Carter detiene el tenedor a medio camino y me mira. —La saqué rápido de allí. Quería que tuviera una cita con su hijo — blanqueo los ojos —. Bastante ridículo, ¿cierto?Deja los cubiertos despacios y se limpia la boca con la servilleta de tela. Toma su copa y da un largo sorbo, totalmente absorto en sus pensamientos. Frunzo el ceño. Estaba esperando una risotada o que gruñera que Audrey debía mantenerse alejada de mi vida, no este silencio. Miro a Natalia de soslayo y ella se encoge de hombros, tan curiosa como yo por su reacción atípica. —Era Georgia Moone, ¿verdad? — murmura, con seriedad. Ensancho los ojos y me yergo.—¿Cómo lo sabes? Suspira, pasando una mano por su cabello de ondas doradas. —Audrey me habló de ella hace unos días. En realidad no pensé que realmente lo haría y que solo intentaba fastidiarme con el hecho de lo orgullosa que estaba de que su hija pronto se casaría con un acaudalado tipo — hace una pausa y arruga la frente —. Mencionó a los Moone como lo mejor p
—Estás tarareando. La voz de Natalia me saca de mis pensamientos y casi me hace trastabillar. Parpadeo un par de veces, enfocando de nuevo el camino. Sin detener mis pasos apresurados, vuelvo el rostro para ver a mi sonrojada y sudada cuñada a mi lado.—¿Qué?—Que sigues con esa infernal melodía — resuella. La brisa fría cerca del río hace tener las mejillas enfebrecidas y el sudor apelmaza mi cabello atado en una coleta alta. —No sé de qué hablas — acelero solo un poco mi paso firme, adelantando y rodeando a un grupo de corredoras madrugadoras que siguen a un hombre que va por delante de ellas, y ahora, por delante de nosotras.Natalia resopla ruidosamente, mientras mantiene el firme esfuerzo para no quedarse atrás. —Santa María purísima. El murmuro ahogado de mi cuñada me hace mirarle nuevamente el rostro, tiene los ojos abiertos de par en par mientras mira adelante y luego me da un vistazo a mí, señalando con el mentón lo que la ha impresionado. Reprimo la risa al verla son
Termino de maquillarme y salgo del cuarto del baño, directo a mi armario. Natalia me ha dejado en mi piso y luego se ha ido tan rápido, como se ha cerciorado que estaba lo suficientemente motivada para no volver a meterme bajo las sábanas. Pero no sin antes dejar escapar un malicioso comentario sobre ella y su fogosa vida con mi hermano, como resultado se ha ganado quejas y muecas de asco, que trajo otra ronda comentarios perversos y risas, antes de poder por fin dejar de escucharla. Acabo de vestirme rápidamente y miro las cajas y algunos pares de zapatos desperdigados, producto de la escena de ayer por la mañana. Una vez termino de ponerme unos zarcillos, comienzo a ordenar y poner todo en orden. Sin dejar de escuchar la voz masculina que suena a través de los altavoces del piso. He pasado por Incubus, Bob Seger, John Mayer, Jack Johnson, Matchbox Twenty, Edwin McCain, Nickelback, por solo mencionar algunos de los innumerables solistas y grupos que he oído esta mañana, pero que al
Cuando da la una, alguien toca a mi puerta. He estado todo el día en la oficina, revisando montañas de recibos, planes de ventas y catálogos. San me ha entregado el inventario y lo he revisado meticulosamente nada más llegar. Pero aún queda trabajo que hacer y me gusta cerciorarme de que todo esté en orden. Simplemente me gusta tener mi lugar de trabajo bajo control. No es solo una boutique, es gran parte de mi vida y esfuerzo. Partí este negocio en un pequeño local y, en tres años, he logrado engrandecerlo poco a poco. Incluso cuando mi madre me dijo que no podría lograrlo, sigo aquí y en pie. Me aparto el cabello del rostro con ambas manos y alzo la voz para autorizar la entrada. Dejo el dossier pesado sobre la mesa y levanto la mirada. —Claire, tienes una cita — la voz dulce de Tita, quien abre la puerta tímidamente, me hace arrugar la frente. —No espero a nadie — contesto, confundida.Ella sonríe y termina de abrir del todo para dejar a la vista a Nick. —¿Ni siquiera a mí? —
—¿Podrías respirar un poco? — me burlo, limpiando con una servilleta de papel la salsa de mis dedos. Lo veo devorar su hamburguesa. Una de las dos extra grandes que ha pedido. Pensé ir a un restaurante más cómodo, pero como siempre Nick prefiere las cosas simples y me ha arrastrado hasta un local de comida rápida. Ha encargado todo lo que le ha venido en gana y, ahora, después de hablar de todo un poco y de contestar las múltiples preguntas que me ha hecho sobre mi vida, está comiendo entusiasmado. —¿Qué? — dice tragando y luego tomando varios sorbos de soda. —No sé dónde te metes todo eso — señalo con mi vaso, el contenido de su bandeja y las envolturas de la comida. —Se va a mi hermoso trasero, pequeña. ¿Por qué crees que es tan redondo y respingón? — se limpia la boca con algunas servilletas de papel. Comer con él es como estar con un niño. Es gracioso e impertinente, es como un hermanito menor malcriado a quién le brillan los ojos maliciosos cuando accedo a realizar sus cap
—No iba a comentarlo, porque es realmente entretenido — dice Nick, comiendo el último trozo de magdalena —. Pero, una vez más, no puedo resistirlo; ¿qué tarareas tanto?—Tú conoces muchas canciones, ¿cierto? —Las suficiente, ¿por qué? — ladea un poco el rostro. —¿Reconoces la que estaba tarareando? — pregunto, con una nota de necesidad y vergüenza. Arruga la frente un poquito y me pide que repita el tarareo un par de veces. Se queda en silencio pensando y, al final, niega. —No, lo siento. Creo no conocerla, ¿no sabes dónde la has oído?—Sí y no — respondo, pero no ahondo más en ello —. Solo tengo un dedazo en la mente, sé que la canta un hombre. Tiene voz rasposa, algo ronca, rasgada.. Incluso puedo decir que algo joven — meneo la cabeza, intentando explicarme. —¿Ninguna de nuestro grupo? — inquiere. —No, ya lo he cerciorado. Nada que ver con las canciones de A.R.C.H.E.R — me encojo de hombros. Pero entonces frunzo el ceño, ¿y sí…? No, sería imposible. —Si quieres, puedo preg
—Si hubiera sabido que tendrías tanta variedad de fotos aquí, ni siquiera le hubiera pedido ayuda a los demás — comenta Mihrimah. Alzo la mirada de la fotografía que tengo entre manos y la veo sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la pared, en la esquina de mi despacho. Lanzo una sonrisa de suficiencia. —Siempre tengo lo que necesitas, chica — doy guiño y ella ríe. Llevamos una hora dando vueltas por esta habitación que tengo como oficina. El piso está plagado de cajas, papeles, libros y álbumes de fotografías de las que había olvidado su existencia. Me he topado con gratas sorpresas y hemos reído bastante con varias imágenes o lanzado suspiros de añoranza con algunos recuerdos. También hemos hablado de todo un poco, aún no le he sonsacado el divino secreto que guarda con tanto recelo y que me prometió compartir, pero el momento no ha sido menos entretenido. Ella, tan vivaracha, me ha puesto al día de los asuntos de conocimiento público en nuestro grupo de amig
Estira el brazo y me tiende su teléfono, el sonido que esta enlazado al equipo de mi piso, se escucha claro en el despacho. Inicia un vídeo casero, que se distorsiona de vez en cuando, hasta que al fin logra captar a las personas en la pequeña tarima de un escenario en un bar. El murmullo de la gente cesa cuando el hombre de las sombras es enfocado con una luz amarilla débil. Contengo la respiración y mis ojos no pierden detalle. Mi corazón se ha detenido, no puedo encontrar más lógica que esa al silencio que hay en mi interior que pronto se llena de música. Alguien toca la guitarra, por detrás se une el bajo y comienza a cantar en voz tranquila, ronca y rasgada. Con pasión y llena de sentimiento. Canta sobre el delito de robar un corazón, de los peligros que conlleva mientras habla de alguien que está trabajando contra el tiempo para hacer funcionar algo que estaba destinado a la ruina. Como se aferra a la verdad de la perdición, aún sabiendo los resultados y busca consuelo en lo