(46) Pesadillas
El sol brillaba intensamente en Florencia. Mis lentes oscuros apenas eran de ayuda.

Emilio llevaba el mismo par de lentes oscuros que no me permitían ver sus ojos pero sí la sonrisa que me dió al notar que lo veía. Aparté la mirada avergonzada.

Sinceramente no imaginaba a Emilio como un hombre sencillo que caminara bajo el calor del sol y la frescura del viento, disfrutando de ello, pero allí estaba, sonriéndole a la nada.

El jardin botanico brillaba como un diamante, debido a que los rayos solares de reflejaban en los cristales que revestían el edificio. Al entrar, se sintió como si nos hubiésemos transportado a una inmensa selva contenida. Centenares de aves coloridas revoloteaban por todos lados, mientras que otros se posaban en los hombros o cabezas de las personas.

No pasó mucho para que cuatro aves amarillas, con algunas plumas salpicadas de verde y rojo, se acercaran hasta el balcón desde que mirábamos todo el lugar. Una pequeña y curiosa se posó sobre la cabeza de Emilio,
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