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Casi cuatro meses después.«Darina despertó lentamente en el viejo colchón que había logrado conseguir, hundida en el rincón más solitario de su habitación. El aire estaba denso, lleno de una quietud opresiva, como si el mundo entero hubiera dejado de moverse. Cada mañana era un desafío, cada movimiento, una batalla. El peso de su vientre, abultado por los trillizos que esperaba, la hacía sentir como si el universo entero presionara sobre ella, a punto de romperla. A pesar de todo, había perdido mucho peso durante el embarazo. La vida dentro de ella parecía exigirle más y más, pero su barriga seguía creciendo, se estiraba sin descanso, recordándole constantemente lo que estaba por venir.Se sentó lentamente en la cama, su cuerpo agotado, como si la energía misma la hubiera abandonado. Había luchado tanto para llegar hasta aquí, para poder pagar el hospital y asegurarse de que sus hijos nacieran por cesárea. A veces, al mirar su reflejo en el sucio espejo de la habitación, no pod
Hermes estaba en ese bar, sumido en su desesperación.La botella vacía frente a él era testigo de su caída, pero no había bebido lo suficiente para olvidar lo que lo atormentaba.Cada sorbo era un intento fallido de ahogar los recuerdos, la culpa, la pérdida que lo consumían desde dentro.Nada conseguía llenar el vacío que sentía, y la oscuridad de la noche reflejaba su alma rota.Alondra apareció en la entrada del bar, su figura recortada contra la luz tenue.Su mirada era penetrante, llena de una mezcla de frustración y determinación. Se acercó a él sin titubear, notando el estado en que se encontraba.—Te llevaré a casa, Hermes —dijo con voz suave, pero firme—. No puedes seguir así. Incluso la empresa ha nombrado a un CEO interino. No puedes perderte a ti mismo de esta manera.Hermes la miró con desdén, como si ella fuera solo otro recordatorio de lo que había perdido. Pero no se interpuso cuando ella lo levantó del banco y lo condujo fuera del bar.La oscuridad de la noche parecía
Hermes fue al baño y dejó que el agua fría le golpeara el rostro. El chorro helado no calmó su tormenta interna.Se miró al espejo: ojos inyectados en sangre, mandíbula apretada, un rostro al borde del abismo. No podía pensar con claridad.Todo en su vida había dado un vuelco, necesitaba saber si esa mujer que estaba en la planta baja era Darina.Cuando salió de la habitación, Alondra quiso ir con él.La escuchó acercarse. Su respiración se tensó. No podía lidiar con ella, no ahora.—Tú, no —dijo con voz baja pero cortante—. Vete a tu habitación o te irás de esta casa para siempre.Alondra bajó la mirada, temblando.La autoridad en la voz de Hermes era incuestionable.Sin embargo, en sus ojos brillaba algo más que miedo: frustración, una alarma sorda de que todo se le estaba escapando de las manos. Dio media vuelta sin protestar, pero por dentro hervía.—Si es Darina… —murmuró mientras apretaba los dientes camino a su habitación— estoy perdida. Hermes no puede descubrir la verdad. Tie
Los siguientes meses fueron un verdadero infierno para Darina.Criar a tres bebés sola no era solo difícil: era una batalla constante con el cansancio, el miedo y la desesperación.Las mañanas llegaban antes de que el sol pudiera tocar el horizonte, y las noches se alargaban hasta que el agotamiento la empujaba a un sueño sin descanso.La casa de madera en la que vivían estaba siempre fría, sus paredes delgadas no impedían que el viento del invierno cortara su piel, y el pequeño espacio en el que vivían no era suficiente para contener la montaña de necesidades que sus hijos requerían.A menudo, mientras caminaba por el mercado con los tres pequeños cercanos a su cuerpo, Darina sentía que su corazón se desgarraba en mil pedazos.La gente la miraba con curiosidad, como si fuera un fenómeno, una joven mujer con tres bebés idénticos a cuestas.Sus ropas estaban sucias, su rostro cubierto de ojeras profundas, pero lo que más destacaba era su dignidad: no dejaba que la compasión ajena se con
Cuando el oficial se marchó de la mansión, dejando a Hermes solo con sus pensamientos, el ambiente en el despacho se volvió más denso, más pesado, como si la misma habitación estuviera absorbiendo el peso de los secretos no revelados. Hermes se quedó inmóvil, observando cómo la figura del oficial se desvanecía en la distancia, como si se llevara consigo la última chispa de esperanza que quedaba en su alma.El reloj en la pared marcaba el paso de los minutos, pero para él el tiempo parecía haberse detenido. La quietud en la habitación lo oprimía, y en su pecho, el dolor de la traición y el vacío que sentía hacia Darina lo consumían más que nunca. Pensaba en ella, en todo lo que había sucedido, y no podía dejar de preguntarse si alguna vez la verdad saldría a la luz.Fue entonces cuando el sonido suave de unos pasos interrumpió sus pensamientos. Alondra apareció en la puerta, con la mirada baja, como si temiera que su presencia fuera a romper algo sagrado. Su sonrisa intentaba ser cálida
Días después...Alondra estaba de pie, aguardando en las oscuras y solitarias calles, a medio camino entre la ciudad y el aeropuerto.El aire estaba cargado de humedad, pero la opresión en su pecho era mucho peor que el clima.La ansiedad la carcomía por dentro, pero sabía que debía mantener una fachada. No podía permitir que nada de lo que sentía saliera a la superficie.Todo lo que deseaba era que las horas pasaran rápido, que Rafael llegara, y que todo esto terminara.Su mente, aunque nublada por la desesperación, seguía repitiendo una y otra vez las mismas palabras: "Lo tengo todo bajo control. Nadie puede detenerme."Finalmente, Rafael apareció, su figura alzándose a lo lejos, su mirada perdida en la distancia.Parecía más joven de lo que ella esperaba. Lo observó un momento, esperando que la reconociera, pero él solo la miró sin interés.Con una sonrisa forzada, Alondra lo saludó con voz suave, pero dentro de ella sentía como si el tiempo estuviera a punto de colapsar.—Hola, Raf
Rafael estaba tirado sobre el suelo frío y áspero. Su cuerpo sangraba por varias partes, pero era la herida en su costado y cabeza la que más lo quemaba, como si un hierro al rojo vivo lo atravesará sin piedad.La sangre formaba un charco pegajoso debajo de él, caliente al principio, pero ahora se sentía cada vez más fría, igual que su piel.Atado, inmóvil, completamente vulnerable, gritó con todas sus fuerzas… o con lo poco que le quedaba.Pero su voz apenas salió como un eco rasgado, seco, que se perdió entre las paredes húmedas de la bodega.El eco le devolvió su propia desesperación como un cruel recordatorio de que estaba solo.Pensó que iba a morir ahí. Así.Como un perro abandonado, sin justicia, sin redención. Y entonces… pensó en ella. En su madre. En todo lo que la odiaba… y todo lo que no le dijo. Un nudo se le formó en el pecho.El arrepentimiento lo estranguló con más fuerza que las ataduras.¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Cómo terminó siendo víctima de las mismas
Hermes salió de la mansión como un rayo.No se detuvo a decir palabra. Subió al auto y condujo directo al hospital San Luis. No entendía del todo qué estaba sintiendo, pero un nudo en el pecho y una urgencia en el alma lo empujaban como nunca.Al salir de la propiedad, se cruzó con Alondra. Ella intentó hablarle, pero solo alcanzó a verlo alejarse con expresión desencajada.Algo en su interior se revolvió.—¿Adónde va así? —murmuró con inquietud, y sin pensarlo más, lo siguió.Mientras lo alcanzaba, notó con horror que Hermes tomaba una ruta demasiado cercana al lugar donde ella había dejado a Rafael Ruiz.El miedo le atravesó el pecho como una lanza.—¡Si lo descubrió! Si Hermes sabe la verdad, si alguien le mostró pruebas… ¡Estoy perdida! —exclamó con voz temblorosa, mientras aceleraba desesperada.***Hospital San LuisHermes bajó del auto y corrió hacia la entrada. Apenas cruzó la puerta, su voz retumbó:—¡¿Dónde está Rafael Ruiz?!Una enfermera lo miró sorprendida.—El paciente es