Había ciertos momentos en la vida que podían verse en cámara legendaria como en una película, y para desgracia de Cesare, sucedió en el peor momento posible. El hombre daba vueltas por el salón bailando con una de sus queridas hermanas, cuando alguien percibió un olor a humo procedente de los establos. Rápidamente, un grupo de personas comenzó a moverse hacia el exterior de la mansión mientras murmuraban algo. Y Cesare no tardó en abandonar los brazos de la joven para averiguar qué ocurría en el exterior. –– Quédate aquí y protégete. – Ordenó a su hermana.Sonaba extraño, pero su corazón anticipaba alguna tragedia que aún no había sido capaz de imaginar.– Sí, hermano. – respondió ella, siempre obediente.Cesare Santorini salió más rápido que un trueno. No sabía por qué, pero ya estaba enfadado. Cuando por fin se abrió paso entre la gente y atravesó la puerta de entrada, al hombre nervioso se le helaron los pies en el suelo durante unos instantes.¿Por qué estaba ardiendo el establo
"Estamos aquí reunidos para rendir homenaje a una mujer que apenas llegó a la flor de la vida, pero que, sin embargo, nos enseñó tanto sobre la vida...". El sacerdote recitó ante un ataúd vacío del cuerpo de Madson Reese, pero lleno de los mayores tesoros de Cesare Santorini.Enterró junto a aquel símbolo de la muerte todo lo que tenía de más preciado en sus pertenencias personales, excepto el anillo de casado que aún llevaba en el dedo. Lo giró al mirarlo y un nudo se formó en la garganta del hombre de las profundas ojeras. Cómo lamentaba cada lágrima que había hecho derramar al joven y difunto Madson Reese.Todo seguía pareciéndole extremadamente irreal. La gente cuchicheando sentada en los bancos de una suntuosa catedral, las mujeres que apenas la conocían, pero que lloraban como si fueran sus mejores amigas mientras intentaban llamar la atención del viudo. Sara Reese, que parecía prácticamente catatónica y más callada que de costumbre durante el velatorio. Era como una terrible pe
Hace un día, cinco minutos antes de la catástrofe.Madson Reese abandonó la mansión de diamantes y salió al balcón, pero el hombre que dirigía la finca la miró fríamente antes de dirigirse hacia los establos. En el fondo, sabía que no debía ir tras esa persona que actuaba de forma extraña y la miraba así, pero aun así lo hizo, aunque no pudiera entender su propia imprudencia. Intentando equilibrarse sobre unos tacones y un lujoso vestido que ni siquiera quería ponerse, Madson trató de ir tras aquel administrador sin que él se diera cuenta. Por alguna razón, en un momento fatídico, la Sra. Reese Santorini lo perdió de vista. Así que entró y trató de ver qué le pasaba con sus ojos amables, porque realmente se preocupaba por aquellos magníficos animales. Cuando la primera bocanada de humo llegó a su pequeña nariz, se dirigió rápidamente a los establos y liberó a los dos animales que descansaban en sus corrales, pero las puertas del establo estaban cerradas de golpe y, aunque corrió para
El ambiente de aquella casa ya no era el mismo sin la presencia de la mujer que fue repudiada el primer día que puso un pie en aquel lugar.Sentado en el sillón, los ojos de Cesare Santorini parecían más tormentosos que de costumbre. Había algo oscuro que nadie en el mundo podía explicar, aunque la respuesta era muy sencilla. Su luz se había ido con la mujer que murió.Dio vueltas a un vaso de bebida mientras miraba la mano con el anillo de casado aún puesto y sintió repugnancia. Todo inspiraba el odio más puro en el hombre recién enviudado.– Mi amor, no puedes quedarte así.A pesar de todos los intentos de Sara Reese, nada en el mundo podía hacer reaccionar al hombre sentado en aquel sillón, a pesar de que Sara Reese le molestaba profundamente. Porque, por si no fuera suficiente que todo su pecado estuviera representado en una mujer y en el hijo que esperaba, la ambiciosa joven tampoco dejó de atormentarle.La embarazada se acercó a él y lo miró fríamente, como si solo le doliera, p
En lo alto de una de las habitaciones había una gran ventana blanca por la que se asomaba una mujer para contemplar el paisaje del extenso jardín exterior. El trabajo comenzaba tan temprano en Italia, pero Madson Reese aún se sentía indispuesta tras el grave accidente que había sufrido. Su persistente tos aún le molestaba demasiado como para salir a pasear con lady Lucy y sus dos hermosas hijas, pero eso no significaba que no pudiera mirar, como hacía todos los días.La mujer de mejillas sonrosadas parecía más bien un cuadro de algún artista famoso, y no había sirviente en aquella mansión que no la mirara con admiración al pasar junto a la misteriosa persona, siempre demasiado poco dispuesta a relacionarse fuera de los lujosos muros de lo que casi podría considerarse un castillo.La mujer mayor entró en la habitación con una bandeja de té, otra de sus recetas milagrosas que nunca funcionaban, al igual que las medicinas que le recetaban los médicos. - Querida, sigo pensando que debería
– Señora, no necesito todo eso. Ya le he dicho que no estoy embarazada. Eso es imposible.– ¿De verdad? ¿Cómo puede estar segura?– No hemos tenido nada desde la boda.– ¿Hace tres meses?– Tres meses y unos días. Sí.– ¿Y cuánto tiempo ha pasado desde que cayeron tus reglas?Era la primera vez que Madson Reese se paraba a pensar en ello. En realidad, no tenía ni idea, pero no le parecía extraño. Siempre había tenido un flujo bastante irregular desde que empezó cuando era adolescente, sin ninguna explicación ni ayuda. – No lo sé. – Pero no te preocupes, no es la primera vez que se retrasa tanto.– Así que ya está, cariño. Estás embarazada. ¡La modista tiene razón!– Lady Lucy, no estoy embarazada. Por favor, no quiero discutir más.– Acuéstate un rato. Necesita descansar para no dañar al bebé. – La mujer la condujo hasta la cama, agarrándose con fuerza al delgado brazo de Madson Reese, que seguía viendo todo aquello como una broma sin gracia de la diseñadora de moda.– No es necesari
El distinguido hombre ya no se peinaba. Después de días en completo desorden, se sentó en el balcón de la casa con los ojos hundidos en un negro bastante prominente. ¿Por qué dormir? ¿Por qué comer? No le apetecía otra cosa que beber y fumar.Sara Reese pasó junto a él con unas cuantas bolsas más de compras de lujo que se había acostumbrado a hacer después de que su amante hubiera dejado de preocuparse por ella. A Cesare tampoco le importaba ya nada más. El trabajo, los problemas con la granja, sus empleados, todo estaba abandonado.– ¿Estás bien? – preguntó Sara, deteniéndose a medio camino para analizar a su amante.– ¿Tengo buen aspecto? – respondió Cesare.La mujer levantó las manos en señal de rendición, aunque por dentro echaba espuma de odio. – No pasa nada. Solo te he hecho una pregunta, cariño.– No me llames así. Nunca más.– ¿Cuál es tu problema ahora?– El problema, Sara Reese, es que representas todo lo malo que le hice a tu hermana.– Mi hermana se ha ido. Por el amor d
La clara derrota en el rostro del hombre cubierto de hierba y suciedad que caminaba descalzo hacia su casa podía ser vista por cualquiera que pasara por allí. Empleados, buscadores e incluso las mujeres de las tiendas de diamantes que por alguna razón solían pasar por allí, podían ver lo mucho que sufría el hombre. Y lo que es peor, había descuidado por completo su propio aspecto y el de la granja.Su pelo desaliñado y su barba bastante poblada le convertían en un hombre muy inadecuado a los ojos de cualquier mujer de la alta sociedad, pero lo peor era la bebida. Su olor que dejaba rastro por donde pasaba y se extendía por toda la habitación. Cesare, sin embargo, se comportaba ajeno a todas las opiniones y miradas. Andar descalzo y con una botella de alcohol en la mano se convirtió en algo habitual después de aquel maldito velatorio que arrancó las ganas de vivir a aquel hombre que ya había perdido al hermano que tanto quería.Sara Reese solía decir que Amitt Santorini no la quería po