Mis ganas de hablar con el personaje que tenía al teléfono eran menos que las de revivir tanto sufrimiento. Así que hice lo que en una vida pasada, no habría hecho: cortar yseguir como si nada hubiese cambiado mi día.Nicholas ya estaba llegando a mí con la pequeña Alice enbrazos y de inmediato preguntó:—¿Todo bien?Tragué saliva, respiré profundo y con una sonrisa respondí: —Todo perfecto, es hora de cantarle a la cumpleañera. Sabía que Nicholas no me había creído, pero respetaba misespacios. Eso era algo que me encantaba de él.Hice lo que pude para olvidar esa llamada, me centré en crearbuenos recuerdos con nuestra pequeña y dejar todo lo malo atrás. Lógicamente, creerle algo a la persona que casi destruye mi vida era una ridiculez.Dos horas más tarde, el cumpleaños estaba terminando, así que me propuse a ayudar a todo el personal de aseo a dejar limpio. Sabía que si me quedaba quieta, mi cabeza empezaría a dar vueltas y finalmente, mi ansiedad terminaría ganándole a la razón
Luego de tanto alboroto, Nicholas y Renato me ayudaron a acostarme, ya que me sentía enferma y sin ganas de nada. Una vez ya en cama, Renato se sentó a mis pies mientras miesposo se apartó para hablar con alguien en el teléfono.—Em, ¿segura de que no viene en camino un hermanito paraAlice y Nathe? —Rio.—No lo creo. Además, con dos niños en casa es suficiente.Ahora que todo esto terminó, Nathe también vivirá con nosotros —respondí nerviosa, porque, aunque no me gustó la idea, existía la posibilidad de que fuera embarazo.Nicholas abrió la puerta de la habitación para recibir un paquete, el cual me fue a entregar.—Bien, Em, aquí tienes un test de embarazo. Salgamos de una vez de las dudas. —Me entregó una bolsa y sonrió.Renato se levantó de la cama y me dijo:—Los dejaré solos, esto es algo que tienen que conversar y esperar sin mí.—No, Renato, por favor, quédate. Me haré el test, luego quiero conversar con los dos. Estoy segura de que no es embarazo ni estoy enferma. Solo son n
Llegamos a un club nocturno llamado “The zone”. Llevaba mucho tiempo sin ir de fiesta, así que me sentía realmente entusiasmada.Nos sentamos en un sillón redondo con la mesa de centro yme llamó la atención el nombre de uno de los tragos.—¿Sexo en la zona? Definitivamente pediré este.Nicholas me abrazó y con disimulo rozó uno de mis pechos. —Los estoy mirando, par de calientes, compórtense —dijoRenato al ver dónde estaba la mano de Nicholas.—Renato, cálmate, deja que lo pasen bien. Además, no puedes ser tan celoso. ¿Acaso no recuerdas lo que hicimos en el baño la semana pasada? —preguntó Cristopher a modo dedefenderme.—¿Ah, sí, Renato? ¿Qué hiciste en ese baño? —le dijoNicholas, desafiando su respuesta.—Okey, ahora todos en contra de esta belleza. Hagan lo quequieran, pero luego no anden llorando —nos advirtió, apuntando con el índice.Estos últimos días, Renato andaba algo más sensible de lo normal. Si no hubiese sido hombre, habría jurado que andaba con el periodo. Llegó l
Enjaulados, abrazados y con frío. Igual que convictos de una película. La borrachera se nos había pasado a ambos y el cansancio era tanto que no éramos capaces de hablar.Nicholas me daba tiernos besos en la coronilla de la cabeza para hacerme sentir mejor, pero ni eso resultaba. Me sentía culpable y muy irresponsable.—Bien, matrimonio feliz, pagaron la fianza y vienen por ustedes. Espero no tener que volver a verlos por aquí —dijo el policía que nos abrió la celda.Avergonzada y tomada de la mano de mi esposo, caminé hasta la salida. Nos esperaba Renato y Cristopher, quienes me abrazaron al ver mi cara.—Se los advertí —dijo Renato.—No es tan grave, solo me encontraron cogiendo con mi esposa —dijo Nicholas para hacerme sentir mejor.Llegamos a casa y al entrar nos dimos cuenta de que estaba Maritza en la sala.—Nosotros mejor nos largamos —dijo Renato.—¡No, nadie se larga a ninguna parte! Me van a escuchar los cuatro —ordenó Maritza, muy enojada.—Maritza, ¿descansamos y después h
Llegamos a la estación de policías. Tenía la piel de gallina y el estómago completamente revuelto.Nos sentaron en una sala y ahí esperamos a que la agenteThomas llegara. Era una mujer morena, su piel era perfecta. Me habría atrevido a decir que era mulata. Estatura promedio y una dura mirada.—Buenas tardes, soy la agente Thomas. —Estiró la mano para saludarnos—. Me disculpo por haberlos molestado un sábado.—No hay problema —contesté.—Bien, iré directo al grano. —Abrió una carpeta y me mostró una carta—. Esta carta estaba en un sobre dirigido a usted en las manos de Andrés Schneider. Lógicamente, porque se transformó en parte de la investigación, no pudimos entregársela, pero sí me interesa que la lea.Asustada, tomé la hoja que estaba adentro de una bolsa plástica y la leí.“Emilia, no hay nada en la vida que nos haga más felices que el amor, sé que tú lo tienes. ¿Imaginas que pasaría si te lo quitaran? Te encontraré, aunque estés en la oscuridad”.Leí la última estrofa y de inme
Sentía cómo mi sexo gritaba para que despertara y mis pezones reclamaban por atención. Me sentía mojada, completamente excitada. Poco a poco y con un gemido fuidespertando.—¡Ah...! —Ahogué un gemido en una de mis almohadas. La espalda se me encorvaba y rápidamente abrí los ojos parasaber qué me pasaba.—¿Em, estás bien? —preguntó mi sexi rubio al escucharmegemir.—Estaba soñando.Se acercó con la toalla en la cintura y su cuerpo mojado.Venía saliendo de la ducha y se veía tan sexi que lo único que quería era montarme sobre él.—Creo que necesito una ducha, estoy un poco caliente —me levanté, desvistiéndome para que viera lo duro que tenía mis pezones. Vio la hora en su reloj de pulsera y con un suspiro dijo:—Llegaré tarde, pero no me importa.Solté una risita al recibirlo nuevamente, entre nuestras sábanas.Teníamos poco tiempo. Rápidamente, lo tumbé en la cama y con una risita maliciosa, bajé hasta su pene. Lo introduje en mi boca y lo succioné. Le gustaba, podía escuchar su re
Llevábamos horas viendo fotografías, era imposible reconocer a alguien. Me entregaron un control y nos dejaron solos, mirando las caras de los presos. En la parte deatrás de la sala en que nos dejaron, había un espejo gigante. Imaginé que era para espiarnos. ¿Éramos sospechosos de algo que aún no me enteraba? Era lógico, también me habría puesto en la lista de las principales personas que querían ver a Andrés muerto.—Esto es ridículo —comenté mientras seguía pasando fotografías de personas que nunca en mi vida había visto.—Ya estamos aquí, hagamos lo que nos piden.—Tengo que contarte algo —le dije a Nicholas mientras seguía haciendo clic al botón para pasar las fotos.—Te escucho.Iba a empezar a contarle lo de la bolsa con el test de embarazo, pero una cara de las de las fotografías se me hizo familiar. La detuve, me acerqué y aunque sabía que en alguna parte había visto al hombre que estaba ahí, no pude identificarlo.—¿Sabes quién es? —pregunté.—Quizá si le sacáramos la barba,
—Su nombre es Steve Lennox, nacido en la ciudad de Washington DC, en el año 1970. Trabajó con usted por veinte años como chofer y guardaespaldas, señor McDowell. Conocido como su brazo derecho. ¿Por qué lo despidió? —Mirófijamente a mi rubio, esperando una respuesta.—Despedí a todo mi personal luego del secuestro de Emilia.No confiaba en nadie —respondió Nicholas, seguro y sin pensar en la respuesta.—¿Despidió al hombre que por años estuvo con usted? ¿Sabía usted que este hombre tenía un cáncer terminal? ¿Sabía que se dedicaba a traficar? —Replicó la policía, enfadada.—No tenía idea —respondió mi rubio.—¡¿Por qué hay un depósito desde su cuenta de un millón de dólares?! —Exclamó, golpeando la mesa.—Usted lo dijo, fue mi brazo derecho por veinte años y tuve que despedirlo. ¿Qué esperaba? Lo mínimo era remunerarlo por sus años de trabajo. En cuanto a las otras preguntas que usted está haciendo, mi respuesta es no.—Las muestras de sus huellas y las que fueron encontradas en el cu