrás. Sin embargo, el peligro que presentía en su interior era palpable.Alexander se acercó a lentamente a Clara, y sus manos firmes se posaron sobre los hombros con un control que transmitía una autoridad implacable. Ella sintió el peso de su presencia mientras ambos comenzaban a avanzar hacia el imponente edificio. La puerta crujió cuando se abrió, revelando un largo pasillo mal iluminado que parecía alargarse hacia una oscuridad que se cernía sobre ellos. Sus pasos resonaban en el silencio, cráneo un eco inquietante que solo aumentaba la te
Finalmente, abrió los ojos, encontrándose con la mirada implacable de Noah. No había amor en sus ojos, solo una mezcla de dolor, resentimiento y algo más oscuro que no lograba descifrar. Sabía que lo que estaba a punto de suceder los destruiría a ambos, de una manera u otra. Pero ya no había marcha atrás. Lo que fuera que Noah había venido a buscar, no se detendría hasta conseguirlo.Y Clara, por primera vez en mucho tiempo, se sintió completamente indefensa.La tensión en la habitación era palpable, y el aire se sentía cargado de emociones desbordadas y recuerdos dolorosos. Heinst intentó mantenerse calmado a pesar de lo que estaba sucediendo, pero la mirada desquiciada de su primo Noah lo mantenía en alerta. Sabía que la situación era crítica, que cualquier movimiento en falso podría desencadenar una tragedia, y aunque los años habían llenado su relación de rencor, no podía ignorar la responsabilidad que sentía por haber interferido en la vida de Noah y Clara en el pasado.—Noah...
La pelea era salvaje. Alexander y Heinst rodaban por el suelo, intercambiando golpes como dos bestias salvajes que luchaban por la supervivencia. Las fuerzas de ambos comenzaban a menguar, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. El odio y la historia que los unía los mantenían atados en ese enfrentamiento sin tregua.Mientras tanto, Clara, aún resguardada tras la columna, observaba la escena con el corazón en un puño. Quería intervenir, pero sabía que en ese momento todo dependía de Heinst. Él era el único que podía detener a Alexander. Las balas seguían volando a su alrededor, pero los agentes de Heinst estaban logrando tomar el control de la situación. Poco a poco, los hombres de Alexander caían, uno tras otro.Finalmente, en un último esfuerzo, Heinst logró tomar la delantera. Con un movimiento rápido, logró inmovilizar a Alexander, sujetándolo contra el suelo, su brazo presionando con fuerza sobre su cuello. Alexander forcejeó, pero estaba exhausto, y poco a poco su resi