38. El favor

Heleanor volvió la sala de estar, con las dos malteadas ya preparadas. Una era de ella y la otra para su buena amiga.

—Aquí tienes, Hanna —dijo Heleanor, de pie.

—Vaya. Siento que es la malteada más larga del mundo —comentó Hanna, recibiendo su refresco—. ¿Y Hedrick?

—Se fue a su habitación —comentó Heleanor, percibiendo un cosquilleo en su intimidad.

Pero, mantuvo su expresión tranquila. De sus glúteos y de su entrepierna chorreaban los pegajosos fluidos de su orgasmo y de la eyaculación de Hedrick. Se deslizaban por sus muslos, como un lento rocío de la lluvia en la mañana. La sensación, como de haberse orinado, le provocaba rascarse, con urgencia. No tenía su braga de encaje negro, ya que Hedrick se la había quedado, para que ella la fuera a buscar.

—¿Qué sucede? —preguntó Hanna, viendo a su amiga. Heleanor creyó que la había descubierto—. ¿No vas a sentarte?

—No, es que estoy bien aquí —. Sintió, como cada vez iba bajando más. Debía hacer algo o Hanna lo vería. Sin embargo, tampoc
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