Cuando da la una, alguien toca a mi puerta. He estado todo el día en la oficina, revisando montañas de recibos, planes de ventas y catálogos. San me ha entregado el inventario y lo he revisado meticulosamente nada más llegar. Pero aún queda trabajo que hacer y me gusta cerciorarme de que todo esté en orden. Simplemente me gusta tener mi lugar de trabajo bajo control. No es solo una boutique, es gran parte de mi vida y esfuerzo. Partí este negocio en un pequeño local y, en tres años, he logrado engrandecerlo poco a poco. Incluso cuando mi madre me dijo que no podría lograrlo, sigo aquí y en pie. Me aparto el cabello del rostro con ambas manos y alzo la voz para autorizar la entrada. Dejo el dossier pesado sobre la mesa y levanto la mirada. —Claire, tienes una cita — la voz dulce de Tita, quien abre la puerta tímidamente, me hace arrugar la frente. —No espero a nadie — contesto, confundida.Ella sonríe y termina de abrir del todo para dejar a la vista a Nick. —¿Ni siquiera a mí? —
—¿Podrías respirar un poco? — me burlo, limpiando con una servilleta de papel la salsa de mis dedos. Lo veo devorar su hamburguesa. Una de las dos extra grandes que ha pedido. Pensé ir a un restaurante más cómodo, pero como siempre Nick prefiere las cosas simples y me ha arrastrado hasta un local de comida rápida. Ha encargado todo lo que le ha venido en gana y, ahora, después de hablar de todo un poco y de contestar las múltiples preguntas que me ha hecho sobre mi vida, está comiendo entusiasmado. —¿Qué? — dice tragando y luego tomando varios sorbos de soda. —No sé dónde te metes todo eso — señalo con mi vaso, el contenido de su bandeja y las envolturas de la comida. —Se va a mi hermoso trasero, pequeña. ¿Por qué crees que es tan redondo y respingón? — se limpia la boca con algunas servilletas de papel. Comer con él es como estar con un niño. Es gracioso e impertinente, es como un hermanito menor malcriado a quién le brillan los ojos maliciosos cuando accedo a realizar sus cap
—No iba a comentarlo, porque es realmente entretenido — dice Nick, comiendo el último trozo de magdalena —. Pero, una vez más, no puedo resistirlo; ¿qué tarareas tanto?—Tú conoces muchas canciones, ¿cierto? —Las suficiente, ¿por qué? — ladea un poco el rostro. —¿Reconoces la que estaba tarareando? — pregunto, con una nota de necesidad y vergüenza. Arruga la frente un poquito y me pide que repita el tarareo un par de veces. Se queda en silencio pensando y, al final, niega. —No, lo siento. Creo no conocerla, ¿no sabes dónde la has oído?—Sí y no — respondo, pero no ahondo más en ello —. Solo tengo un dedazo en la mente, sé que la canta un hombre. Tiene voz rasposa, algo ronca, rasgada.. Incluso puedo decir que algo joven — meneo la cabeza, intentando explicarme. —¿Ninguna de nuestro grupo? — inquiere. —No, ya lo he cerciorado. Nada que ver con las canciones de A.R.C.H.E.R — me encojo de hombros. Pero entonces frunzo el ceño, ¿y sí…? No, sería imposible. —Si quieres, puedo preg
—Si hubiera sabido que tendrías tanta variedad de fotos aquí, ni siquiera le hubiera pedido ayuda a los demás — comenta Mihrimah. Alzo la mirada de la fotografía que tengo entre manos y la veo sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared, en la esquina de mi despacho. Lanzo una sonrisa de suficiencia. —Siempre tengo lo que necesitas, chica — doy guiño y ella ríe. Llevamos una hora dando vueltas por esta habitación que tengo como oficina. El piso está plagado de cajas, papeles, libros y álbumes de fotografías de las que había olvidado su existencia. Me he topado con gratas sorpresas y hemos reído bastante con varias imágenes o lanzado suspiros de añoranza con algunos recuerdos. También hemos hablado de todo un poco, aún no le he sonsacado el divino secreto que guarda con tanto recelo y que me prometió compartir, pero el momento no ha sido menos entretenido. Ella, tan vivaracha, me ha puesto al día de los asuntos de conocimiento público en nuestro grupo de amig
Estira el brazo y me tiende su teléfono, el sonido que esta enlazado al equipo de mi piso, se escucha claro en el despacho. Inicia un vídeo casero, que se distorsiona de vez en cuando, hasta que al fin logra captar a las personas en la pequeña tarima de un escenario en un bar. El murmullo de la gente cesa cuando el hombre de las sombras es enfocado con una luz amarilla débil. Contengo la respiración y mis ojos no pierden detalle. Mi corazón se ha detenido, no puedo encontrar más lógica que esa al silencio que hay en mi interior que pronto se llena de música. Alguien toca la guitarra, por detrás se une el bajo y comienza a cantar en voz tranquila, ronca y rasgada. Con pasión y llena de sentimiento. Canta sobre el delito de robar un corazón, de los peligros que conlleva mientras habla de alguien que está trabajando contra el tiempo para hacer funcionar algo que estaba destinado a la ruina. Como se aferra a la verdad de la perdición, aún sabiendo los resultados y busca consuelo en lo
El maitre me guía por el lugar hasta mi mesa asignada. Stallion suele ser uno de los restaurantes de élite. Por lo que, como siempre, el sitio se encuentra abarrotado, pero tranquilo. Con su pianista interpretando clásicas canciones de fondo, la iluminación sesgada y el ambiente grato. Casi todo aquí es cristal y cromo. Pero lo que lo caracteriza son sus ventanales altos y algo inclinados, de piso a techo, que de día se ven un poco ahumados, pero que no le quitan ni un ápice de maravilla. Pues, las vistas a la ciudad desde la altura donde nos encontramos, solo es un aditivo a lo excelente que, ya de por sí, es estar en este lugar.Nos dirigimos a una mesa de la esquina y mi mirada se clava en los ojos del hombre que me espera sentado. No me pierde detalle mientras acorto la distancia y hago exactamente lo mismo que él hace conmigo: lo estudio a profundidad. Tiene espeso pelo castaño, su tez oliva, barba de varios días oscurece su mentón y mejillas, mentón cuadrado y masculino y cuand
Mientras conduzco, una manta incómoda y una punzada sorda se plantan en mi pecho. Es un sentimiento extraño, que intento olvidar a toda costa. No puedo permitirme distracciones, tengo demasiadas situaciones entre manos para agregar una más a la interminable lista de cosas por hacer. Así que, en lugar de darle vueltas a algo que no tiene sentido alguno (como cada cosa en mi vida últimamente), conecto a tiendas el móvil a los altavoces del auto y marco a Nick. Al tercer tono contesta. —Pequeña — dice afablemente y de muy buen humor, como siempre—. Sé que soy irresistible, ¿pero tan rápido extrañaste a tu hermosa alma gemela? Sonrío y sacudo la cabeza ligeramente.—Nada de eso, necesito un favor — declaro de inmediato. —Armas no tengo, drogas no vendo — dice en tono serio, pero puedo oír la sonrisa en sus palabras. —No seas idiota, no necesito nada de eso. —¿Ah, no? ¿Entonces en qué puedo servirte? ¿Necesitas esconder un cuerpo? Si es así, espera un momento, iré por la pala y las bo
Me alejo, busco mi manojo de llaves y busco la suya. No suelo utilizarla a menudo, sobre todo cuando él está en la ciudad y no en el recorrido de interminables presentaciones. Pero esto lo amerita, incluso si se enfada. Abro la puerta de sopetón y lo primero que recibo, es el olor a quemado que se impregna en el ambiente. Corro a la cocina, asustada, y encuentro una olla con un contenido negro, parecido al alquitrán, que expulsa un olor horrible y un humo espeso. Arrojo el bolso y el móvil en la encimera y tomo un paño de cocina para dejar con celeridad lo que queda de olla, en el fregadero y luego bajo el chorro de agua. Apago las hornillas eléctricas y, mientras busco a Luc con la mirada en el salón, voy a los ventanales y los abro para que el lugar se ventile, mirando ceñuda los detectores de humo que parpadean pero que no se han activado. Me acerco al equipo de música y la apago, dejando atrás a Queen. —¿Luc? — pregunto en voz alta. Pero nadie aparece. —¿Luc, dónde estás? Bus