Luc acorta la distancia conmigo y me arrebata el teléfono de las manos, acabando la llamada con violencia.
—¿Qué demonios te pasa? — alego e intento quitárselo, pero es inútil porque aleja el aparato con rapidez.
—No, Claire ¿qué diablos pasa contigo? — me increpa de mal humor, señalándome de forma acusadora.
Su voz dura y fuerte me hace dar medio paso atrás con sorpresa. Pero su ceño fruncido podría ser fácilmente el reflejo del mío.
—Es mi teléfono y, si no te diste cuenta, estaba hablando con alguien — tiendo la mano para que me lo devuelva, pero no hace caso.
—Escuché su nombre, Claire — gruñe.
—¿Y eso qué?
—¿En serio quieres que esté tranquilo mientras hablas con ese gilip0llas? — masculla.
Lo miro desconcertada por su áspera actitud. Pero, ¿qué demonios le pasa? ¿Por qué se comporta como un imbécil?
—¿Qué tiene que ver eso ahora? — cuestiono, con las manos en la cintura —. Me estaba llamando a mí, no tiene que ver contigo.
Me observa de arriba a abajo con frustración y claro estupor, como si estuviera delante de otra persona. Casi puedo ver el fuego en sus ojos. La ardiente ira retenida.
Pero, ¿qué demonios le ocurre?
Sí, salí con Tristán hace, ¿cuánto? Unos cinco o seis años, tal vez.
Era joven, ilusa, ingenua, algo tonta… y realmente no me importaba si me jodian. Porque sí, Tristán la jodió conmigo y a lo grande. Pero no guardé resentimiento a los errores del pasado, ni a los errores de los ex novios que he tenido. ¿Por qué debería acordarme de ello constantemente?
Es más, ¿por qué siguiera debería importarme ahora?
Son errores que cometí. Que mi yo joven cometió. No puedo hacer nada más que vivir con eso. No me importaba antes y no lo hace ahora… lo único que recuerdo constantemente y que me importa lo suficiente para traerme por las nubes todo el día, esta frente a mí echando humos por las orejas.
—Te estropeó la vida, Claire. Te destrozo. Te vi, estuve contigo, ¿lo olvidas? — me recuerda mi yo tonta, llorando por un romance estúpido. Quiero poner los ojos en blanco, pero me detengo a último momento —. ¿Y qué esperas ahora? ¿Qué te deje hablar con ese capullo?
—¡Oh, por el amor de Dios! — exclamo alzando las manos, exasperada —. Él no me hizo nada. Nada. ¿Oyes? Nada. Solo fue mi…
—¡Te fue infiel! ¡Vi cómo te rompió!
Eso me saca de quicio.
Me enoja, me enardece y ardo por dentro.
¡Mald!ta sea! Ninguno de mis ex me ha roto realmente. Y no los estoy defendiendo porque sea alguien benevolente ni quiera ser la mejor persona, solo es sentido común; Fui yo la tonta que lo permitió, así que claramente es mi culpa. Porque tampoco fui completamente sincera con ellos y dejé que lo hicieran en un intento de que las cosas fueran parejas entre nosotros. Soy una idiota, estúpida, realmente estúpida, sin duda alguna, pero era lo que creía que estaba bien en ese entonces…, porque no los amé. Ellos sabían que nos los amaba, no con la entrega absoluta que buscaban en una relación. ¿Me lastimaron? Un poco. Soy un ser humano después de todo. ¡Pero no me han roto! ¡Jamás me han destrozado!
—¡Él jamás me ha roto! ¡No como t...! — cierro la boca justo a tiempo antes de cometer un tremendo error.
¿Es qué acaso ese pensamiento es razonable?
Abro los ojos desmesurados al darme cuenta de ello. Nadie es capaz de destrozarme…, pero, ¿por qué mi corazón acelerado, que duele como el infierno en este momento, sabe con certeza que el hombre que tengo frente a mí lo ha hecho? Su amor me está rompiendo… pero, ¿puede destrozarme ahora?
—¿No cómo quién, Claire? ¿Cómo Issac, Tómas, Ash?
No solo está enfadado, está ardiendo de ira, recordando cada romance fallido de mi pasado estúpido.
Me paso una mano por el pelo, frustrada con esta absurda situación, y aprieto los labios mientras lo observo sin creer la raíz de su enojo y sin dar crédito a aquella tremenda revelación que ha salido a flote.
Sí, él puede acabar conmigo en un abrir y cerrar de ojos… y eso me asusta.
Me aterra darme cuenta de ello ahora, ¿Siempre ha sido de esa manera? ¿O es efecto colateral del amor que siento por este confuso hombre? M¡erda y doble m¡erda.
—No vas a hablar con él, ¿entendiste? — me advierte.
—¿Por qué? — pregunto, pero me mira un largo momento, sin responder. ¡Carajo! ¿Por qué demonios tuvo que entrar en mi corazón y hacerlo jirones? —. ¡¿Por qué?!
¿Qué derecho tiene a decirme que debo hacer?
Estoy enamorada de él, aunque él ni se lo imagina. Aún así, sigue siendo mi vida. ¿Quién demonios se cree para intentar controlarme de esta manera?
—¡Por qué ese cabrón de seguro regresó para volver a joderte! — vocifera.
—¡Es mi vida!
—¡También es la mía! — me ruge en la cara.
Puedo sentir su respiración acelerada por la ira en mi piel y esos ojos azules acerados y molestos taladrarme el rostro con su expresión dura.
Doy un paso atrás, alejándome de él. Mirándolo como si de verdad fuera otra persona. ¿De dónde demonios vino eso? Parpadeo lentamente mientras lo observo.
—M¡erda — musita y se da la vuelta para darme la espalda, mientras se pasa la mano por la cara y el cabello, con un medio gruñido que reverbera lleno de frustración en la habitación.
La tensión entre nosotros crece como la espuma y el silencio se extiende, dejándome afligida, confundida y paralizada.
Pasa una eternidad, donde estoy inmóvil en mi lugar, sin saber que hacer o qué decir. Su repentina reacción me ha dejado sin palabras y con miles de preguntas en la mente.
Lo oigo decir algo tan bajito y entre dientes, que no entiendo, antes de volver a enfrentarme.
—Claire — comienza, respirando profundo y pasándose una mano por la cara, en un intento de serenarse. Me señala con la otra mano, la que aún sostiene mi móvil, como si estuviera intentando calmar a un pobre animal —. Claire, eres mi amiga, no quiero que vuelvan a herirte.
Sus palabras deberían resultar un bálsamo, pero siento que me acaban de clavar una estaca en el pecho. Sí, soy su amiga.
«Gracias por recordármelo, Sherlock.»
No me hace gracia y duele mucho más que hace un momento. Claro, ¿cómo pude pensar por una fracción de segundo que él quisiera más de mí que eso? Es más, ahora que lo pienso, tiene todo el sentido del mundo. ¡Es su vida! ¡Claro que lo es! Y no me quiere a mí en ella llegando con mis ataduras emocionales y romances fallidos para que se esfuerce en recuperar pedazos que solo él piensa que existen. ¡Carajo! ¡Ahora entiendo todo! Me mantengo firme en el lugar, con los tacones clavados en el parqué revestido, mientras la segunda revelación de estos últimos minutos se abre paso.
—¿Crees que iré contigo luego de que él me joda otra vez? — pregunto con sequedad, pero no le doy el tiempo para contestar. Ni siquiera puedo con el nudo que se me ha estancado en la garganta y que amenaza con que las lágrimas salgan a flote—. No te preocupes, Luc. No iré contigo. No arrastraré mi m¡erda a ti, si eso es lo que temes. Así que, despreocúpate, eso no ocurrirá de nuevo.
Antes de que abra la boca, le doy la espalda y taconeo con fuerza hacia mi oficina. No quiero, ni deseo, escuchar lo que quiera decirme. Es más, ni siquiera quiero estar allí cuando me dé la espalda para marcharse…, porque sigo siendo cobarde y estúpida, y no puedo permitir que mi corazón, que repentinamente comienza a fragmentarse, se rompa delante de él.
—Entonces… — susurra pensativa, mientras lleno mi copa de vino pasando de su mirada preocupada —. ¿Vas a quedarte toda la noche bebiendo como una tonta?—No, solo hasta que él — señalo mi pecho en dirección a mi corazón —, esté lo suficientemente adormecido como para no sentir nada y poder irme a casa. —En ese caso, te saldrán raíces sentada a la espera de que eso pase— suspira y alza su copa para beber un trago. De fondo suena un replay de jazz instrumental y el bar al que he venido por años, se mantiene tranquilo y sereno. Todo aquí es de estilo industrial, algo rústico, privado y ubicado en un sótano. Me gusta.La barra de madera oscura donde estoy sentada con Natalia casi está desierta y en los reservados y mesas, apenas hay unas cuantas personas salpicadas aquí y allá. No hay ruidos energéticos ni conversaciones a alto volumen. Aunque, con una botella de vino completa en el cuerpo, y media más que me estoy embutiendo, no sabría decir si estoy acertada o no. Sin embargo, no creo
Sabrina me mira sentada desde el borde de su cama.Su reflejo claro y pensativo, mientras me observa con los brazos cruzados y su rostro ligeramente ladeado, me está poniendo de los nervios. Dejó la barra del labial sobre el buró, atuso mi cabello corto, que está justo a pocos centímetros de mis hombros, y me paso la mano por la tela del vestido azul marino ajustado con escote asimétrico. —¿Qué tal? — pregunto, volviéndome sobre mis tacones de infarto. —¿Te digo la verdad o miento? Blanqueo la mirada y me dirijo al tocador para empacar lo necesario en mi diminuto bolso de mano. —La verdad. Siempre la verdad — respondo, dándome un repaso de nuevo en el espejo y acomodando la corta y delgada gargantilla de oro blanco, con el colgante de una solitaria y pequeña estrella.Me gusta mirarla. Mucho más porque él me la ha regalado. Es un toque especial que pienso llevar a la fiesta de hoy con orgullo. Es la respuesta a mi propio pequeño secreto. Una señal que llegó hace algunas noches en
Three está a rebosar de personas. Todos entusiasmados bailando en la pista, con la música a alto volumen, o bebiendo por la celebración que se lleva a cabo. Me paseo por la orilla del segundo piso, sosteniendo una copa de champán en una mano y pasando los dedos sobre la barandilla de metal pulido con la otra, mirando atenta la pista de cristal y luces de colores intermitentes que cortan el rostro de las personas eufóricas que bailan, gritan y ríen. Suspiro pesadamente, por enésima vez, a la vez que me detengo a la mitad del piso. Las conversaciones aquí arriba son variadas y energéticas, pero no me apetece unirme a ninguna. Es más, las ansias que he traído se han multiplicado, al igual que las llamadas de Tristán. Miro a mi alrededor y camino a la terraza, donde hay algunos pequeños grupos que disfrutan la fiesta bajo la noche estrellada. Todo es glamour y furor, pero para mí se ha resumido a los nervios. No he podido verlo aún, pero sé que está aquí porque he escuchado hablar de é
M¡erda. ¡Reacciona, Claire!Mi cuerpo está paralizado, el miedo me invade. El horror me consume. Intento mirar a mi alrededor, a ambos lados, pero todos se encuentran detrás de nosotros hablando animadamente, nadie está cerca. Quiero gritar, en serio quiero hacerlo, pero nada en mí coopera. Mi respiración agitada, un nudo en mi estómago y mi corazón golpeando mi esternón con tanta rudeza que creo que terminará por escapar. —He estado viéndote pasear. Estabas tentándome, nena. Estabas pidiendo esto a gritos, ¿no es así? — él aprieta mi pecho, robándome un jadeo. Intento apartarlo, alzo las manos para empujarlo, pero él malentiende mi movimiento y separa la otra mano del barandal para meter su mano bajo el dobladillo de mi vestido y tocarme por encima de las bragas. —Basta — me remueve, inquieta. No lo quiero tocándome. No quiero sus dedos en mí. —¡Basta! — exhalo, con las lágrimas desgarrando mis cuerdas vocales. —¡Quédate quieta, pequeña puta de m¡erda! — exclama en mi oído.
Despierto y me incorporo de golpe. ¡Maldita sea! ¿De dónde ha salido eso?Me aparto el pelo de la cara y lo primero que hago es tocar con celeridad mis brazos, mis piernas y mi cabeza. Suspiro aliviada. Estoy bien, estoy entera, estoy a salvo. Aún así, el corazón me late con fiereza y me toma un largo instante intentar volver a la normalidad, sin que me tiemblen las manos por tremenda pesadilla. Era un accidente. Pero ¿qué hay de todo lo que mi mente trajo consigo?No tiene sentido alguno lo que he soñado. Yo no estuve en ese evento, es más, no conocí a Luc hasta después de eso. Entrecierro los ojos y atraigo las piernas a mi pecho. Me esfuerzo por recordar lo que acabo de soñar, cualquier detalle que me haga sentido. ¿Conocí a Sabrina? Sí, era mi compañera de cuarto. Pero, ¿por qué me miraba de esa forma? Es más, sé que hablamos en el sueño, o esa mujer lo hizo, pero no puedo recuperar el fragmento de lo que me dijo. Pienso un largo rato, revolviendo mi mente y rescatando fragme
Lisa y San me ponen al día de las citas de la tarde, pero apenas las estoy escuchando pues toda mi atención está en el hombre que sigue fuera, sentado sobre el capó de mi auto jugueteando con su móvil. Su pelo negro con corte degradado brilla ligeramente bajo el sol. Aún lleva los benditos lentes de sol y su cuerpo se ve grande y trabajado encima de mi auto. Podría fácilmente sacar mi cámara y pedirle que haga una sesión de fotos para el calendario. ¿Será que para cuando llegue a la temporada de verano estará sin nada más que con bóxer posando? Se me suben los colores a la cara al pensarlo. Invierno totalmente abrigado y serio. Otoño, reflexivo. Primavera, con un toque de ternura. Verano, liberador y caliente. ¡Maldita sea! Debo concentrarme en cosas importantes. Sacudo ligeramente la cabeza para borrar esos pensamientos indebidos. Al final, termino asintiendo y sonriendo sin enterarme de lo que me han dicho. ¿Cómo puedo quitármelo de encima? ¿Será bueno viajar con él
—¡Que sí! — contesto exasperada —. Dilo ya. La verdad es que no, pero debo tener lo máximo de información posible. Ya bastante difícil es mantenerme cuerda por mi cuenta, como para, además, quedarme con las dudas. Él parece vacilar, mientras ladea y aprieta un poco los labios. —Como digas — suspira —. Bien, lo primero que hicimos fue hablar de lo que pasó por la tarde. Me disculpé, pero eso ya lo sabes, ¿cierto? —Claro que sí — miento. Carraspea una vez y luego otra y se lleva una mano a la garganta. —Me dio sed — anuncia y me mira de soslayo. —Bien por ti. Suéltalo. —¿Podrías darme algo de beber? — pregunta, desviando la conversación. —No, dime — me cruzo de brazos. —Te diré — carraspea de nuevo —. Pero en serio, necesito beber algo ahora. Frunzo el ceño. Lo está haciendo a propósito. —La bolsa está atrás, puedes alcanzarla — respondo de malas y miro al frente. Un auto rojo va por delante de nosotros. —Verás, estoy conduciendo, no puedo estacionar a un lado de
Hace frío. Miro el cielo oscurecido, repleto de nubes y me estremezco. La noche ya ha caído sobre la ciudad y el frío de invierno se anuncia despiadado.Llevo un poco más de dos horas frente a su nuevo hogar. Ya no siento los dedos de los pies y mis manos están corriendo el mismo riesgo. Doy pequeños saltitos en el lugar, intentando mantener mi cuerpo en movimiento. Siento las mejillas entumecidas y la punta de la nariz fría. Me llevo las manos enguantadas a la boca y exhalo sobre ella intentando darles algo de calor. Luego, acomodo bien mi gran bufanda para hundir un poco más el rostro. Saco el móvil para consultar la hora: ocho y cincuenta. Es tarde, teniendo en cuenta que su avión arribó hace tres horas a la ciudad. Pero eso no hace que esté menos nerviosa. A principios de semana viajó a Los Ángeles, junto con su banda, para firmar con una disquera. ¡Dios! Eso me emocionó entonces y también me emociona ahora. Está haciendo sus sueños realidad y me encanta. Verlo cantar sobre u