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2. Una habitación con poca luz

Layla

Sus últimas palabras me vienen a la cabeza y siento que no puedo controlar la respiración. Me he sentido impotente tantas veces en mi vida que ya debería estar acostumbrada, pero esta es definitivamente la peor de todas. Siento su brazo alrededor de mi cuerpo y ni siquiera tengo fuerzas para asustarme por que un desconocido está abrazándome… o controlándome. Ya no sé.

Me duele el alma, el corazón, la mente… todo menos esa mano que hasta hace unos segundos sostenía un pedazo de vidrio y me hacía sentir que, al menos si me hacía daño, era algo que yo podía controlar.  

Sabía que este día llegaría, sé lo que soy, lo que siempre he sido, pero esperaba un poco de compasión ahora que… ahora que… El nombre y cuño en aquel certificado que hice pedazos hace unas horas me arranca un gemido ahogado. Si alguna esperanza quedaba, murió hoy. Murió junto con la mujer que quise ser un día.

Mi cuerpo se tensa y no puedo evitar los sollozos que siguen saliendo de mi pecho, y de repente es como si ya no tuviera fuerza ni voluntad para nada. No sé en qué momento he llegado al suelo pero estoy sentada sobre el regazo de ese hombre. Siento la dureza de su pecho contra mi espalda y mi piel se eriza cuando su aliento roza contra mi cuello.

— Puedes gritar. — sus labios se sienten suaves y calientes — Conozco el sentimiento, de impotencia, de ira, de dolor. Te prometo que saldrá si gritas.

Nunca lo he intentado, pero ¿qué más voy a perder? Me dejo ir, grito con todas las fuerzas que me quedan. Grito por James, Grito por Theo. Grito por la libertad que no tengo. Grito por la condena con la que nací. Grito porque la maldita vida es injusta en las maneras más insospechadas… y de repente ya no tengo aire y todo lo que sale de mí son lágrimas, calladas y profundas, las de siempre.

Estoy tan cansada que sólo me muevo cuando me obliga. Quedo sentada todavía sobre él, muy cerca, y puedo sentir su mirada penetrante, incluso un poco acusadora, clavándose en mi rostro.

— No vuelvas a hacerlo. —su voz intenta ser dulce, pero estoy segura de que hay fiereza detrás de esa aparente tranquilidad — Ningún maldito infeliz hijo de puta vale tu vida.

¿Yo dije eso en algún momento?

Normalmente no maldigo, al menos no en voz alta.

La vergüenza de lo que acabo de hacer es otro golpe. Me lastimé, lo sé, ha empezado a doler como el demonio, ¿pero no era eso exactamente lo que quería? ¿Que me doliera algo de lo que por una vez soy por completo responsable?

Me justifico, no sé cómo, o al menos lo intento.

Mis palabras se atropellan porque toca mi muñeca para mostrármela y sé que está furioso por lo que hice, y no entiendo por qué pero eso me agrada.

Es mayor que yo, eso es obvio, como es obvio que está acostumbrado a dos cosas: una, a mandar en su ambiente; y dos, a proteger a la gente que le importa. Sé que no formo parte de la gente que le importa, pero los hombres que nacen con instinto protector no pueden evitarlo, algo se desarrolla en su carácter que salta a la vista. Lo sé porque conozco la otra cara de esa moneda.

Me mira los labios, y yo miro los suyos. Estamos tan cerca que puedo sentir el tirón de su erección golpeando contra la parte trasera de mi muslo. Debo estar hecha un desastre y aún así le he provocado eso… es inapropiado pero al menos no es hipócrita.

No menciona una sola palabra sobre ello, creo que espera que no me haya dado cuenta, pero sí lo hice. Lo hice y mi piel vibró en un solo instante.

— Puedo enseñarte diez maneras de sentirte viva justo ahora, y ninguna…

Intenta decirme algo, pero no termina.

El calor que sube por mis piernas y se acendra en lo alto de mi estómago responde por mí. Sí, tiene razón, hay miles de formas de sentirme viva justo ahora. Miro su boca y es como si un imán me arrastrara. Busco sus labios y no pido permiso para ir más allá. No lo necesito.

Él los separa para recibirme y siento su lengua trazando un camino de deseo sobre la mía. Sabe a coñac del caro y sal de mar. No entiendo la combinación pero ese sabor me hace cerrar los ojos y aferrarme a la solapa de su saco con la mano que no me duele.

No sé en qué momento giro lo poco que falta para que estemos frente a frente y ya estoy a horcajadas sobre él. Hay muy poca luz en el salón, pero es suficiente para notar que es muy atractivo. No atractivo oscuro, como los chicos malos. Atractivo como hombre experimentado, pleno, salvaje, delicioso.

Pone sus manos alrededor de mis caderas, empujándome sobre su erección, y se me escapa un gemido involuntario. No puedo recordar la última vez que tuve sexo con un hombre, parece que han pasado siglos, y quisiera decir que sólo mi cuerpo está necesitado, pero la verdad es que mi alma también lo está.

Siento que mi vestido va subiendo poco a poco, y ese roce premeditado sobre mis muslos hace que me estremezca y arquee el cuerpo. Me besa el cuello, la clavícula, el hombro. Lame, muerde, besa, y se toma todo el tiempo del mundo para acariciarme mientras va descubriendo mis piernas y entonces entiendo que lo deseo. En estado puro, es deseo en estado puro y me abandono a él.

Vuelve a apoderarse de mi boca y la explora al tiempo que va bajando despacio el cierre de mi vestido. Sus dedos trazan surcos profundos en mi espalda que solo me excitan más, haciéndome gritar.

— ¡Dios! — gimo cuando descubre mis pechos y se lleva a la boca uno de mis pezones para morderlo.

— No, Thiago D´cruz. — dice divertido, pero la broma no hace efecto porque la parte de mi cerebro que realmente piensa ya no está aquí.

Meto las manos en su cabello, lo lleva corto, pero no tanto como para que no pueda tirar de él y separarlo un poco. Me mira y aprieta la mandíbula mientras empieza a subir despacio mi vestido y lo saca por la cabeza. Dos segundos después no sé dónde quedó.

Hace un gesto de satisfacción cuando quedo sólo en bragas sobre él, un poco inclinada hacia atrás, y me mira como si fuera la última maravilla de la Tierra. Sus dedos son suaves cuando bajan desde mi cuello, por mis senos, su pulgar derecho hace cosquillas en uno de mis pezones y me muerdo los labios, porque sólo la expresión devoradora de su rostro me excita más allá de lo que había imaginado cuando empecé a besarlo.

Bajo mi mano y lo toco por encima de la tela. Está realmente duro y se nota que es grande, y empiezo a salivar sólo pensando en cómo será tenerlo dentro de mí.

— Espera. — me detiene y veo el conflicto en sus ojos. Quiere esto, me quiere a mí, pero está luchando consigo mismo. Es lo bueno y lo malo de los hombres que de verdad tienen conciencia — No me refería a esto cuando dije que podía enseñarte otras maneras de sentirte viva…

— ¿Sientes lástima por mí? — lo suelto de golpe. Quizás porque no lo conozco. Quizás porque me encontró en un momento vulnerable y ya no hay forma de que pueda hacerme la fuerte frente a él.

— ¡No! — respuesta drástica y sincera.

— ¿Te parezco hermosa?

Sus manos se cierran en el nacimiento de mi cintura y sonríe como si acabara de preguntarle una estupidez, pero me contesta correctamente.

— Sí. Mucho. Me pareces una mujer muy hermosa.

— ¿Me deseas?

Sus ojos se oscurecen aún más y sé lo que significa pero quiero escucharlo de su boca.

— Irrevocablemente. — contesta y me excita lo contundente de la sentencia.

Lo miro directo a los ojos y subo el mentón por primera vez en la noche.

— Yo, — dudo en decir mi nombre y termino por omitirlo — no hago esto porque esté triste, vulnerable, o… lo que sea. Lo hago porque quiero y porque te deseo. ¿No es suficiente?

Por toda respuesta suelta mi cintura y comienza a desabotonarse la camisa. Pensé que después de mi orgullosa declaración estaría más apurado por “hacer el trabajo”, pero este hombre parece leerme. Sabe lo que quiero ver y me lo muestra. Cada botón da lugar a una franja de piel bronceada y deliciosa que quiero probar. Cuando termina de quitarse la camisa ya estoy a punto del orgasmo con sólo mirarlo.

Cruza un brazo detrás de mi espalda baja y me levanta en vilo sin esfuerzo, sentándome en una banqueta alta mientras se descalza los zapatos y sigue desnudándose frente  a mí como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

¿Y lo tenemos? ¿Y si alguien me busca… o a él? ¿La puerta tiene seguro? ¿Está cerrada siquiera…?

Pero todo pasa a un segundo plano cuando tengo delante de mí a este hombre enfundado sólo en un bóxer negro. Sé por qué se detiene ahí, el placer de quitárselo debe ser sólo mío. Tiene un cuerpazo de boxeador que nadie adivinaría debajo del traje.

Me muerdo los labios y él esboza una pequeña sonrisa mientras sus ojos bajan hasta mi sexo. Me doy cuenta de que tengo la espalda pegada a la barra, las piernas abiertas, y que he comenzado a tocarme mientras lo miraba. ¿Cuándo pasó esto? Ni siquiera me he dado cuenta de que lo hacía, pero veo que lo está disfrutando. Se acerca y roza con el dorso de los dedos la cara interna de mis muslos, provocándome un escalofrío. Voy a parar pero no me deja.

— Sigue. — su voz es ronca mientras envuelve mi mano con la suya y me impulsa en cada movimiento — ¿Esto te gusta?

Hago un gesto de asentimiento porque apenas puedo hablar cuando siento su miembro haciendo fuerza en un roce a través de dos telas.

— Me gustan las palabras. — dice mordiendo mi barbilla y apretando con su mano libre uno de mis senos — Así que si yo pregunto: ¿Esto te gusta? Tú respondes…

— Sí…— no sé si es gemido, súplica o liberación.

Me toma de la nuca y me besa con desesperación mientras su dedo corazón se desliza sobre el mío y empuja los dos en mi interior. Un grito ahogado se me escapa porque ha sido impresionante y siento como empuja de nuevo, entrando y saliendo a medida que el ritmo aumenta. Envuelve mis piernas a su alrededor para quedar más cerca si es que se puede y sigue haciendo que me toque.

Jamás lo había hecho así, pero no solo siento nuestros dedos bombeando mientras muerde mi piel. En cierto punto lo siento girar, explorar mis paredes y meter otro dedo. ¡Mierda! ¡Me está midiendo! Sabe lo que tiene entre las piernas y sabe que me va a doler.

Yo también lo sé, siempre he sido demasiado cerrada, pero el éxtasis que me provoca la velocidad de su mano no me deja pensar más.

— Estás chorreando. Quiero probarte. — susurra en mi oído mientras me permite sacar la mano meter un par de dedos en su boca. Los chupa cerrando los ojos y los movimientos de sus dedos en mi interior se hacen más violentos. — Deliciosa…

Su pulgar está sobre mi clítoris, enloqueciéndome y de mi garganta está a punto de salir un ruego cuando siento la primera contracción. Cierro las uñas sobre sus hombros esperando el orgasmo y en ese mismo instante me penetra de una vez, con una fuerza que no esperaba, rompiendo, desgarrando, tocando hasta lo más hondo de mi sexo.

Se traga mi grito, devora mi boca. Uno de sus brazos sostiene mi cintura y el otro de enreda en la base de mis cabellos, haciendo que me abra completamente para él.

— ¡Duele…! — gimo pero sólo siento en su repuesta una risa traviesa.

— Lo sé. — muerde mi labio inferior y entra de nuevo, con tanta fuerza como la primera vez.

— ¡Ah…!

El orgasmo que estaba en la puerta vuelve a tocar cuando una ráfaga de dolor me atraviesa y no entiendo cómo demonios puede causarme tanto placer. Siento el calor concentrarse en mi vientre, y bajar de una sola sacudida hasta mi sexo provocando que me tense.

— ¡Por Dios que cerrada eres! — suspira contra mi boca y sé que está disfrutando lo indecible mientras mi coño aprieta su miembro con cada espasmo.

Me cuesta respirar y trato de cerrar los ojos pero no me lo permite.

— ¿Viva? — se rie descaradamente mientras me da el beso más coqueto de la historia.

— ¡Bastante! — aseguro.

— Esa fue la primera manera. Vamos a la segunda.

Y esta vez siento toda su fuerza cuando me arrastra fuera de la banqueta y me da vuelta hasta que quedo de cara a la barra. Traza una línea de besos a lo largo de mi columna que me hace temblar las piernas, más cuando todavía no me recupero de esa explosión ocurrió en mi cuerpo hace un instante.

Siento sus manos abiertas sobre mis nalgas y sé que caben perfectamente en ellas. Las abre y siento su lengua saboreando cada gota de mi orgasmo. Vuelve a subir, mordiendo, acariciando, y donde toca es como si me pasara directamente electricidad sobre la piel.

— Ya, hazlo. — pido o demando, no me importa.

— Qué impaciente. — su lengua en mi oreja me estremece mientras suelta mi cabello y se lo enreda en un puño con violenta delicadeza. Sabe cómo torturarme con la anticipación y casi le suplico — ¿Quieres más?

— Si.

— ¿Cómo lo quieres? — su miembro roza entre mis nalgas y me manda un escalofrío directo a la nuca.

— Duro. — he perdido la vergüenza.

— Te va a doler. — advierte y eso sólo me excita más.

— ¡Lo sé! — casi grito mientras muevo mis caderas para provocarlo.

— Entonces como quiera, señorita…

Me atrevo a no contestar y me penetra con violencia, sacándome el nombre junto con el resto del aire de mi cuerpo.

— Layla… — gimo disfrutando cada embestida — Layla…

— Layla. — repite y mi nombre es erotismo puro cuando sale de sus labios.

Y en ese instante el choque entre los dos cuerpos se vuelve un campo de batalla.

Su boca está sobre mi hombro, mi cuello mi nuca.

Siento el sudor de mi espalda contra su abdomen duro cada vez que se mete dentro de mí.

Mi sexo arde, duele, destila deseo líquido…

Mis senos chocan con la barra haciendo que mis pezones se endurezcan aún más.

Lo siento palpitante y feroz en mi interior.

Taladra con violencia y es absolutamente delicioso.

Una de sus manos encuentra mi clítoris y sus dedos tienen una maldita magia que me pone de nuevo al borde del orgasmo.

— ¡Thiago…! — no sé cómo recuerdo su nombre.

— Creo que es hora de volver a gritar, nena. — dice arreciando sus embestidas — Quiero que todos en este puto castillo te escuchen. Quiero que grites para mí.

Me da vergüenza hacerlo, me llevo una mano a la boca para cubrirla pero él la agarra antes y la pone tras mi espalda. Su otra mano encuentra la mía sobre la barra y ahí me detiene, totalmente inmóvil mientras me penetra cada vez más rápido.

— Ahora. Grita. — exige y cierro los ojos como si eso ayudara — ¡Layla, grita!

No lo puedo aguantar. Mi boca se abre y me corro en medio de gritos que no se contienen, gritos del más puro placer que lo hacen gruñir como un león en celo y correrse segundos después dentro de mí.

Tengo breves e intermitentes segundos de lucidez después de eso. Un beso. Un abrazo que dura eternamente. Andar en sus brazos no sé a dónde. Una risa que no se borra de su cara. Sus ojos.

Despierto sobresaltada y estoy en un sofá, desnuda, entre los brazos de un hombre desnudo, en una habitación con poca luz. Thiago duerme con un sueño tan cansado que ni siquiera nota cuando salgo de sus brazos. Miro mi reloj, pasan de las cuatro de la madrugada. Me visto en el mayor silencio posible y me permito un minuto, uno solo, para observar al hombre que acaba de hacerme el amor como un desposeído.

Mi cerebro dice que fue solo sexo, pero mi corazón dice que eso no existe con hombres como él. Thiago D´cruz es de los que hace el amor aunque sea violentamente, mi cuerpo puede dar fe de eso.

No tengo idea de quién es, pero sé que es un buen hombre, y los hombres buenos deberían estar alejados de mí lo más que puedan. Dejo un beso en su frente, con todo el agradecimiento de mi corazón, y cierro la puerta a mis espaldas esperando no volver a verlo jamás.

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