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Switch. Te presto mi vida
Switch. Te presto mi vida
Por: Pame
1. "La plebeya y la princesa"

Con gran trabajo, logro abrir el cerrojo de la puerta de mi departamento. Literalmente me siento molida. El día estuvo muy caluroso, y eso y además de que el aire acondicionado no iba muy bien en la agencia de autos en la que trabajo, no ayudó en nada.

Prácticamente arrastro los pies al ingresar a mi departamento, los pies me duelen al permanecer entaconada todo el día, yendo y viniendo, observando el trabajo de los vendedores. Tiro mi cartera al sofá para luego tirarme de espaldas tras ella, pegando pataditas hasta arrancarme aquella tortura humana que lucían tan bien en los pies de cualquier mujer.

Me rio como loca al sentirme tan recargada, llevar la dirección de aquella agencia no resultaba ser fácil, más cuando muchas veces debía de enfrentarme a tantos hombres que no confiaban en mi trabajo, aun así, lo disfrutaba al máximo, no podía considerar que tuviera un buen salario, pero al menos, me quedaba la satisfacción de que aquella empresa que dirigía, era una de las más importantes de Nueva York.

¿Mi parte favorita del día? ¡Este momento! Llegar a la casa en las noches, darme una ducha y ponerme mi ropa de vagabunda, para luego servirme una deliciosa copa de vino, sujetar mi largo cabello negro en un desordenado moño y transformarme en la escritora nocturna, aquella mujer que era capaz de crear mundos increíbles bajo un pseudónimo. Amaba escribir, me encantaba leer todos los comentarios que aquellas agradables personas me dejaban cada vez que subía una nueva novela en la web, una novela que era capaz de transportarlos a sitios perfectos, alejándolos del mundo desgastador que nos rodeaba.

Y de esa manera, me levanto de aquel sofá, sonriendo sin parar mientras corro hacia el baño para así desconectarme de lo que rodea para lograr entrar a los mundos que suelo inventarme para ser feliz.

Ximena Sarillana, empresaria de día, escritora de noche. Esta chica solía ser el tipo de persona que es capaz de vivir dos vidas increíbles, quedándose con la mejor parte de cada una.

Mi vida era increíble, ajetreada, pero espectacular. Casi podía decir, que no tenía razón para envidiar nada de nadie.

NARRA LAYLA

Siempre he estado rodeada de perfección.

Cargo sobre mis hombros con la desgracia de ser la primogénita de una importante familia en Nueva York, la dueña de uno de los bancos más grandes de toda la gran manzana: el Morgan Co, uno de los bancos con más empleados en toda la ciudad. Llevo a mi cargo más de doscientas mil personas, gracias a que a mi padre se le había ocurrido retirarse hacía año y medio atrás, dejándome aquella gran responsabilidad al ser su hija mayor.

Ahora él se la pasaba de viaje en viaje, disfrutando de su jubilación sin siquiera detenerse a preguntar alguna vez, como iba el poderío por el que luchó durante tantos años para levantar.

Ser CEO no resultaba ser algo tan malo, me gustaba reunirme con altos ejecutivos donde disfrutaba el hecho de dar órdenes y que todo se moviera al chasquido de mis dedos, lo malo resultaba tener una madre como la mía, pues si por ella fuera, lo único que yo debía de hacer, era ser bonita, sonreír y esperar un buen partido para casarme. ¡Oh! Claro, ya de eso ella se había encargado desde que yo era muy joven, cuando se le metió entre ceja y ceja que yo debía de convertirme en la esposa del primogénito de la familia Green, aquella familia que era dueña de una cadena de Centros Comerciales alrededor del mundo.

Bajo mis manos para colocarlas sobre mi regazo, dedicándome a jugar con la estúpida joya que llevaba en mi dedo anular, aquella joya que me recordaba que en pocos meses debía de convertirme en la esposa de Kyle Green, aquel tipo con el que debería de vivir de apariencias, aquel hombre con el que debía de fingir ser feliz por el bien de nuestra familia, cuando en verdad le detestaba por no haber tenido la capacidad de haber elegido mi propio esposo, a como tenía la autoridad para dirigir aquel banco y todas sus sucursales.

—Layla, no has tocado tu comida —me exhorta mi madre al señalar mi plato lleno de ensalada y verduras sin tocar.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer, no seas una niña rebelde —murmura la mujer al dejar salir un lento suspiro.

—Tengo veintiocho años, mamá. Creo que estoy lo suficientemente grandecita como para poder tomar mis propias decisiones —levanto la mirada, manteniendo la suya, hartándome de que siempre debía de hacer su santa voluntad.

Ella se había encargado de elegir todo en mi vida, mi educación, mi forma de vestir, que si tocaba el violín y el piano era porque simplemente a ella se le había antojado que debía de aprenderlo, toda mi vida se basaba en sus elecciones, excepto en los negocios, que fue el único medio donde pude revelarme.  

—¿En serio me estás contestando?

Bajo la mirada, soltando lentamente la respiración. Cierro los ojos, armándome de paciencia, en definitiva, lo mejor era no hacerla enojar, de lo contrario, acabaría por olvidarme de la joven recatada que solía ser y terminaría por decirle todo lo que pensaba de ella.

Vivir bajo su mismo techo, era mi peor castigo; castigo que jamás se terminaría, pues en el momento en que pudiese salir de aquella casa, sería para vivir con Kyle, lo cual no resultaba ser mejor a esto.

Al final, tan solo atino en comenzar a comer. Mientras más rápido terminara, más rápido podría irme a mi habitación.

—¿Ves como si puedes ser una buena chica?

Finjo sonreír, a la vez de que prácticamente devoro aquella m*****a ensalada en mi plato. Joder, ya estaba harta de parecer un puto conejo al comer solo monte, había veces en los que añoraba por comer una sola hamburguesa grasienta, anhelaba con poder salir de esas paredes sin ser acompañada por aquellos putos guardaespaldas, quería ir y sentarme frente a la barra de un bar, a tomar una cerveza y comer bocadillos mientras hago nuevos amigos… amigos divertidos, normales, a como suelen tener la gente normal.

¿Qué tan difícil era tener una vida lejos de la riqueza? ¿podría acostumbrarme a ello? ¿sería capaz de renunciar a todo mi poderío por tener un poco de libertad?

—Últimamente he notado algunos rollitos en tu abdomen —me recrimina—, deberías de tener más cuidado, a ningún hombre le gusta tener una mujer gorda a su lado, Kyle se aburrirá de ti en cualquier momento.

Miro a mi madre, todo en aquella mujer gritaba perfección, desde su cabello oscuro bien trenzado, hasta su traje elegante sin ninguna sola arruga. Había veces en las que me cuestionaba qué fue lo que llevó a papá aguantarla por tanto tiempo. Tal vez eso fue lo que lo llevó a jubilarse tan pronto para comenzar a viajar, la desesperación por permanecer al lado de una mujer como ella.

—Sí, mamá, tendré mucho más cuidado —asiento hacia ella, fingiendo sonreír—, saldré a correr más y quitaré la harina de la hora del té.

—¿Cómo van tus clases de canto? —interroga, cambiando de tema drásticamente.

—No soy buena con el canto, madre, te lo dije desde que insististe en que las tomara. Además, tengo mucho por hacer en el banco. No tengo tiempo.

—Tan solo debes de esforzarte un poco más, Layla, si cantar no es la gran cosa —me recrimina al voltear los ojos.

—¿Para qué?

—¿Cómo te atreves a hacer esa pregunta? Layla, por Dios, ¿Qué no sabes que todo esposo disfruta el hecho de presumir los talentos de su esposa?

—¡Aún no me he casado con Kyle, mamá! Además, ya toco el violín, el piano, dirijo uno de los bancos más grandes de todo los Estados Unidos, ¿no crees que eso es suficiente para que pueda presumirme?

Ella pone sus enormes ojos azules en blanco, acomodando sus manos bajo su barbilla para luego desviar la mirada con notorio fastidio.

—No entiendo cómo es que tu padre fue capaz de dejarte esa responsabilidad a ti, ese trabajo no es para una mujer.

Vuelvo a callar, probablemente aquel era mi grave error, bajar la cabeza y tragarme todo lo que siempre quería decirle a la cara. Dirigía ese banco incluso mejor de lo que podría hacerlo mi padre, tenía todo en orden, no había nada que no pudiese hacer en aquel lugar.  

—Papá está ahora en Las Maldivas… ¿Por qué no fuiste con él? —pregunto al mirarla con curiosidad.

—¿Y dejarte aquí sola? Por Dios, si me descuido, perderé a la perfecta hija por la que he luchado tener en el transcurso de todos estos años, es increíble la forma en que puedo presumir de ti con mis amigas.

Finjo sonreír, pues sabía que en eso se basaban todas sus exigencias, mi madre siempre había luchado por tener lo mejor, desde su esposo, su hogar, incluso, su hija. No había otra cosa más que disfrutaba que hablar de mí con sus amigas, de mi facilidad con el piano, de la forma en que dirigía los negocios de mi padre, o del perfecto prometido que tenía ahora.

—Si no te molesta, me voy a descansar.

—Retírate —manda, tal y como si yo fuese una más de sus sirvientas.

Camino derecha, con pequeños pasos que no fuesen a verse vulgares ni desesperados. Me topo con el ama de llaves, quien me da las buenas noches con un movimiento de cabeza.

Todo a mi alrededor gritaba lujo por doquier, desde las paredes, los candelabros, los finos muebles… casi podía decir que vivía en un castillo, pero, ¿de qué me servía tanto lujo si al final acababa durmiéndome con un nudo en la garganta que no desaparecía con nada? No era feliz, aquella vida no es la que yo quería tener. Necesitaba una vida sencilla, donde no la tuviera a ella.

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