Alessandro se sorprendió al escuchar el apodo "Sandro", un recordatorio de un pasado compartido lleno de complicidad. En ese instante, con la mayoría de mis recuerdos recobrados tras el golpe en la cabeza, comprendí que mi madre no estaba enferma, sino afectada por un antiguo accidente sin culpables. Me percaté de que desde mi infancia, mi corazón había elegido a Sandro, siempre presente en mi vida. Sentados en el restaurante, regalándome sonrisas, Alessandro tomó mi mano, sus ojos marrones reflejaban una conexión profunda que se había forjado desde mi niñez. —Mi madre vendrá esta semana y se quedará en su casa, en la playa, ya sabes dónde —anunció, sugiriendo que lo acompañara. Además, me invitó a almorzar, como si quisiera compartir más momentos juntos. Tragué saliva, debatiéndome sobre la conveniencia de aceptar la invitación, cuando él tomó mi mano. —Hay algo que quiero contarte —expresó. —Mi hermano y yo siempre hemos tenido diferencias, más allá de la edad. Cuando mi padre es
Alessandro y yo llegamos a la casa de doña Gertrudis, donde fui recibida con los brazos abiertos y un torrente de besos cariñosos. La señora Gertrudis, entre risas y gestos afectuosos, me examinó de arriba a abajo. —¡Qué alegría verte de nuevo! —exclamó, sosteniendo mis manos mientras continuaba su examen. —Me mira como si no me hubiera visto en años. —comenté entre risas. —¡Ay, querida! Ha pasado tanto tiempo. Desde tus quince años, no he tenido la oportunidad de verte. —recordó, mientras sacaba dulces del horno. —¿Me ayudas? En la mesa de allá tienes la cristalería que pondré. ¡Siéntete como en casa! —invitó, y con esas palabras, sentí la calidez y hospitalidad que siempre me brindó en ese hogar. Caminé hacia el mueble y, en ese momento, lo vi: el niño que mi memoria no lograba recordar completamente, el mismo que confundí con José tras el accidente que se llevó a mi padre. Alessandro pasó a mi lado. —¿Te ayudo? —ofreció, tomando algunas piezas de cristalería. —¿Quién es? —pre
Estaba en la cocina, esperando a que la leche calentara lo suficiente para preparar el chocolate. Mientras tanto, abrí un paquete de malvaviscos. Alessandro estaba sentado en la mesa del comedor, a solo unos pasos de distancia, observándome con una mano apoyada en la quijada.—¿Pasa algo? —pregunté mientras removía la leche.—Nada, solo que no esperaba que algo como esto me sucediera. —rió.—¿A qué te refieres?—Eres Isabel, la chica que he soñado desde niños. Primero trabajaste como secretaria, y ahora resulta que eres una excelente abogada. —comentó mientras yo reía ante su reflexión. Se acercó a mí mientras revolvía la leche, y en un instante, me tomó de la cintura y me atrajo hacia él. Su embriagadora fragancia nubló mi mente, sus fuertes brazos me rodearon, y por un momento olvidé todo a mi alrededor. Nuestros labios se encontraron en un beso apasionado, y él me levantó en el aire, con mis piernas envolviendo su cintura.—Desde que te vi esa noche, supe que algo en ti me pertenec
A la mañana siguiente, estaba frente al espejo, tratando de elegir un vestido adecuado para el desayuno. Me observaba una y otra vez, dudando si la persona reflejada en él era realmente yo. No había experimentado tanta felicidad en mucho tiempo. De repente, escuché el timbre de mi puerta. Tomé mis cosas y me apresuré hacia la entrada. Allí estaba él, sonriendo con un ramo de rosas en la mano. Le planté un beso en los labios y él respondió con una sonrisa.—¿Estás lista para hoy? —preguntó, levantando su brazo para que me apoyara.—¡Más que lista! —respondí emocionada. Nos dirigimos al coche, y el trayecto hacia el lugar del desayuno parecía más largo de lo esperado. Estaba preocupada por llegar tarde al trabajo, aunque quizás a él no le importara tanto, para mis colegas sería injusto que me ausentara sin recibir algún castigo. Observé a Alessandro al volante y me di cuenta de que se veía aún más atractivo conduciendo de lo que había notado antes. Recordé la primera vez que lo vi, no c
Después de salir del restaurante, luego del desayuno, tuvimos a una Lindsay emocionada detrás de nosotros. —¡Querida Isabel! —exclamó mientras corría tras nosotros—. Quería darte esto. —me entregó un sobre, y al voltearlo vi sus nombres impresos. —No falten, será una noche espectacular. —era una invitación a su boda. Me reí y le agradecí por el gesto. Subí al auto y miré a Alessandro con casi odio. —Arreglas esto. No pienso… —no terminé de hablar cuando él intervino. —Iremos. No podemos faltar, necesitamos tomar ideas para nuestra boda. —me guiñó el ojo y arrancó el auto. —¿No entiendes en lo que nos estamos metiendo? —dije con recelo. —Quizás no, pero estoy seguro de que te quiero a ti en mi vida. —arrancó el auto y me quedé pensando todo el trayecto hasta que noté que estábamos llegando al hotel. —¡Déjame a una calle del hotel! No quiero que los empleados vean que… —él tenía una expresión seria. Se detuvo a una distancia moderada, y me bajé, continuando a pie. Sabía que no le
Allí estábamos, Alessandro y yo, elegantemente vestidos, cuando recordé que la próxima semana sería el último juicio de sucesión.—Recuerda que el lunes es el último juicio —dije, ajustando mi vestido—. Creo que podemos ganar, si prestamos atención. Tu primo José, o quien sea, no tiene por qué ganarlo. Según las leyes…—Isabel, estaremos en una fiesta. Olvidemos un rato, todo ese ajetreo —rio él. Dejé de lado todas las preocupaciones y lo besé. Nuestra relación había mejorado desde aquella cena con lasaña en salsa blanca, pero aún manteníamos en secreto nuestra relación en el hotel, aunque me resultaba difícil contenerme con este hombre. Descendimos del auto y nos dirigimos al piso del hotel de la invitación. Alessandro tomó mi mano en el ascensor, pero no pude resistirme y lo besé con pasión. Él me correspondió y me pegó contra la pared del elevador. La temperatura subía solo por besarnos. Nos deseábamos como nunca antes. Sus manos exploraron la abertura de mi vestido, deslizándose p
La decisión de permanecer estática cuando la camioneta pasó había sido un grave error. La camioneta volvió. De ella salieron unos tipos que corrieron hacia mí. —Solo te diré dos cosas —dijo uno de ellos, colocando un arma en mi espalda—. Primero, no grites… —su voz era firme, amenazadora—. Y segundo, camina hacia la camioneta. No te haremos daño si sigues esas dos sugerencias. Sin más opción, avancé hacia la camioneta. En ese momento, vi a Alessandro llegar y correr hacia mí, pero era demasiado tarde; ya estaba dentro de la camioneta. Intenté luchar para liberarme y regresar a los brazos de Alessandro, pero antes de que pudiera hacer algo, sentí un golpe en la nuca que me hizo desplomar. Cuando recobré el conocimiento, todo estaba oscuro. Una bolsa cubría mi rostro, impidiéndome ver, y escuchaba las voces de hombres discutiendo sobre qué hacer conmigo. Intenté moverme, pero estaba atada de pies y manos, sentada y expuesta a una luz brillante. —¿Deberíamos esperar al patrón? —pregu
El miedo me paralizaba mientras sentía cómo el hombre se abalanzaba sobre mí, sus manos ásperas explorando mi cuerpo con violencia. Mi corazón latía con fuerza, mis manos atadas inútiles mente, mi boca reseca, incapaz de pronunciar una palabra. Cerré los ojos con fuerza, deseando con todas mis fuerzas que alguien viniera a salvarme. Entonces, un golpe seco resonó en la habitación. Abrí los ojos con sorpresa para ver al hombre retroceder, sosteniendo su mandíbula con expresión de dolor. Antes de que pudiera reaccionar, otro golpe lo hizo caer al suelo. Parpadeé aturdida, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. —¡Isabel, estoy aquí para salvarte! —una voz conocida resonó en la habitación. Levanté la vista para ver a Alessandro parado en la entrada, con la mandíbula tensa y los puños apretados. Mis ojos se llenaron de lágrimas de alivio al verlo. Alessandro se acercó rápidamente, desatando las cuerdas que me ataban y ayudándome a levantarme del suelo. Sen